Siria a la deriva, otra vez
Historias peregrinas

Periodista, escritor y editor. Autor de los libros Norte-Sur y El viaje romántico. Director editorial de purgante. Viajero pop.

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Siria a la deriva, otra vez Siria a la deriva, otra vez
Los rebeldes sirios posan con una bandera de la oposición siria mientras celebran la toma rebelde de Damasco, en Homs, Siria, el 8 de diciembre de 2024. Foto: EFE/Bilal Al Hammoud.

No deja de ser bochornoso el entusiasmo con el que Occidente se ha vanagloriado con la reciente caída de Bashar Al-Asad en Siria. No tanto por lo que simbolizaba Al-Asad como gobernante autoritario, sino considerando lo que supone que el líder rebelde Abu Mohammed al-Jolani, otrora fundador de la filial de Al-Qaeda en Siria, sea la figura que consolide todos los aires renovadores en torno al país.

Si bien es cierto que al-Jolani se desvinculó de Al-Qaeda públicamente desde hace tiempo, el movimiento de islamismo radical que hoy dirige, Tahrir al-Sham, sigue siendo considerado una organización terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos, ese mismo bloque que hoy llama a construir una nueva Siria, de ser posible más afín a los intereses occidentales y menos dependiente de lo que propongan Irán y Rusia, los países que le habían permitido a Al-Asad perpetuarse en el poder y cuyos conflictos abiertos con Israel y Ucrania explican el imparable ascenso rebelde.

No soy partidario de hablar de sectarismo religioso como diagnóstico supremo cuando se habla de guerras civiles instigadas por terceros países con intereses específicos en Medio Oriente. Es verdad que el estilo de tiranizar de Al-Asad, proveniente de una elite alauita —que, no está de más recordarlo, no representa fielmente a toda la comunidad alauita en Siria—, ha provocado una brecha aún más grande entre sunitas —que no es sinónimo de salafistas— y chiitas, de donde se derivan las minorías alauitas y drusas con dinámicas particulares, pero el derramamiento de sangre se explica por cuestiones fundamentalmente económicas y políticas, de las que todos han sacado tajada: desde Estados Unidos y la Unión Europea, hasta Rusia, Irán y Turquía, quizá el país que más ha salido reforzado de todo esto.

En una entrevista que conviene recuperar cada que se aborde el fenómeno sirio en toda su complejidad, el intelectual opositor Yasmin al Haj Saleh firmó ante el periodista Andrés Mourenza una sentencia que debería servir para comprender el estado de abandono del pueblo sirio: “El mundo no ayudó a Siria a cambiar a mejor, y por ello Siria contribuyó a que el mundo se convirtiese en un lugar peor”.

Antes de seguir aproximándonos a las crisis humanitarias desde un pedestal académico y geopolítico, pensemos en todo lo que ha tenido que soportar la población siria no radicalizada en las últimas dos décadas: el puño de hierro de Asad, una guerra civil, la crisis de refugiados, la sombra del terrorismo islámico y, por si fuera poco, una transición de gobierno que no pinta para ser particularmente esperanzadora, con todo y el animo festivo que ha buscando imponer la agenda occidental.

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