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"La gente miró hacia arriba, asombrada, durante los últimos días de 2020". Fotografía: Michael Noble Jr./Getty Images

¿Qué sentirías si te dicen que tu hijo, recién nacido, tiene una expectativa de vida promedio de 35 años? ¿Que sus probabilidades de tener un trabajo digno, como el de cualquiera de los hijos de tus amigas, será casi nulo? ¿Que será observado y estigmatizado por la mayor parte de la gente? ¿Que al caminar por la calle será juzgado y que probablemente más de uno lo acose o agreda? Si tu hijo fuera trans, esta no sería una broma, sino la realidad.

No es un secreto que la comunidad LGBT+ hemos tenido que luchar desde siempre por nuestro reconocimiento en distintas dimensiones, que van de lo legal a lo social, a fin de no ser considerados ciudadanos de segunda. Sin embargo, lo que vive la comunidad trans es muy distinto. La esperanza de vida de esta población no supera los 35 años en México, país que según Transgender Europe, después de Brasil, es el que tiene la tasa más alta de transfeminicidios en el mundo. 

En México hemos dado algunos pasos adelante en términos legales para reconocer a las personas trans. En 2015 hubo una reforma del Código Civil, donde la Ciudad de México tuvo la primera legislación en el país que permitió la reasignación de género de manera sencilla. Esto ha avanzado en estados como Michoacán, Colima, Nayarit, Tabasco, Hidaldo, Oaxaca, Tlaxcala y Coahuila. Sin embargo, como en muchos de los temas de discriminación, los cambios no sólo se mueven en el carril de lo legal, sino el de lo cultural.

En la vida real, la que va más allá de los discursos políticos tremendamente correctos y las buenas voluntades de algunas leyes, los transexuales viven los mayores niveles de desigualdad y discriminación en México, algo que los lleva problemas de salud, aislamiento y pobreza, según Brahim Zamora, miembro del observatorio Ciudadano de Derechos Sexuales y Reproductivos.

Mientras escribo esta columna hablo con Nicole, una amiga trans y le pregunto lo que ella quisiera que cambiar en este tema. La respuesta es simple: que nos vean como personas y no como fenómenos; que no tuviera que vivir como fantasma, que pudiéramos tener la posibilidad de tener un trabajo como cualquier otro, convivir en sociedad sin que nos apunten con el dedo, o peor aún, sin que nos agredan o maten.

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Cambiar la realidad de la comunidad trans no es trabajo único del “Gobierno” (que creemos que es el responsable de todo). Es responsabilidad de todos nosotros dejar de juzgarlos, no discriminarlos en oportunidades laborales, educar a nuestros hijos a entender que las diferencias no son malas, son  sólo eso, diferencias, y a ejercer el poder transformador que tenemos las personas, de cambiar en comunidad la vida de otras personas.

Así como hoy no podemos entender que hace menos de cien años en muchos países las mujeres no pudieran votar, estoy seguro que en cincuenta años no podremos concebir que en el 2021 un grupo de nuestra sociedad esté condenado a vivir la mitad que el resto de la gente, solo por tener una identidad de género diferente. La discriminación es la peor pandemia que tenemos, y la vacuna está en nuestra capacidad de respetar al otro, nos gusten sus preferencias, creencias e ideas, o no.

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