La Iglesia católica ofrece tatuajes gratis en busca de nuevos adeptos
'Olvida la pila bautismal, deshazte del crisol; es en la silla del tatuador donde obtendrás tu salvación'. Foto: Natacha Pisarenko/AP

En los viejos tiempos de los misioneros, Dios solía reclutar adeptos con nada más que simples oraciones y colonización. Ahora, sus emisarios cambiaron el agua bendita por las tintas industriales: un pequeño grupo monástico de Viena ofrece tatuajes gratuitos a todo aquel que lo desee. Su sede se encuentra justo al lado de la Catedral de San Esteban, en un lugar de reunión llamado Quo Vadis, o “¿adónde vas?” en latín.

Bueno, primero se asiste al servicio religioso previo al tatuaje, donde se bendicen los utensilios, y después se ponen manos a la obra. Es todo un rito católico clásico: la intención, la teatralidad, la anticipación, la abyección, la mortificación y la catarsis se combinan en nombre del Señor, con una escandalosa niebla de incienso y cánticos superpuestos. Olvida la pila bautismal, deshazte del crisol; es en la silla del tatuador donde obtendrás tu salvación.

El momento elegido es un acto de providencia divina, a medida que salimos de la pandemia y buscamos reconectar. Durante el confinamiento estaba tan desesperada por que alguien que no fuera mi madre me tocara que estuve a punto de tatuarme la cara. Es bueno saber que la Iglesia lo habría aprobado, siempre y cuando eligiera uno de los diseños que recomienda, como una cruz o un pez.

Desde hace mucho tiempo, los tatuajes tienen un aire religioso, con tipografías góticas victorianas que dicen frases como “LA VIDA ES DOLOR” y “SIN MISERICORDIA”, que se extienden en forma de crucifixión por espaldas, y frentes peludas y rosadas, encima de imágenes de mujeres de pechos grandes amorosamente tatuadas y otros iconos de culto. Esta es la versión más santa, con el añadido del estilo de la Virgen María y slogans devocionales.

En realidad, a la sadomasoquista que hay en mí le gusta mucho la imagen clásica (y ciertamente ecuménicamente fiel) de un corazón sangrante, atravesado por espadas, rodeado de llamas. Una vez me regalaron una playera que tenía ese diseño, que promocionaba a una banda cristiana de heavy metal, con el eslogan: “JESÚS: ÉL MURIÓ POR TUS PECADOS”. Las imágenes y el eslogan me parecieron un poco exagerados en aquel momento; me alegra ver que las autoridades eclesiásticas se están poniendo al día.

Esto ni siquiera supone un cambio tan radical, sino una simple actualización natural. ¿Recuerdas a todos esos monjes medievales que se sentaban frente a sus escritorios en los monasterios, inscribiendo penosamente manuscritos llenos de diseños complejos y colores brillantes? Esto es exactamente lo mismo, solo que con agujas de metal en lugar de plumas, y tintas industriales en lugar de tintas vegetales. La superficie en sí no ha cambiado: la vitela que utilizaban los ilustradores de los monasterios procedía de pieles de animales: becerros, ovejas o cabras. Es justo que nosotros también seamos marcados por nuestro creador, como el propio rebaño descarriado de Dios.

Tengo que decir que me sorprende un poco que todo esto ocurra en Viena en lugar de en una diócesis de Brooklyn estilo Cambio de hábito, donde llega una sacerdote genial y reformista e intenta congeniar con los jóvenes. Pero estoy completamente a favor.

De hecho, esta situación tiene un largo precedente espiritual y es una ilustración perfecta (literalmente) de la arrogancia humana. Dios sabe que el proceso de hacerse un tatuaje comienza con la contemplación, después, en un arrebato de afán egoísta y deseo mundano, cometes el acto/error/pecado, luego te arrepientes e intentas enmendarlo. Y cada etapa duele, ya sea física o mentalmente o económicamente. Quiero decir, es verdaderamente el Antiguo Testamento desde el principio hasta el final. Es el clásico ciclo de pecado, culpa y arrepentimiento doloroso, largo y costoso, perfeccionado, conectado y modernizado para el siglo XXI.

Bidisha Mamata es columnista de The Observer.

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