‘Volver al padre’: el científico que intenta viajar a 1955
El profesor Ronald Mallett con láser de anillo en la Universidad de Connecticut, en 2015. Foto: Bloomberg/Getty Images

El profesor Ronald Mallett cree que ha descubierto la manera de viajar en el tiempo. El secreto, comenta, consiste en retorcer el tejido del espacio-tiempo con un anillo de láseres giratorios para crear un bucle temporal que te permitiría viajar al pasado.

Se necesitarán muchas más explicaciones y experimentos, pero después de medio siglo de trabajo, este astrofísico de 77 años ya lo tiene claro. Su afirmación no es tan ridícula como podría parecer. Departamentos académicos enteros, como el Centro del Tiempo de la Universidad de Sídney, se dedican a investigar la posibilidad de viajar en el tiempo.

El Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) trabaja en una “máquina de inversión temporal” para detectar la materia oscura. Por supuesto, todavía hay muchos físicos que creen que viajar en el tiempo, o al menos viajar al pasado, es algo imposible, sin embargo, ya no se trata del sueño guajiro de ciencia ficción que era antes.

No obstante, la historia de cómo Mallett, ahora profesor emérito de la Universidad de Connecticut, llegó a este punto podría haber sido sacada directamente de un cómic. Un año después de perder a su padre, Boyd, a los 10 años, Mallett tomó un ejemplar de La máquina del tiempo, de H.G. Wells, y tuvo una epifanía: iba a construir su propia máquina del tiempo, viajar a 1955 y salvar la vida de su padre.

Mallett sigue idolatrando a su padre y piensa en él todos los días. Fue excepcionalmente cercano a Boyd, a quien describe como un “hombre renacentista” guapo, erudito y divertido que intentaba despertar la curiosidad de Mallett y la de sus dos hermanos y hermana.

“Cuando falleció, fue como si se apagara una luz. Me quedé conmocionado”, comenta Mallett por teléfono desde su estudio en Connecticut.

Boyd se fue a dormir con su esposa, Dorothy, la noche de su undécimo aniversario de bodas y dejó escapar un profundo suspiro. No fue hasta que ella le dio un empujoncito y su cabeza cayó de la almohada “como un saco de harina” que Dorothy se dio cuenta de que algo no andaba bien. Esa misma noche, Mallett se despertó con su madre llorando desconsoladamente y con la noticia de que su padre había muerto de un infarto.

“No podía comprender cómo era posible. Hasta el día de hoy me cuesta creer que se fue. Incluso después de 60 años”, comenta.

Boyd luchó en la Segunda Guerra Mundial y, cuando regresó a casa, utilizó la Ley de Reajuste de Militares, que ayudaba a los veteranos militares que reunían los requisitos necesarios a pagar sus estudios, para formarse en electrónica. Boyd llevaba a casa giróscopos y aparatos de radio galena, los desarmaba y les explicaba a sus hijos cómo funcionaban. Cuando la familia se mudó a un nuevo complejo de departamentos en el Bronx a finales de los años 40, Boyd empezó a trabajar como reparador de televisiones.

“Yo lo adoraba”, dice Mallett. “Uno de mis mayores placeres era encontrarme con él cuando bajaba del metro y llevaba su caja de herramientas a casa. Él iluminaba literalmente la habitación cuando entraba”. Aunque Boyd ganaba un sueldo modesto, mimaba a sus hijos y a su madre. “Él trabajaba muy, muy duro, le encantaba tener una familia, y le encantaba jugar con nosotros”, explica Mallett.

“Una de las últimas cosas que recuerdo fue – (en) una de las últimas Navidades– que queríamos una bicicleta, y él aceptó un trabajo extra. Y los tres niños recibieron una bicicleta; fue increíble que lo hiciera”.

