El 27 de marzo, pero de hace 20 años, se apagó la voz que movió cantidades industriales de fans por todo México, sobre todo en el norte. Rigo Tovar murió a los 59 años de edad por complicaciones de su salud, pero como una leyenda social y musical que perdurará durante muchos años más.
Rigoberto nació en una familia humilde de Matamoros, Tamaulipas por allá de 1946. En su juventud trabajó en diversos oficios en Estados Unidos, como muchos de los paisanos del norte que buscan mejores oportunidades. Seguramente ahí consolidó su gusto musical por el rock y la psicodelia, lo que fuera una gran influencia para sus propias notas.
A Tovar también se le conoce como el “Jim Morrison mexicano”, por su melena larga, sus lentes negros de gota y su andar entre la multitud como si fuera Moises entre las aguas. Sus músicos portaban trajes azules o verdes metálicos, como un híbrido entre los atuendos de la Sonora Santanera y una banda de rock ochentera estadounidense; ademas de un cabello que crespo que caía ligeramente sobre sus hombros.
Aunque Rigo se convirtió en un éxito nacional e internacional, también fue duramente criticado por la clase intelectual y más ortodoxa de la rumba en México. ¿Cómo se atrevía a tocar cumbia con guitarra eléctrica, batería y un órgano? La estructura de su música era tan elemental, según criticaban, que se resumía en una simple onomatopeya: “tachún tachún”.
Y así lo describe Froylán Lopez Narváez, académico que impulsó el movimiento “La Rumba es Cultura, en su texto “¿Cuál es la música popular?”:
“Rigo y los músicos, o casi músicos, o algo así como músicos que son semejantes a él. Rigo se hizo relevante porque los rumberos que suponemos o creemos o fantaseamos de cierta secta ortodoxa, cuando empezó a aparecer este fenómeno, que ahora englobó en la figura del que más encarna, esto que es Rigo Tovar, nos quejábamos y lamentábamos mucho la presencia de este tipo de conjuntos”.
El éxito de este cantante durante los años 80 fue innegable, ya que reunió a más de 350 mil personas en el Río Santa Catarina de Monterrey, Nuevo León en 1981, y ademas se le nombró como “Hijo Predilecto de Houston, Texas” con un día proclamado en su honor el 31 de agosto de 1978. Sin embargo, su público más fiel se concentró en el la frontera norte de México con Estados Unidos, y esto se explica porque supo comprender a las necesidades de esa región.
José Juan Olvera, en su ensayo “Las dimensiones del sonido. Música, frontera e identidad en el noreste”, explica cómo los estados que hacen límite con Estados Unidos han hecho una cultura propia y regional al resto del país, algo que se ha ido reforzando desde la separación de Tejas del territorio nacional en 1836 hasta el impulso de los programas “braceros” que mandaban mexicanos a trabajar de manera temporal en la industria de EU ante la Segunda Guerra Mundial de 1939. Por lo tanto, esta unidad que se ha ido formando con la historia también tiene repercusiones sociales en la identidad colectiva.
“Por ejemplo, para Peña (1996), la música de conjunto es una expresión cultural de la clase obrera mexicoamericana que ha utilizado como poderosa arma en su “guerra de posiciones” posterior a la invasión militar norteamericana a Texas, al construirse
un edificio simbólico de comunidad con límites más o menos definidos. Cada género musical, desde el corrido hasta la denominada música tejana, es una adaptación de esta lucha en términos de un cambio en los patrones de relaciones sociales, para la producción de la riqueza, entre los anglosajones y los mexicoamericanos que, a su vez, se reflejan en transformaciones de la industria cultural”, apunta Olvera en su texto de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
El éxito de Rigo Tovar a finales de los años setenta no fue una casualidad, según José Oscar Ávila, la música ayudó a contener la crisis financiera que pasaban los trabajadores del norte del país durante los años 80. La aparición del cantante tamaulipeco y muchos otros grupos de la época ayudaron anímicamente a transportar de la dura realidad que vivían muchos mexicanos en la frontera norte.
“Sin importar la originalidad de su música, lo sobresaliente de Rigo Tovar y su grupo Costa Azul fue integrar la música en el esquema de vida de los mexicanos, es decir, que sus cumbias dieran sentido a su estilo de vida bajo ciertos valores socioculturales. De esta forma, Tovar se constituyó en el primer cantante de grupos musicales de corte popular con convocatoria nacional e internacional”, define Ávila en su ensayo “Crisis económica y música popular en Monterrey entre 1970 y 1990”.
En ese sentido, Ávila Juárez recuerda el concierto masivo que tuvo Rigo en el Río Santa Catarina en 1981, y que cinco años después cerró sus puertas la Fundidora de Fierro y Acero en Monterrey tras declararse en quiebra; una señal clave del momento complicada que vivían los regios en aquel momento.
Aunque Rigo Tovar logró grabar en los estudios Abbey Road de Inglaterra, donde también lo hicieron The Beatles, su música no logró ser tan compleja como su mismo éxito. Más allá de un fenómeno musical, fue un ícono social, y eso no le quita mérito. Podrán gustarnos o no las canciones que nos dejó, con su toque melancólico pero alegre, pero es indudable que se consolidó como un ídolo de las multitudes por las razones antes expuestas.
Gracias a este cantante miles de personas pudieron sortear una de las crisis más importantes de su vida en los 80, se convirtió en el sostén anímico de millones de almas para salir adelante, y eso es también un trabajo que hace el arte. Rigo es amor y vida, aún con su “tachún tachún”.
A veces las personas común y corrientes, de a pie, no buscamos la gran estructura musical y compleja para admirarla, sino alguien que nos comprenda y nos cobije sobre como nos sentimos. Por eso la música popular abraza, porque es empática con el público y resuelve sus necesidades. Rigoberto ya entregó cuentas con Dios y la cultura popular desde hace 20 años, pero su legado e importancia quedarán como un precedente que ya muchos estudian desde donde tanto lo criticaron: la academia.