Sacar lo mejor de los dos mundos
Fase comparativa
Sacar lo mejor de los dos mundos
El moño rosa es un símbolo en la lucha contra el cáncer de mama. Foto: Especial

Cuando se le diagnostica cáncer a alguien, siempre se habla de fases y esta clasificación se convierte casi en una resolución para quien la recibe: si es fase I o II, estás del otro lado, seguro te salvas, pero si es fase III o IV se estima que ya tienes un cáncer avanzado o más complicado de tratar. 

Si bien estos números son una clasificación acertada para los médicos, que les sirve como guía para definir tratamientos y el seguimiento del paciente, no deben tomarse como una sentencia, ni tampoco por una regla que determina tus probabilidades de éxito al enfrentarte a esta enfermedad. Hay casos en fases tempranas que se complican y hay casos delicados que terminan en recuperación.  

Yo soy de las que corrieron con suerte: una angustia y miedo enormes, pero con un diagnóstico temprano, tratado de modo conservador. Al final, una expectativa de vida larga que no me libró de padecer dolores físicos y emocionales inigualables. 

Han pasado veinte años desde que me dijeron que tenía cáncer. Lo que fue mi momento más obscuro, “lo peor que me ocurrió “, ha tomado diferentes matices. Todo es relativo al tiempo y lugar desde donde lo vives y esta experiencia se ha convertido en motor de vida, en mi raison d’être, que llena mi quehacer profesional y es misión de vida. 

He dicho muchas veces que no soy de las que da gracias por haber tenido cáncer, sin embargo, agradezco haber tomado de esa experiencia la capacidad del disfrute cotidiano y ordinario. Sólo despertarme ya me hace feliz, incluso, convivo mejor con mis penas cuando atravieso desafíos o malas rachas. Como dice un amigo muy querido: “cuando puedes disfrutar hasta la tristeza y darle la bienvenida a los malos momentos que tiene la vida, aceptándolos, dándole espacio a su intensidad, ya no te queda nada por entender”. 

La verdad, es que a mí me queda mucho por entender, pero una cosa sí tengo clara: tuve a la muerte muy cerca, así que antes de tirarme al drama le doy a todo una mejor proporción.  

Con lo que sí no puedo, ni debería poder nadie, es en la forma en la que se manejan algunos sistemas de salud pública. 

Como mexicana viviendo en Alemania desde hace 15 años, me sorprende la perfección con la que pueden funcionar los sistemas públicos como el de este país del que también me toca un cachito pues fue la tierra de mi abuela, Olivia Haas, y ahora es la de mis hijos Milena y Luca.

Aunque hoy me siento completamente acogida, y parte de esta sociedad que a mi llegada fue de lo más opuesta a mis formas y costumbres, y me recibió con maneras de una frialdad apaleante y donde el saludo entre mujeres, a veces es de mano. Todavía me impacta (sigo siendo una mexicana en tierra extranjera, una “Ausländer”), tanto como la señora checa que me ayuda con la limpieza.

Regreso al sistema. El alemán no es un sistema perfecto, pero sí es un sistema perfectamente bien pensado para operar en la gran mayoría de los casos, sin errores. Como ciudadano sabes que el derecho a la salud es eso, un derecho y jamás te cuestionarías si te mereces una atención de la más alta calidad, o no. 

Por otro lado, si como ciudadano te olvidas de tus obligaciones (ir a tu chequeo, por ejemplo) el sistema salud de pública te lo va a recordar enviándote una carta en su perfecto sistema de correos.  

La salud pública que sí funciona

Ahora que la pandemia sorprendió a todos -y también a los alemanes- ellos sabían que el sistema público los iba a ayudar: primero con apoyo económico para pequeñas empresas de hasta 5 empleados, un cheque que correspondía a un gran porcentaje del dinero que normalmente hubieran ganado durante tres meses, para evitar el cierre de esos negocios. Este apoyo se ha brindado ya dos veces. También redujeron el IVA y dispusieron bonos económicos para las familias.

Y aún así, hubo manifestaciones de descontento por las medidas drásticas de protección adoptadas por el gobierno. Pero aquí, hasta para manifestarse hay reglas y lo hacen en orden. 

El 9 de mayo de 2020 tuvimos el movimiento en Marienplatz: protestaron 3000 personas en contra de la imposición de usar tapabocas o de salir a la calle en horarios restringidos. Igual pasó en Nürnberg y en Berlín. 

A mi me daba coraje. En mi país y en muchos otros, las cosas son muy distintas y nada tenían que reclamar después de estar recibiendo el mejor de los servicios de salud posible y apoyos económicos que mantuvieron a tantos a flote.

En Alemania no te sientes nunca como un civil desamparado haciendo corajes porque las cosas no funcionan, ¿por qué? ¡Porque las cosas nunca no funcionan!

Debo confesar que a veces, la mexicana también hace berrinches y califica de intransigente lo que al final, son las reglas alemanas. Sólo de recordar la serie de trámites y papeles que hice para registrar a mis hijos americanos, con madre mexicana y padre alemán, pidiendo que se mencionaran ambos apellidos (los alemanes solo usan uno), me vuelvo a enojar. Impresiona lo minucioso de cada una de las gestiones, las chicas o las grandes; las miles de normas que rigen sus trámites cuadrados e inflexibles, pero súper eficientes. 

