Seleccionar a las industrias ganadoras

Jueves 17 de abril de 2025

Redacción La-Lista

Seleccionar a las industrias ganadoras

La política industrial debe enfocarse en sectores más que en empresas y apoyarse en un enfoque de portafolio.

¿Qué industrias debería promover el gobierno?

Ahora que la política industrial vuelve al centro de la discusión sobre la estrategia energética, me he encontrado en más de una charla donde alguien pregunta: ¿cuáles industrias debe promover el gobierno? Quien cuestiona no siempre plantea los criterios base para realizar esa identificación. ¿Se refiere a las industrias que podrían generar más utilidades? ¿A las que tienen mayores posibilidades de generar empleos “bien” remunerados? ¿A las que generarán una derrama de conocimiento o propiciarán el desarrollo de cadenas de proveeduría? ¿A las “estratégicas”?

Una vaga noción sobre industrias que alcanzaron el éxito en otro país o una anécdota sobre las empresas que están de moda en la bolsa de valores informa, en ocasiones, la inquietud por saber la respuesta. ¿No debería promoverse la fabricación de automóviles eléctricos, de baterías sin litio o de chips para computadoras, como se hizo en tal o cual parte, porque son las industrias del futuro? ¿Qué tal la profundización de la mecanización y las tecnologías de digitalización en el campo? ¿Por qué no dedicar recursos a las industrias de la salud o las aplicaciones de la biología molecular en lugar de al transporte?

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Son preguntas legítimas, cargadas de buenos y razonables deseos, pero que en última instancia piden una respuesta que, si no es imposible, colinda con lo imposible. La omnisciencia y omnipotencia son ajenas tanto a los humanos como a sus estructuras de gobierno. Nadie sabe cómo será el futuro, ni empresarios ni funcionarios públicos tienen esa capacidad. Ninguno puede afirmar con certeza creíble que la industria A o el modelo de negocios B alcanzará los objetivos de rentabilidad, empleo, justicia social o lo que aplique conforme a las preferencias del aspirante a promotor de la prosperidad.

Pero hay algunas consideraciones básicas que pueden ayudar a navegar el mar de incertidumbre de las inversiones y evitar errores en la política industrial. En una conferencia de 2001, Warren Buffet explicó a los estudiantes de negocios de la Universidad de Georgia diversos aspectos de su proceso para determinar si conviene o no invertir en empresas. Entre otras perlas, compartió con su reconocida elocuencia una sugerencia en dos partes, relevante tanto para inversionistas como para funcionarios cuya tarjeta de presentación remita a alguna responsabilidad sobre política industrial.

Primero, observó Buffett, es preciso procurar mantenerse dentro del círculo personal de competencia. Es el espacio donde “entiendo (lo que las empresas en un sector) hacen, entiendo la economía y los aspectos competitivos del negocio”. Segundo, conviene reconocer que la dificultad de identificar empresas “ganadoras” es muchísimo mayor que la de reconocer a las industrias “perdedoras”.

Para ilustrarlo, reflexionó sobre el curso de la industria automotriz estadounidense. Al comenzar el siglo XX, había 2 mil empresas en este sector; unas cuántas décadas después quedaban solamente tres, con resultados de rentabilidad bastante mixtos. ¿Podía saberse, inquirió Buffett, cuáles tres de las 2 mil compañías serían exitosas? Imposible. Pero sí podía afirmarse con razonable seguridad que los automóviles reemplazarían a una gran proporción de los caballos. Apostar contra los caballos era la vía clara, no así apostar a una empresa automotriz en particular.

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Rumbo a esta reflexión comparó, siempre enfatizando su círculo de competencia, el posible futuro de las empresas de chicles y del internet, y se dio tiempo más adelante para hablar de las aerolíneas, los fabricantes de televisiones, la radio, la Coca-Cola y otros productos. Si, por ejemplo, se conocían los determinantes económicos del mercado de chicles, era razonable esperar que las empresas líderes en ese momento permanecieran vivas por los siguientes 10 años o más. El internet no cambiaría necesariamente el hábito de masticar chicles. Pero dentro de su propio círculo de competencia, Buffet señalaba, no le era posible saber cuál modelo de negocio de internet sería el que prosperaría. Compraba en Amazon y se divertía navegando en internet, mas no tenía elementos para lanzarse de lleno a invertir en un negocio que todavía no entendía. Y extendía la sugerencia a la audiencia: no invertir en aquello que no se entiende.

Si el inversionista privado más exitoso de la era moderna tiene este tipo de reservas sobre cómo elegir empresas ganadoras –es decir, modelos de negocio ganadores–, a los promotores de la política industrial les convendría tomar sus propios análisis con una dosis de escepticismo. Por un lado, su círculo de competencia incluye (se supone) a las políticas públicas y la regulación, pero probablemente no incluye el lanzamiento, la administración y la adaptación de empresas que compiten en un ambiente volátil y cambiante. No es lo mismo ser funcionario que empresario, aun reconociendo que ambos juegan papeles clave para la economía. Por el otro, es más fácil identificar qué productos saldrán del mercado –transporte urbano a caballo, máquinas de escribir, automóviles sin conectividad, mapas impresos, videocasetera, etcétera– que cuáles prosperarán. Es más fácil saber cuáles necesidades básicas, ampliamente definidas, permanecerán: alimentación, vivienda, salud, educación, entretenimiento. Pero no lo es tanto adivinar cómo cambiará la manera de atenderlas.

¿Qué industrias o modelos de negocio debe promover entonces la política industrial? Las reflexiones de Buffett corresponden al inversionista privado, pero pueden usarse para pensar en criterios de promoción sectorial. Impulsar sectores ampliamente definidos, como transporte o la movilidad, más que a algún tipo de automóvil o empresa. Contar con un portafolio diversificado de inversiones ayudaría también, porque no es posible saber a ciencia cierta cuáles prosperarán o fracasarán.

Son reflexiones compartidas desde hace 200 años por economistas, con la salvedad de que ellos enfatizan la promoción de actividades que aportan beneficios a amplias capas de la población, difícilmente accesibles sin el apoyo gubernamental. Los ejemplos típicos de esas actividades incluyen el estímulo a la investigación y el desarrollo tecnológico, la educación en segmentos específicos, la infraestructura, la limpieza del medio ambiente, la seguridad y la defensa. No incluyen fábricas de televisiones, plásticos, acero o calzado, ni cafeterías, salones de belleza o jugueterías, ni una larga lista de productos de sobra atendidos por el mercado. Hay sutilezas sobre cómo y cuándo desplegar los apoyos gubernamentales, pero esa es harina de otro costal. Como sea, al invertir en las áreas donde las capacidades de los mercados enfrentan límites, los funcionarios deben pensar con una mentalidad de portafolio, diversificando riesgos y quizás haciendo apuestas informadas. Sobre todo, deben mejorar el ecosistema para el florecer masivo de las personas y las empresas.

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