Saturday Night Live cumplió 50 años, pero hace muchísimo tiempo que no me río con un sketch de ese programa de comedia. De hecho, tiene todavía más tiempo que no lo veo porque dejó de parecerme lo mínimamente gracioso, y ahora sólo me asomo muy de repente a algunos videos que van apareciendo en redes sociales. Pocos logran robarme apenas una sonrisa. Pienso que hasta los mejores escritores de comedia pueden sufrir delirios de grandeza y ser incapaces de darse cuenta cuando ya dejaron de ser graciosos.
Aclaro que esto no tiene nada que ver con el talento de los comediantes. Hay de todo en los elencos de ese programa: los muy talentosos, los menos y los que de plano parecen muebles. Quizá sea que, en tiempos posglobalización, yo ya no conecto con el humor tan local de los vecinos del norte. Es cierto que, a través de 50 años de existencia, Saturday Night Live le ha dado proyección a algunos de los mejores comediantes de Estados Unidos… pero no son los mejores del mundo, ¿o sí?
Son bien conocidas las historias de grandes comediantes que, desde el mismísimo inicio de este proyecto, fueron considerados o formaron parte de alguna temporada, pero no pasaron el filtro de su creador, el ahora célebre e influyente Lorne Michaels, y tuvieron que marcharse. Ahí están los nombres de gente tan exitosa (y realmente graciosa) como John Goodman, Julia Louis-Dreyfus, Jim Carrey, Jennifer Coolidge y muchos más.
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Pero esto no es un homenaje ni un recuento de la historia de tal programa. Si les interesa conocer más, hay mucho de cómo se originó y sobre el temperamento de su productor en la película de reciente lanzamiento, Saturday Night (2024). Aunque, si me lo preguntan, me parece tan desangelada como las últimas temporadas de este programa, quizá -o precisamente- porque no hay manera de imitar el carisma ni captar la esencia de la generación de comediantes de los 70 con actores jóvenes y comediantes de la actualidad.
¿Sabían que en México estuvimos a punto de tener nuestro propio Saturday Night Live? Pregunto si acaso lo saben porque es obvio que la mayoría (afortunadamente) ya lo olvidó. En 2013 se anunció que Eugenio Derbez y Fernando Rovzar habían comprado los derechos de la marca y que el programa sería producido por Adriana Bello. Fue un sonado fracaso. Se dijo que el proyecto avanzó mucho y hasta se realizó un programa piloto, pero hasta hoy casi nadie lo ha visto de tan mal que quedó.
Honestamente, qué bueno que no hubo SNL México. En su momento se manejó un elenco tentativo, pero sólo por imaginar una versión actualizada, piensen en un programa que hoy juntara a gente como Chumel Torres, Alan Estrada, René Franco, Brozo, Sofía Niño de Rivera y hasta Adrián Marcelo, y que sus productores nos dijeran que es “diverso” sólo porque incluyen hombres, mujeres y gays, cuando prácticamente todos tienen las mismas inclinaciones ideológicas y/o políticas.
Algo así se ha vuelto SNL en Estados Unidos. Dejó de ser contracultural y ahora es prosistema. ¿Qué sistema? El que a su productor le convenga. Insisto en que los comediantes son tema aparte, es claro que en ese programa siempre hay un elenco diverso e incluyente, pero volviendo al criterio y temperamento de su creador, hay muchos casos de talento que fue despedido por no ceñirse a la línea del programa.
A pesar de que inicialmente, como podemos ver en la película antes mencionada, el proyecto no fue tomado en serio por la televisora, con los años se ha convertido en una auténtica institución americana, y la manera en la que influye en la opinión del público -no solamente estadounidense- es tremenda. Hoy es una plataforma de lujo para cualquier invitado (incluso figuras políticas) que quiera lanzar un mensaje, y esto ha vuelto a Lorne Michaels prácticamente intocable.
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Cada sábado por la noche, estos comediantes le dictan a los ciudadanos de Estados Unidos lo que tienen que pensar, lo que les debe gustar, lo que hay que comprar y también lo que hay que odiar, y lo hacen valiéndose del sentido del humor que es algo que todos los humanos necesitamos para vivir. ¿Pero por qué hemos normalizado todo esto? Una élite que construye las narrativas que recibimos, damos por ciertas y aceptamos como norma.
Y digo que en México también lo normalizamos porque -con o sin SNL- no es algo nuevo para nosotros. Quizá los mensajes políticos en programas cómicos no siempre son tan obvios como en -por decir- El privilegio de mandar (2005), pero al fin y al cabo la sátira política y el teatro de revista también son parte de nuestra cultura. Yo me refiero, sobre todo, a la influencia de las televisoras en la opinión pública, pues si hablamos de polarización en México sólo hay que recordar la creada por Televisa y TV Azteca. Hubo un tiempo en que el país estuvo dividido entre los mexicanos que le creían a una o le creían a la otra.
Para mí, el efecto de Saturday Night Live es comparable con lo que programas de antaño como Chespirito y Siempre en Domingo lograron en los mexicanos, y no lo digo como un halago. Me queda clarísimo que ambas televisoras añoran la época dorada de la televisión mexicana, cuando el público era absolutamente pasivo y pasaba grandes cantidades de tiempo consumiendo solamente su programación. Por fortuna ya hay más opciones, y con esto no quiero decir que tales opciones sean mejores para nuestra salud mental o que las televisoras no hayan encontrado otros contenidos para enganchar a los nuevos públicos.
Los videos que he visto de la celebración del 50 aniversario de Saturday Night Live, más que divertirme o sorprenderme, me asustan un poco con su grandilocuencia y autoimportancia. Ver a un inmenso público conformado por puras celebridades de distintas generaciones, reunidas casi como un mitin político (o culto religioso), escuchando números musicales de artistas igualmente legendarios como David Byrne o Cher, junto a Robyn y Lady Gaga, o incluso bandas como The Fugees y los sobrevivientes de Nirvana reuniéndose para la ocasión, es en definitiva una muestra del músculo de SNL, pero también es el triunfo de la hegemonía estadounidense y de la colonización del pensamiento.
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BREVES
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