Año con año, los medios de comunicación dedicamos miles de espacios y miles de horas al aire para hablar de la entrega del Oscar: las películas nominadas, los ganadores y los perdedores. Pero en 2025, quizá más que nunca, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood ha caído en tantas incongruencias, chismes, injusticias e incluso cinismo, que la hacen perder aún más credibilidad y que la volverían irrelevante, de no ser porque el público sigue aferrándose a viejas instituciones como esta.
Es por ello que, a unos días de la premiación, he optado por no reseñar, hacer pronósticos ni subirme al tren de los Oscares. En cambio, hoy me parece más interesante analizar el estado actual de la cinematografía a partir de una carta publicada en 1934 por el profesor húngaro László Moholy Nagy, influyente teórico del arte de la escuela Bauhaus que también era un apasionado del cine (y fue inspiración para la película The Brutalist). Es increíble que, a casi un siglo de su publicación, la industria cinematográfica siga atrapada en el mismo círculo vicioso que él describió.
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“Carta abierta a la industria cinematográfica y a todos aquellos interesados en el desarrollo del buen cine” (Extractos).
¿Debemos quedarnos cruzados de brazos mientras la estupidez y la torpe inexperiencia destruyen ante nuestros ojos una herramienta tan maravillosa como el cine?
El observador imparcial no puede dejar de notar con gran preocupación que, año tras año y en todo el mundo, la producción cinematográfica se vuelve cada vez más trivial. El cine actual no proporciona ningún placer al ojo y a la mente educados.
Esta crítica no se restringe a la dimensión artística del cine. Toda la industria cinematográfica se encuentra amenazada, así lo demuestra su creciente incapacidad de generar beneficios financieros. Se destinan sumas gigantescas a experimentos desesperados, a extravagancias y cuestiones superficiales ajenas al cine; decorados monstruosos, aglomeración de famosos y salarios inmensos para contratar actores que resultan inapropiados para el cine. Nunca se podrá cubrir estos gastos y por eso el cine está volviendo a caer en manos de “aventureros”, esos de los que ya había sido rescatado cuando fue un negocio puramente especulativo.
La raíz de todos los males es la exclusión del creador de cine experimental, el productor independiente y libre.
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La vitalidad de las pequeñas obras, su fe en el arte cinematográfico, no movía montañas pero le daba dolorosos golpes a la industria. Esta última contraatacó sin tomar en consideración la importancia de estos movimientos innovadores y su esfuerzo por desarrollar las dimensiones artísticas del cine. Se erradicó cuidadosamente todo elemento que pudiera siquiera sugerir un propósito experimentador. Su triunfo definitivo llegó con la necesidad de disponer de edificios especialmente diseñados para producir y proyectar cine sonoro y la consiguiente monopolización comercial del “arte cinematográfico”.
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El camino había quedado libre para el negocio mecanizado. La victoria de la industria era total.
Todo estaba de su parte: la legislación sobre cuotas y las restricciones a la importación, la censura, la distribución, los propietarios de salas y la poca visión de los críticos. Pero la victoria de la industria ha tenido su precio. La destrucción del arte en beneficio del negocio ha regresado como un búmeran para golpear al cine comercial. La gente no va a ver películas aburridas, a pesar de los cálculos de beneficios de los magnates del cine basados en la teoría de que todo adulto debe ir al cine dos veces por semana, por un precio medio de tantos centavos, peniques o céntimos por entrada.
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¿Ayudará ahora el artista a la industria, a pesar de todos los golpes recibidos, y hará recapacitar al lado comercial? ¿Exigirá con argumentos económicos la devolución de las armas del espíritu que arrebataron de sus manos?
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Bien, lo haremos.
Ahora somos nosotros los que empezaremos a calcular los beneficios.
László Moholy-Nagy
Sight and Sound (1934)
BREVES
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