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Rod Taylor en la película El Tiempo en Sus Manos (1960). El libro causó una gran impresión en Mallett cuando era niño y estaba en duelo por la muerte de su padre. Foto: Allstar Picture Library Limited./Alamy

Tras la muerte de Boyd, la burbuja de seguridad que había creado para su familia desapareció. Dorothy y los niños se mudaron a Altoona, Pensilvania, para estar más cerca de los padres de ella. Un día, mientras Mallett y sus hermanos paseaban por su nuevo vecindario para reunirse con amigos, vieron a cuatro niños blancos que jugaban cerca y se acercaron a ellos para saludarlos. Cuando se acercaron, uno de los chicos les espetó la palabra con “N”.

Nadie había llamado nunca así a Mallett. Algo en él estalló y golpeó al chico hasta que se disculpó. “Ya estaba en la oscuridad. Y eso solo contribuyó, creo. Me estaba desmoronando porque estaba sumido en una profunda depresión después de su muerte”, comenta Mallett.

Mallett nunca tuvo motivos para reflexionar sobre su raza en el Bronx. “El vecindario en el que vivíamos era predominantemente un vecindario judío blanco. Y nunca experimenté ningún sentimiento de prejuicio. De hecho, yo era el único afroamericano en la tropa de Boy Scouts, compuesta principalmente por judíos blancos, y sentía que no me trataban de forma diferente a los demás”, explica.

Mallett se convirtió en un estudiante que se iba de pinta y se refugió en el reconfortante mundo de fantasía de los libros y las revistas. Uno de esos libros fue La máquina del tiempo. “De alguna manera simplemente me llegó”, comenta.

“El primer párrafo cambió mi vida. Todavía recuerdo la cita: ‘Los científicos saben muy bien que el tiempo no es más que una especie de espacio y que podemos avanzar y retroceder en el tiempo, del mismo modo que podemos hacerlo en el espacio'”.

Inspirado por la imagen de la máquina del tiempo que aparecía en su ejemplar ilustrado, Mallett improvisó una réplica con su bicicleta y las piezas de repuesto de televisión y radio de su padre. Pero, por supuesto, no funcionó. En el cine, viajar en el tiempo es tan fácil como compartir una cabina telefónica con George Carlin, al estilo de La magnífica aventura de Bill y Ted; alcanzar las 88 mph en un DeLorean equipado con un condensador de flujo, como en Volver al futuro; o derramar una bebida energética sobrealimentada sobre el panel de control de un jacuzzi, como en la película de 2010, Un loco viaje al pasado. En realidad, es un poco más complicado. Bueno, viajar al futuro es fácil –de hecho, todos lo estamos haciendo ahora–, pero retroceder en el tiempo es algo que plantea un problema mucho mayor.

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Al leer Einstein a los 11 años, Mallett se dio cuenta de que existían formas de alterar el tiempo. Foto: Bettmann/Archivo Bettmann.

Decidido, Mallett siguió leyendo. Encontró un libro de bolsillo de Einstein. Incluso a los 11 años comprendió que, según Einstein, el tiempo no es absoluto. Mallett concluyó que la clave para volver a ver a su padre era comprender todo lo que contenía ese libro, así que regresó a la escuela, ascendiendo rápidamente a los primeros lugares de sus clases y graduándose con calificaciones sobresalientes.

Sin fondos para ir directamente a la universidad, se alistó a las fuerzas aéreas, con la intención de utilizar la Ley de Reajuste de Militares como lo había hecho su padre. “Era una vida muy, muy solitaria”, explica. Eligió el turno de noche para poder estudiar y “solo estaba en mi mundo, en mis libros”.

Después de las fuerzas aéreas, Mallett se inscribió a la Universidad Estatal de Pensilvania y se convirtió en uno de los primeros afroamericanos en obtener un doctorado en física. Sin embargo, a pesar de su éxito académico, no tenía la suficiente confianza para hablar públicamente sobre los viajes en el tiempo. Era la década de 1980 y aún era inaudito hablar de ello en los círculos académicos “serios”; hacerlo podía suponer un suicidio profesional.

Además, el hecho de haber crecido en unos Estados Unidos blancos le había enseñado que, por muy alto que llegara, seguía corriendo el riesgo de que le faltaran al respeto. No fue hasta mediados de la década de 1990, cuando la gente empezó a hablar de la posibilidad de viajar en el tiempo, que Mallett se sintió preparado para ser más abierto sobre su proyecto. Unos problemas de corazón lo obligaron a someterse a una cirugía de angioplastia y pasó los meses de recuperación estudiando minuciosamente su investigación.

