Están en el aire, en el agua, en el polvo, en los alimentos: Cómo reducir tu exposición a los microplásticos
Foto: Olena Sakhnenko/Getty Images/iStockphoto

Las motas invisibles de plástico erosionado de cepillos de dientes olvidados, envolturas de dulces y juguetes para rellenar botas de navidad están por todas partes. Viven en nuestros cestos de la ropa sucia, en la fosa de las Marianas y en el torrente sanguíneo del ser humano. Las partículas de microplástico pueden ser lo suficientemente pequeñas como para infiltrarse en barreras biológicas como el intestino, la piel y el tejido de la placenta. Ahora todos somos parcialmente de plástico, pero ¿hasta qué punto deberíamos preocuparnos y existe alguna forma de minimizar nuestra exposición?

Por el momento, explica Stephanie Wright, toxicóloga ambiental del Imperial College de Londres, la falta de datos epidemiológicos y sobre seres humanos significa que todavía no conocemos los efectos nocivos de los microplásticos, pero “yo diría que la reducción de la exposición a las partículas en general (incluidos los microplásticos) probablemente sería beneficiosa”. Sin embargo, es difícil evitarlos, dado que “están en el aire, en el agua potable, en el polvo y en los alimentos”.

Desde hace mucho tiempo, los alimentos y bebidas envasados en plástico están asociados a la limpieza, la pureza y la protección frente a la contaminación, pero ahora sabemos que algunas de las mayores exposiciones a los microplásticos, señala Wright, “probablemente proceden de los alimentos y bebidas procesados y envasados”. El desprendimiento del plástico aumenta cuando los envases se exponen al calor. “El agua caliente en vasos forrados de plástico y envases de comida para llevar también libera micro y nanopartículas, en algunos casos billones por litro, aunque se desconoce si se trata de auténticas partículas plásticas”.

Wright comenta que para reducir la exposición a los microplásticos, “yo empezaría por no calentar nada en plástico, ni consumir líquidos calientes que hayan estado en contacto con el plástico”. Esto incluye los alimentos calentados en microondas en tupperware o productos listos para calentar como el arroz hervido en bolsa y “el nailon de calidad alimentaria utilizado para envasar alimentos, como el revestimiento de bandejas para hornear en restaurantes y cocinas industriales, así como en ollas de cocción lenta en cocinas domésticas”.

En cuanto al agua, Wright prefiere el agua de la llave a la embotellada: “Algunas aguas embotelladas –incluidas las botellas de vidrio– contienen miles de partículas microplásticas por litro”. Y, en el mejor de los casos, tomaría agua filtrada. Cuando le menciono el tema del filtrado a Mark Taylor, científico ambiental jefe de la Autoridad de Protección del Medio Ambiente del estado de Victoria, en Australia, me señala que los filtros de agua domésticos también suelen estar hechos de plástico: “Al final empezará a desprenderse porque se deteriorará”.

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Microplásticos en un laboratorio. Foto: David Kelly/The University of Queensland

Esto me da la oportunidad perfecta para presumir mi jarra con filtro de vidrio y acero inoxidable, pero entonces recuerdo que los repuestos de carbón vienen en bolsitas de plástico. Cuando empiezas a observar tu consumo de plástico, es difícil no entrar en pánico. “Creo que podemos estresarnos a nosotros mismos por todas estas cosas y prestarles demasiada atención”, señala Taylor. “La realidad es que la gente vive más tiempo que antes. Algunas personas de una población (mundial) de 8 mil millones, por supuesto, se verán afectadas y posiblemente morirán como resultado de la exposición a los microplásticos”. El camino a seguir, comenta, consiste en “equilibrar el riesgo de los microplásticos con las acciones prácticas y la esperanza de vida”.

Después de estudiar exhaustivamente la exposición a microplásticos en los hogares –que es el lugar donde, señala Taylor, absorbemos la mayor parte de la contaminación plástica–, sabe que es imposible evitarlos, por lo que no tiene sentido preocuparse por cada pedazo de plástico que encontramos. En su lugar, comenta, “podemos intentar minimizar los usos no esenciales”.

