Licenciada en Relaciones Internacionales. Consultora en imagen pública y estratega en comunicación. Actualmente produce y conduce el programa The White Table para MMoodtv. Cofundadora del colectivo TÚ x México. Twitter: @anapatam_mx
¿Qué significa el regreso del movimiento talibán para las mujeres afganas?
Si bien ahora los talibanes prometen una nueva era de paz en Afganistán, muchas afganas no olvidan. Y por ellas, no podemos bajar la voz ni la guardia.
Si bien ahora los talibanes prometen una nueva era de paz en Afganistán, muchas afganas no olvidan. Y por ellas, no podemos bajar la voz ni la guardia.
El presidente Joe Biden decidió retirar las tropas estadounidenses del territorio afgano tras 20 años de intervención. El argumento es que hoy resulta incosteable prolongar la guerra más cara que ha sostenido su país, además de que ya no representa peligro para ellos. Recordemos que la ocupación estadounidense surgió para derrotar al grupo terrorista Al Qaeda liderado, en ese entonces, por Osama Bin Laden. Se trató de una respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, a las Torres Gemelas y al Pentágono.
Esta decisión fue tomada tras el compromiso entre las naciones, en el que los talibanes se comprometieron a no permitir que Al Qaeda renazca dentro de Afganistán. Estados Unidos ofreció una retirada paulatina. La propuesta contempla que se gestione un gobierno mixto de transición, en donde participen el gobierno electo, con el liderazgo talibán, para que conjuntamente manejen el destino de su país, una vez que los norteamericanos lo abandonen.
Liberaron a 5 mil talibanes de las cárceles. Ni el gobierno afgano ni el ejército opusieron resistencia alguna para defender el destino de su nación. Se les brindaron todas las oportunidades para construir un nuevo país, así como nuevas formas de organización, de gobernar y de vivir. Lo que no pudieron brindarles fue la voluntad de luchar por mantener y contener ese futuro.
Biden responsabilizó tanto al gobierno, como al ejército afganos de no defender su nación de los extremistas, que rápidamente se hicieron del dominio de Kabul. A las pocas horas, centenas de civiles corrieron al aeropuerto con el fin de huir de su país. Las escenas son desgarradoras y recuerdan la similar salida de Saigón.
Las dos décadas de presencia estadounidense en Afganistán sirvieron para neutralizar la peligrosidad del islam radical terrorista. También se trató de un periodo en el que una generación de niñas y mujeres tomó consciencia de lo que significa vivir con mayor libertad. Se educaron y obtuvieron la oportunidad de participar en la política de su país
Afganistán es uno de los principales proveedores de opio y heroína a nivel mundial, además de ser una de las economías más pequeñas, con pobreza extrema y muy bajo nivel educativo. El 90% de la población vive con 2 dólares al día.
Prevaleció el pensamiento talibán por la enorme ignorancia y la falta de educación en la que viven, lo que deriva en una gran limitación de capacidad crítica en gran parte de la población, sobre todo en cuanto a legitimar la pretensión de superioridad de los hombres sobre las mujeres, y la obligatoriedad de ellas para vivir en un sometimiento absoluto y total al de ellos. Se trata del ejemplo más obscuro de un patriarcado autoritario, llevado a la máxima expresión.
Los talibanes pertenecen a la rama sunita del Islam, régimen teocrático sin leyes civiles. Las leyes religiosas del Corán rigieron a la sociedad afgana hasta 2001, a través de una policía religiosa. Y hoy regresan a esa condición donde las mujeres vivían —o sobrevivían— en condiciones de sumisión absoluta. Deben de estar cubiertas de la cabeza hasta los pies, no pueden salir a las calles, no tienen derecho de asistir a la escuela ni de trabajar, ver televisión o escuchar música. Las pueden dar en matrimonio a partir de los 10 años y tienen restricciones para el acceso a las artes como literatura, baile y pintura; de hecho, cualquier expresión de tipo artístico estará vetado, así como cualquier actividad capaz de causarles placer, podrá ser razón para ejecutarlas y apedrearlas. En pocas palabras, a las mujeres afganas les toca una vida sin dignidad o lo que es igual, estar muertas en vida.
La sharía o ley islámica determina lo que un buen musulmán debe hacer en su vida y cómo debe comportarse. La interpretación de los talibanes es la más rígida y no reconoce beneficios a la mujer, solo sometimiento y vigilancia. La gran preocupación de las mujeres afganas gira alrededor de lo que les depara el futuro en manos del Talibán, donde ellas pertenecen a un nivel inferior al de los hombres. De forma natural y por decisión divina, las mujeres son consideradas niñas perpetuas que requieren de su mahram (hombre de parentesco cercano masculino como padre, hermano o marido) para cuidarlas, controlarlas y permitirles o no, hacer y deshacer. Así, este acatamiento de la sharía dicta que las mujeres sean propiedad de los hombres, por considerarlas inferiores.
Allá, la mujer vale apenas la mitad que un hombre. Ninguna mujer puede heredar más que la mitad de lo que heredaría su esposo, su hermano o su hijo. En la corte dos mujeres reciben el testimonio o legitimidad de un hombre. Si una mujer muere, el dinero de su indemnización es la mitad del dinero de la indemnización de un hombre. No pueden ser jefas de Estado, juezas, ni parte de las fuerzas armadas. No pueden votar y su mahram o tutor, tiene derecho a impedir que se eduquen, trabajen, viaje o siquiera, salgan de su casa.
El proceso de la Ilustración que ha separado los poderes de la religión y el Estado y desde el siglo XVIII se ha propagado por el mundo occidental, no ha sido acogido en el mundo musulmán. Así, conceptos como derechos humanos, igualdad y perspectiva de género, resultan totalmente despreciados por la fuerza de textos sagrados, escritos hace siglos, con preceptos que hoy norman la vida de muchas de sus sociedades.
Las mujeres tenemos la obligación de convertirnos en voceras de la igualdad de derechos para hombres y para mujeres, con el fin de modificar creencias limitantes, machistas y violentas que siguen vigentes, tristemente, no solo entre los talibanes, sino también en nuestro país, cuya realidad no es menos trágica: basta con revisar cifras de feminicidios y violencia intrafamiliar. Los talibanes son el ejemplo más extremo y violento que se vive en el mundo, un ejemplo de todo aquello que no debemos permitir que siga existiendo.
Si bien ahora los talibanes prometen una nueva era de paz en Afganistán, muchas afganas no olvidan las ejecuciones, lapidaciones y las restricciones más básicas que impusieron en su régimen, y que pretender reinstalar hoy. Y por ellas, no podemos bajar la voz ni la guardia. Nos toca dignificar a la mujer como un ser humano, aunque sea señalando esta terrible realidad.