Mallett encontró su momento de revelación en un agujero negro. Resulta que los agujeros negros en rotación pueden crear un campo gravitatorio que podría dar lugar a la creación de bucles temporales que te permitirían ir al pasado”, señala Mallett. A diferencia de un agujero negro normal, un agujero negro en rotación tiene dos horizontes de sucesos (la superficie que encierra el espacio del que no puede escapar la radiación electromagnética), uno interior y otro exterior. Entre estos dos horizontes de sucesos se produce algo denominado arrastre del marco –el arrastre del espacio-tiempo–.

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El profesor Mallett dibuja un diagrama de su láser de anillo en la Universidad de Connecticut, 2015. Foto: Bloomberg/Getty Images

“Permíteme que te diga una analogía”, comenta Mallett, con paciencia. “Digamos que en este momento tienes una taza de café enfrente. Empieza a mover el café con la cuchara. Comienza a girar, ¿verdad? Eso es lo que hace un agujero negro en rotación”. Pero, continúa, “en la teoría de Einstein, el espacio y el tiempo se relacionan entre sí. Por eso se llama espacio-tiempo. De modo que como el agujero negro está girando, en realidad va a causar una deformación del tiempo”.

Aunque los agujeros negros escasean en este rincón de la Vía Láctea, Mallett cree que puede haber encontrado una alternativa artificial en un dispositivo llamado láser de anillo, que puede crear un rayo de luz giratorio intenso y continuo, “la luz puede crear gravedad… y si la gravedad puede afectar al tiempo, entonces la propia luz puede afectar al tiempo”, explica.

Algunos de los críticos de Mallett han objetado que su máquina del tiempo tendría que ser del tamaño del universo conocido, es decir, completamente imposible. Yo le respondí. “Tienes absolutamente toda la razón; estás hablando de tipos galácticos de energía para poder hacerlo”, reconoce.

Entonces, ¿qué tan grande sería su máquina del tiempo? “Eso aún no lo sé. Lo que pasa es que lo primero que hace falta es poder demostrar que podemos deformar el espacio –no el tiempo–, deformar el espacio con la luz”.

Solo entonces, comenta, sabrá qué se necesita para hacer el resto. Mallett lo compara con el hecho de preguntarle a los hermanos Wright, justo después de su vuelo inaugural, sobre sus predicciones acerca de cómo llegarían los humanos a la Luna. Todo lo que Mallett puede decirnos por el momento es que su máquina del tiempo, independientemente de su tamaño, tendrá el aspecto de un cilindro de rayos de luz giratorios.

Por supuesto, un proyecto de este tipo no sería económico, pero es muy poco probable que un gobierno invierta sus recursos en viajes en el tiempo, y el único multimillonario lo suficientemente extravagante como para financiar un proyecto de este tipo está ocupado con Marte y Twitter.

Además, ahí está el problema. Aunque ingenieros inteligentes y multimillonarios chiflados aplicaran las teorías de Mallett, solo permitirían viajes en el tiempo hasta el momento en que se creó el bucle temporal, que nunca podría ser 1955.

A pesar de todo el trabajo y las teorías de Mallett, no existe la posibilidad de que él viaje al pasado para volver a ver a su padre. ¿Cómo se sintió cuando se dio cuenta de eso? “Fue triste para mí, pero no fue trágico, porque recuerdo que había este niño que soñaba con la posibilidad de tener una máquina del tiempo. Yo descubrí cómo se puede hacer”.

Mallett también se consuela pensando en el enorme potencial que su máquina podría suponer para el bienestar de la vida en nuestro planeta. “Supongamos que ya disponíamos de este aparato hace algunos años, y ahora tenemos medicinas que pueden curar el Covid-19. Imaginemos que pudiéramos predecir con exactitud cuándo ocurrirán los terremotos, o los tsunamis. Por lo tanto, para mí, abrí la puerta a la posibilidad. Y creo que mi padre habría estado muy orgulloso de ello”.

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