Enmarcar a los hombres como los ‘villanos’ no ayuda a las mujeres a tener mejores relaciones sentimentales
'La solución es adoptar una idea verdaderamente feminista de los roles de género dentro de las relaciones'. Foto: fizkes/Getty Images/iStockphoto

Existe un género en auge en la actualidad que he denominado “victimismo romántico”. Los contenidos que entran en esta categoría –que abarcan desde textos largos literarios hasta confesionales de TikTok– solo caracterizan a los protagonistas en dos papeles: el de villano o el de víctima.

El villano siempre es un hombre. Suele ser un hombre en una relación con una mujer, aunque en ocasiones es un hombre que sale con otro hombre. No obstante: hombre = villano. La víctima es su interés romántico. Ellas relatan el comportamiento de él, con el beneficio de la retrospectiva, y detallan incidentes molestos, normalmente aquellos en los que se sintieron menospreciadas de alguna manera. Estos relatos suelen realizarse en el registro que se emplea actualmente para describir un daño, que combina un lenguaje sombrío y descarnado con la jerga terapéutica. El daño no es algo tan fácil de clasificar como un auténtico maltrato o un abuso sexual. Es un daño, tal vez uno de los muchos que se han sumado para crear una “mala relación”.

Una narrativa expandida sobre el género –identificada por la escritora Rachel Connolly– se extiende a través de este tipo de obras, caracterizadas por “amplias generalidades (…) sobre la forma en que son y actúan las mujeres”. Aquellos que se encuentran en una relación romántica con un hombre asumen el papel pasivo y que acentúa la femineidad de víctimas, sean mujeres o no. Lo soportan y luego escapan.

La otra cara de la moneda, por supuesto, son las generalidades que vemos expuestas en los medios de comunicación populares sobre cómo son los hombres y cómo actúan en las relaciones románticas. Nos dicen que los hombres reprimen, humillan y menosprecian deliberadamente a las personas con las que están involucrados debido al patriarcado. No se cuestiona a fondo cómo funcionan estos patrones de comportamiento ni por qué podrían existir en primer lugar.

En cambio, son presentados como elementos fijos e irreversibles de la masculinidad, lo cual es sinónimo de patriarcado. Todo daño infligido por un hombre es abuso en cierto nivel, implican estas narrativas, y todos los hombres te harán daño; por lo tanto, todos los hombres son abusivos por naturaleza.

El hecho de no desarrollar las herramientas que nos permitirían hablar de encuentros sexuales angustiosos o desagradables, pero consentidos, significa que se convierten en algo aplanado y replanteado a través del lenguaje del abuso sexual, de la víctima y el agresor. Veo que se da un patrón similar en las relaciones románticas entre hombres. Ambas tendencias se ven acentuadas por los canales toscos y digitalizados a través de los cuales suelen analizarse estas experiencias.

En un estudio reciente, Tomorrow Sex Will Be Good Again, la escritora Katherine Angel argumenta que debería tener importancia feminista y política el hecho de que tantas personas mantengan malas relaciones sexuales consentidas, incluso cuando esas experiencias no pueden ser calificadas como abuso sexual. El mismo principio es válido en este caso. Es una preocupación feminista que muchas personas que salen con hombres encuentren sus relaciones tan insatisfactorias. Sin embargo, la solución consiste en adoptar una idea verdaderamente feminista y polivalente de los “roles” de género dentro de las relaciones, en lugar de aplanar a las partes en posiciones inmutables de víctima o villano.

Etiquetar a todos los hombres como opresores y a todas las mujeres como víctimas era una forma de desviar la atención de la realidad de los hombres y de nuestra ignorancia sobre ellos”, escribió bell hooks en la introducción de The Will to Change. El libro es un llamado a “redefinir la masculinidad moderna”; lo leí tras terminar una relación reciente. Me encontré ante una disyuntiva: estancarme en mi victimismo romántico o intentar comprender mejor al “enemigo” –los hombres–.

La mayoría de las formas del feminismo, señala Hooks, han evitado tratar de desentrañar la masculinidad patriarcal, que no es más que un tipo de masculinidad. Más allá del énfasis en los sentimientos de “miedo y amenaza” que se les atribuyen, los hombres y la masculinidad han sido ignorados como temas del pensamiento feminista.

La alternativa, por supuesto, es rescatar a la masculinidad de convertirse en una causa perdida (lo cual, en opinión de hooks, puede hacerse mediante la construcción de una “masculinidad feminista”). Creer que los hombres nacen patriarcas, en lugar de que se les convierta en tales, implica una aceptación total del statu quo. No es radical, ni debería ser una característica de ninguna ideología supuestamente liberadora. La pasividad ante tal creencia no nos acerca a la consecución de un mundo en el que la mayoría de las relaciones entre los hombres y sus parejas románticas se basen en la reciprocidad y el respeto. Como dice Hooks, “los hombres no pueden cambiar si no hay modelos (feministas) para el cambio. Los hombres no pueden amar si no se les enseña el arte de amar”.

Los que no somos hombres tampoco podemos experimentar el crecimiento si seguimos sumiéndonos en el empobrecimiento espiritual de las víctimas perpetuas. El constante victimismo romántico ignora una fea verdad: que el patriarcado puede aparentemente beneficiar a los hombres –aunque los envenene de innumerables maneras–, pero es sustentado por todos los géneros, especialmente en espacios como la pareja romántica. El hecho de ser siempre una parte perjudicada nos impide enfrentarnos a ello, pero también impide el desarrollo personal.

Solo cuando finalmente me deshice de los guiones culturales que me encasillaban como una persona a la que le hacían cosas en una relación, en lugar de un actor por derecho propio que podía asumir la responsabilidad de sus actos, experimenté enormes avances en la comprensión de la manera en que me relacionaba con las personas que me rodeaban, y en cómo mejorar esas conexiones.

Las relaciones rotas son lugares de culpa; las relaciones con los hombres estarán marcadas e influidas por el sistema que organiza el poder en torno al género. Pero nos convendría comenzar a exigir más de los debates públicos actuales sobre estos enredos, en lugar de volver una y otra vez a los temas hiperbólicos y románticos del victimismo. No eres solo tú; a veces también soy yo.

Moya Lothian-McLean es redactora colaboradora de Novara Media.

Síguenos en

Google News
Flipboard
La-Lista Síguenos en nuestras redes sociales