El creador japonés de <i>Mi primer mandado</i> habla sobre el éxito televisivo de las estrellas infantiles
Una escena de Old Enough. 'Nuestra esperanza es documentar esta tradición antes de que desaparezca gradualmente', comenta Junji Ouchi. Foto: Netflix

Tres décadas después de su primera emisión en la televisión japonesa, la audiencia internacional descubre la razón por la que Mi primer mandado, un programa que convierte en estrellas a niños de tan pequeños como de dos años, ha gozado de una popularidad tan perdurable.

Descrito por Stuart Heritage, de The Guardian, como “una absoluta montaña rusa de emociones que te deja destrozado”, el programa sigue un formato sencillo y agradable para el público.

Los niños de entre dos y cinco años son enviados solos a realizar su primer mandado por sus nerviosos padres. Mientras los niños sortean las calles y el transporte público, un equipo de camarógrafos disfrazados de transeúntes capta cada parte emocional de su viaje, desde la frustración llena de lágrimas por haberse perdido, hasta la euforia de regresar a sus aliviados padres, con el mandado cumplido.

Los deberes que se plantean en el programa reflejan los mandados que los niños japoneses realizan en la vida real, aunque por cada familia rural que se alegra de enviar a su hijo de cuatro años a la tienda de la esquina hay otra en Tokio que se estremecería ante la idea de exponer a sus hijos a los peligros potenciales al acecho en las concurridas calles urbanas.

En uno de los episodios, Hiroki, un niño de dos años, sortea el tráfico en un viaje de 20 minutos para ir a la tienda a comprar flores, curry y pasteles de pescado para su madre. En otro episodio, a Hinako, que está a punto de cumplir cinco años, le encargan que le entregue un hara-obi (cinturón de maternidad tradicional) hecho a mano a una vecina embarazada antes de comprar wakame (un tipo de alga comestible) y recoger cebollas y coles del huerto familiar.

Durante el mandado en el mercado local, Yuka, de tres años de edad, compra fideos udon y tempura, pero regresa con pargo en lugar de los camarones solicitados por su madre. Todo queda rápidamente perdonado.

El creador, Junji Ouchi, explica que la serie sigue atrayendo al público porque se centra en una característica muy apreciada de la vida familiar japonesa.

Ouchi, que sigue siendo el director ejecutivo del programa, comentó que se inspiró en la práctica “ampliamente aceptada” entre los padres japoneses de pedirle a sus hijos que hagan los mandados solos.

“Pensé: ¿y si filmamos a un niño cuando lo envían a hacer su primer mandado, sin que sea consciente de lo que estamos haciendo?”, explica. “Tal vez encontremos algo en las imágenes que valga la pena para la televisión”.

“La situación de las familias ha cambiado de forma drástica en los más de 30 años que han pasado desde que comenzamos a hacer esto, sin embargo, en Japón sigue existiendo la tradición de enviar a los niños a hacer mandados. Nuestra esperanza es documentar esa tradición antes de que desaparezca gradualmente”.

Y lo que los espectadores no ven son los mandados que no funcionan, aunque Ouchi comenta que prefiere no calificarlos como fracasos. “Empezamos a hacer simulaciones y aprendimos que de cada 10 mandados que filmamos, aproximadamente uno será material para la televisión. Hasta hoy, solo nos centramos en grabar esos primeros momentos de los mandados y uno de cada seis o diez es emitido”.

La serie de la cadena Nippon TV, un elemento básico de la televisión japonesa desde que se emitió por primera vez con el título de Hajimete no Otsukai (Mi primer mandado) en 1991, ha conseguido un reparto de miles de familias.

El éxito de Mi primer mandado en Japón, donde todavía atrae a grandes audiencias, es la prueba de que la advertencia de que nunca se debe trabajar con niños o animales puede ser cierta a medias.

Aunque el formato ha permanecido inalterado durante 30 años, cada temporada capta los sutiles cambios que se producen en la sociedad japonesa y en la dinámica familiar. Mi primer mandado apareció por primera vez cuando la “burbuja financiera” que infló los activos de Japón estaba a punto de dar paso a décadas de estancamiento, y justo cuando el país comenzaba a lidiar con la despoblación rural y la erosión de la unidad familiar tradicional, en la que varias generaciones viven bajo el mismo techo.

“Al filmar a los niños en sus primeros mandados, documentamos un aspecto del Japón contemporáneo en un momento determinado”, explica Ouchi. “Ese es un tema importante del programa, y creemos que es una de las razones por las que, durante su larga historia, se ha ganado el apoyo de los espectadores a través de todas las generaciones”.

Los niños son las estrellas indiscutibles del programa, gracias tanto a sus éxitos como a su capacidad para lo imprevisible: una vuelta equivocada, una conversación improvisada con un “desconocido” o una visita demasiado pesada a las tiendas. “Incluso los niños que esperamos que regresen a casa rápidamente comienzan a hacer otra cosa que nos parece sorprendente”, comenta Ouchi. “A veces, su mandado termina demorándose mucho”.

“Llevamos décadas haciendo esto, pero no ha habido ningún mandado que se haya parecido a los demás. Quizás por eso hemos podido seguir haciendo el programa durante tanto tiempo sin que los espectadores se cansen de él”.

El éxito internacional de Mi primer mandado ha generado inevitablemente un debate sobre si su premisa podría funcionar en otros países, especialmente en Occidente, donde el mundo más allá de la entrada de la casa puede parecer lleno de peligros. La tercera temporada de la versión de Singapur será emitida en Netflix a finales de este año, mientras que Nippon TV indica que está considerando “muchas ofertas” para realizar adaptaciones en otros países.

Algunos usuarios de las redes sociales han cuestionado la ética de enviar a los niños pequeños a lo desconocido, aunque sean seguidos por los equipos de camarógrafos y el personal durante el trayecto.

Sin embargo, la productora del programa, Naoko Yano, afirma que las familias están dispuestas a participar en un documental, no en un reality show de televisión explotador. “Seleccionamos familias que planean pedirle a su hijo que haga su primer mandado de cualquier manera, independientemente de si serán filmados o no”, explica. “Intentamos encontrar familias que nos permitirán grabar sus historias”.

“Las familias son las que deciden qué mandado quieren que haga su hijo, nosotros no les decimos lo que tienen que hacer. En realidad, compartimos historias de fracasos que ocurrieron en el transcurso de los años y ofrecemos consejos para que su hijo se sienta motivado respecto a su mandado”.

La relación de los productores con las familias se prolonga mucho tiempo después de su aparición, principalmente a través de tarjetas de felicitación de año nuevo y cartas. Algunas escriben para compartir los hitos familiares, cuando su hijo comienza a estudiar en una nueva escuela o se casa.

Un espectador que apareció en el programa cuando era niño incluso contactó a la cadena para filmar a su propio hijo haciendo un mandado.

Ouchi cree que la versión benévola del amor duro dispensado en Mi primer mandado brinda a los niños demasiado pequeños como para atarse las agujetas la oportunidad de exhibir niveles sorprendentes de autonomía y emprendimiento.

“Todo lo que realmente queremos es que el niño pase un día increíble lleno de recuerdos que atesorará durante el resto de su vida”, comenta. “A veces los adultos tienen que jugar a ser los malos para animar a un niño a ser independiente. Entonces, cuando los adultos ayudan a un niño por amabilidad, ¿podría deberse a que no los ven como iguales? Intentamos asegurarnos de que los niños no sientan que siguen siendo tratados como bebés”.

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