Desaparecido: una hija que lleva 40 años buscando a su padre, secuestrado por la dictadura militar de Guatemala
Fotos de civiles desaparecidos en una pared en Nebaj, Guatemala. Más de 40 mil personas fueron víctimas de desaparición forzada durante la larga guerra civil de Guatemala. Foto: Robert Nickelsberg/Getty Images

Un día, cuando ella tenía 12 años y todavía era nueva en las formas de recordar a los muertos, Ana Isabel Bustamante sacó una fotografía del clóset donde su madre guardaba su ropa oscura y sus cosas más preciadas.

Ana colocó la foto en una pequeña mesa que estaba en la sala de estar, donde permaneció durante dos días. Al tercer día, incapaz de seguir mirando el rostro joven y barbudo que aparecía en la foto, su madre volvió a guardarla en el closet.

El hombre que aparecía en la foto era el padre de Ana, Emil Bustamante López, veterinario, sociólogo y activista político que fue detenido en Ciudad de Guatemala el 13 de febrero de 1982. Emil nunca llegó a la fiesta familiar para la que su esposa preparaba un pastel ese día. Tampoco conoció a Ana, su hija menor, que nació ocho meses después. En cambio, se convirtió en una de las 40 mil personas que fueron desaparecidas forzosamente durante los 36 años de guerra civil en Guatemala.

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Una foto familiar de Emil Bustamante López y su esposa, Rosa María Cruz López. Foto: proporcionada

Cuatro décadas después de su desaparición, su familia presentó un caso ante el comité de derechos humanos de la ONU, un grupo de expertos independientes que supervisa el cumplimiento del pacto internacional de derechos civiles y políticos por parte de los países. Es la primera vez que se solicita al comité que examine un caso de desaparición forzada en Guatemala.
Aunque ella nunca conoció a su padre, la vida de Ana –al igual que la de su madre, Rosa María, y la de su hermana, Flora– ha estado inevitablemente marcada por su desaparición.

Tras la desaparición de Emil, Rosa María tomó a Flora y huyó a México, donde nació Ana y donde vivieron hasta que esta cumplió cuatro años. Aunque Rosa María hizo todo lo que pudo para protegerse a sí misma y a sus hijas del daño físico, no pudo hacer mucho para proteger a las tres de las consecuencias psicológicas de perder a un ser querido debido a una desaparición forzada: el enojo; el dolor; la desolación y el terrible e interminable sentimiento de no saber.

“No existe un proceso de duelo lineal con las desapariciones forzadas“, comenta Ana, una cineasta que vive en España desde hace 12 años. “Mientras exista la posibilidad de que la persona siga viva –aunque sepas que no lo está–, mientras no haya un cuerpo o una tumba, no puedes terminar el proceso de duelo. Sigues adelante y después retrocedes, adelante y después retrocedes”.

Hace cuatro años, Ana estrenó un filme titulado La asfixia, en el que relató sus intentos de conocer a su padre y averiguar qué ocurrió cuando desapareció a los 32 años. Mientras buscaba rastros de él en fotos, videos, cartas, los recuerdos de su madre y la antigua casa familiar, descubrió tanto el alcance de la implicación secreta de su padre con el Partido Guatemalteco del Trabajo comunista como la magnitud del sufrimiento y la resiliencia de su madre.

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Rosa María Cruz López con sus hijas pequeñas, Ana y Flora. Foto: proporcionada

“Quería mostrar los sentimientos que las detenciones y las desapariciones forzadas provocan en los miembros de la familia”, explica Ana. “Quería mostrar la lucha que ha tenido que librar mi madre; quería destacar lo que ella y otras tantas mujeres se han visto obligadas a pasar porque la gente ha dicho, ‘Si no buscas a tu ser querido desaparecido, entonces eres cómplice’. Pero si los buscabas te llamaban comunista”.

Durante los siete años que tardó en realizar la película, Ana analizó sus propios sentimientos de abandono y las consecuencias psicológicas más generales de un conflicto que cobró 200 mil vidas e implicó actos de genocidio perpetrados contra la población indígena maya de Guatemala.

Las desapariciones forzadas crean una isla de dolor interior“, comenta Ana. “Te da demasiado miedo hablar de la víctima desaparecida y por eso no puedes encontrar ningún grupo de apoyo. Y eso te deja solo con tu dolor”.

Ana y su familia saben que la investigación de la ONU será un proceso largo y lento. También saben que las posibilidades de saber qué fue exactamente lo que le ocurrió a Emil son escasas, al igual que la probabilidad de encontrar su cuerpo.

“Me encantaría encontrar una tumba y que sus restos estuvieran ahí. Entonces podría decir: ‘Aquí está. Esto sucedió’. Pero es muy complicado, ya que hicieron un gran trabajo asegurándose de que las víctimas no reaparecieran”.

El objetivo de presentar el caso ante el comité de la ONU es recordarles a las personas lo que ocurrió en Guatemala y hacerles entender que las décadas de violencia no terminaron de forma clara con la firma de los acuerdos de paz en 1996.

Aunque el exdictador de Guatemala Efraín Ríos Montt fue declarado culpable de genocidio en mayo de 2013, la condena fue rápidamente anulada por la Corte de Constitucionalidad del país, y la impunidad continúa hasta el día de hoy.

“Quiero que la gente sepa lo que ocurrió en Guatemala porque todavía es muy desconocido”, señala Ana. “Quiero que la gente lo sepa y que entienda la magnitud del horror de las detenciones y las desapariciones forzadas: las víctimas no son únicamente las personas que desaparecieron; también lo son los familiares que se quedan atrás y que quedan destrozados. Los vivos también son víctimas”.

Teresa Fernández Paredes, asesora de derechos humanos de la Organización Mundial Contra la Tortura –que está ayudando a la familia con el caso presentado ante la ONU– comenta que el colapso del Estado de Derecho y los ataques contra la independencia judicial bajo el actual presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, significan que aquellos que buscan justicia no tienen más remedio que buscar más allá de las fronteras del país.

“Las perspectivas para los familiares de las más de 40 mil víctimas de desaparición forzada identificadas son muy desalentadoras”, dice Fernández. “La única esperanza en este momento reside en la comunidad internacional, en particular con el caso de Ana Bustamante y su familia que ahora está ante el comité de derechos humanos de la ONU. Las víctimas del conflicto armado siguen pidiendo justicia. Merecen encontrar a sus familiares, enterrarlos y llorarlos”.

Independientemente de si llega a encontrar el cuerpo de su padre, Ana cree que sus investigaciones la han acercado más al menos al hombre que nunca conoció. Ahora sabe la respuesta de la pregunta que una vez le hizo a su madre cuando era pequeña: “¿Mi papá se fue porque no quería conocerme?”

Hasta que realizó La asfixia, siempre había dado por sentado que los relatos sobre su padre eran algo más que de carácter santoral.

“Pensaba que se trataba simplemente de personas que hablaban bien de los muertos; pensaba que tenía que tener sus defectos”, comenta.

“Después de todo, le había ocultado cosas a mi madre y me había dejado, así que no podía ser tan bueno. Pero descubrí que era un hombre maravilloso, cariñoso y comprometido. También descubrí la hermosa historia de amor que tenía con mi madre, de la que no tenía ni idea. También me llevó a comprender el dolor de mi madre, un dolor que nunca ha superado”.

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