Vivir en un sistema así brinda seguridad, certeza y hace que los derechos de las personas se respeten.

Radico en Alemania pero vivo también, desde lejos, en México. Trabajo todos los días en México desde mi casa de Starnberg por un país que adoro pero que no respeta las normas ni es seguro o confiable. 

No es mi intención criticar ni acentuar las cosas que fallan allá por el puro afán de hacerlo, ni comparar sin detenerme a señalar que regir un país de 126 millones de habitantes con todo tipo de problemas sociales, en el cual más de 52 millones vienen en situación de pobreza, es un desafío descomunal. 

¿Por dónde empezar?

Mi admiración a quienes lo intentan y mi total reconocimiento a quienes se avientan con iniciativas de mejoras para la comunidad. 

Me llena de orgullo haber sido parte de aquellos que buscaron ser creativos y emprendieron algo para llenar un vacío respecto de las necesidades en México. 

Aplaudo y me siento emocionada cada vez que veo a un mexicano dándole voz y presencia a su país en los escenarios y movimientos internacionales. 

Mi admiración a los que, como Dave, lanzan La-Lista en medio de una pandemia y una crisis nacional. Soy fan de esa sociedad organizada que reúne a líderes chingones que no se están quietos, porque el amor por su país, sus familias y su gente los hace atreverse en medio de tanta dificultad. 

No dejemos también de aprender de otros países. 

Y para abordar el tema de la carga que provoca el cáncer en cualquier sistema de salud del mundo, creo que podríamos avanzar mucho si en el nuestro se prioriza el cuidado de la salud, empezando por asignar (y cerciorándonos de que llegue) recurso suficiente a los rubros que realmente podrían hacer una diferencia. 

La prevención uno de ellos (aunque hablando de cáncer de mama debamos precisar que la clave es la detección oportuna) hay todo un terreno al que se le debe de dar la máxima importancia.

Las nuevas recomendaciones de la Iniciativa de la Comisión Europea para el Cáncer de Mama (ECIBC) señalan la relevancia de elevar las habilidades de comunicación del personal de salud mediante capacitaciones que se traduzcan en mejor entendimiento y sensibilización de los pacientes. 

Por otra parte, hacen hincapié en la apropiada capacitación de los radiólogos para la correcta lectura de placas de imagen. En Europa les preocupa que sus especialistas completen un número considerable de lecturas para poder calificarlos como especialistas en mama porque cuentan con suficientes radiólogos, situación que no ocurre en México y en la que debiéramos trabajar. A nivel nacional hay solo 840 radiólogos certificados por el Consejo Mexicano de Radiología e Imagen (CMRI) con calificación adicional en mama. 

Este sería un tema prioritario para reducir los diagnósticos ‘falsos negativos’ y la compra innecesaria de mastógrafos que se quedan sin uso porque no hay quien los opere. Acabaríamos con esos fatídicos casos que se convierten en fases III y IV porque no se dio una lectura correcta a un diagnóstico.

Según el Instituto Nacional de Salud Pública, cada mujer que muere en México por cáncer de mama (unas 18 por día), equivale a 21 años de vida saludable perdida, es decir, a 21 años de vida productiva,  un costo económico grandísimo para el país.

La clave es, desde mi punto de vista, definir e implementar los programas correctos, es decir aquellos que sí van a atacar el problema de un país en el que son más los casos que se diagnostican en fases III o IV, que podían haberse tratado como fase I y II. Esto cambia la historia de la generalidad de los casos, como ocurre en Estados Unidos o en otros países de la Unión Europea.

Los costos de los programas de detección oportuna, de sensibilización, de entrenamiento médico, de educación y de navegación de pacientes son mucho menores al de los programas de tamizaje y los resultados son relativamente parecidos en cuanto a la cantidad de vidas salvadas. 

La prevención (detección oportuna al hablar de cáncer de mama), es clave para un sistema de salud sano y funcional.  

Informémonos, necesitamos ser más conscientes y proactivos. ¿Porqué tendemos siempre a esperar que alguien más haga las cosas por nosotros? 

No critiques a menos de que ya hayas tratado de cambiar algo. 

Si no hiciste nada por influir, mejorar o modificar lo que no funciona, no te quejes. 

Si no te atreviste a proponer, no te quejes. 

Si no votaste, no te quejes. 

Si no estás ahorita mismo haciendo algo por tu país, por tu comunidad, ¡no te quejes!  

Rescato de la experiencia alemana sus procesos y celebro de las instituciones en México su vocación de servicio universal, y más aún, los valores afectivos familiares que nos dan tanto sustento. 

Y en esta Fase Comparativa deseo que en México aprendamos a poner en práctica políticas públicas eficaces como las que se viven en los países más desarrollados del mundo. Así como que en Alemania se valoren más los elementos afectivos tan relevantes para todo paciente de cáncer, o de cualquier padecimiento. 

Seguiré adelante con el propósito de compartir lo mejor de estos mundos y de hacer lo  que  me toca en mi núcleo: enseñarles a mis hijos a apreciar los sistemas funcionales, pero a saber identificar los retos de aquellos que buscan serlo y de ser posible a involucrarse.

*La autora es presidenta y fundadora de Fundación CIMA

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores que La-Lista no necesariamente comparte.

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