En un extremo de la balanza se encuentra una válvula cardíaca de plástico, que es esencial. Mientras que la fruta envasada en plástico es algo innecesario. “Puedes pensar en los muebles y la ropa que adquieres, y comprar más telas naturales”, explica Taylor. “En lugar de tener una alfombra de poliéster, podrías tener una de lana”. Las fibras naturales suelen ser más costosas, no obstante, las cosas de segunda mano siempre son una opción, y si no es algo que puedas cambiar, no te preocupes. “Puedes pensar en comprar ropa natural: producen microfibras, pero no son microplásticos y se descomponen. Si tienes hijos, ¿necesitas tener cucharas y platos de plástico?”.

A nivel personal, comenta, toma decisiones basadas en una exposición innecesaria, no obstante, también lo hace como acto de protesta de los consumidores: “cada pequeña acción importa”. Muchas veces es difícil averiguar cuál es la composición de los productos de plástico –no incluyen listas de ingredientes como los alimentos–, pero recuerda que estaba buscando una correa de reloj nueva y descubrió que contenía sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS). “Dije: bueno, no voy a comprar eso. Están asociadas al cáncer de testículos y de riñón, al bajo peso al nacer de los recién nacidos y a un montón de cosas”. Los PFAS se encuentran entre las muchas sustancias químicas de uso común presentes en los plásticos que son disruptores endócrinos y que, según creen algunos científicos, son los culpables de la disminución del número de espermatozoides en todo el mundo.

Evita comprar alimentos como fruta y verdura envueltos en plástico o adornados con “esas tontas estampas de alimentos”. En su casa se utiliza vidrio en lugar de plástico en la cocina. “Me visto principalmente con fibras naturales, aunque no del todo, porque mi chaqueta de trabajo está hecha de poliéster. Pero yo prefiero el algodón o la lana”. Admite, sin embargo, que “tengo un suelo de madera barnizado, que sé que se desprenderá”.

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Al ritmo actual, más de 10 mil millones de toneladas de residuos plásticos mal gestionados se habrán dispersado en el hábitat natural en 2050. Foto: Dotted Zebra/Alamy

Mantener la casa limpia es algo que cualquier persona puede hacer para reducir la exposición. “Las alfombras, las cortinas, el sillón, la mayoría de ellos probablemente no están hechos de tejidos completamente naturales, y se deterioran y sus fibras se acumulan”, comenta. Todo ese polvo y pelusas que se acumulan como plantas rodadoras debajo de los sillones, o que centellean con los rayos del sol después de rellenar un cojín, contendrán fibras de plástico. Por esta razón, la aspiradora no es solo una herramienta para cuidar la casa.

Y añade: “Es muy evidente, tanto si se trata de microplásticos como de restos de metales como el plomo, el zinc, el cadmio y el arsénico que migran a una casa, que el hecho de pasar la aspiradora con regularidad es realmente eficaz en cuanto a la reducción de la carga“. Si no se aspira, el polvo se vuelve a mover de sitio y, añade Taylor, “se deposita en los recipientes de agua abiertos, en la fruta, en las manos de las personas, en los utensilios de cocina”.

Taylor recomienda –si puedes permitírtelo– aspiradoras robot, “que recorren el piso y simplemente se encargan de la peor parte cuando estás fuera trabajando. O, preferiblemente, si el piso es duro, pasar un trapeador húmedo”. En el caso de las alfombras, pasar la aspiradora tiene la ventaja adicional de capturar las fibras sueltas que pronto se desprenderán a causa del desgaste diario.

Malcolm Hudson, profesor adjunto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Southampton, es partidario de que no cunda el pánico respecto a nuestra exposición actual a los microplásticos. En su lugar, él preferiría que desviáramos esa energía para ayudar a impedir que el planeta acumule aún más plástico. Al ritmo actual de producción, en 2050 se habrán dispersado en el hábitat natural más de 10 mil millones de toneladas de residuos plásticos mal gestionados.

Desde luego, en estos momentos el no tiene pánico. “Estoy sentado en casa, en mi oficina, y probablemente estoy respirando algunas fibras de plástico procedentes de la ropa que llevo puesta y de la alfombra de las escaleras que hay justo afuera de mi oficina”, comenta. “Y probablemente ingerí un poco de plástico en mi almuerzo, lo cual es un pensamiento inquietante, pero probablemente no me está haciendo un gran daño”, señala. Hudson duda, en este momento, que el intento de limitar la exposición al plástico suponga una gran diferencia para su salud en la actualidad.

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El agua caliente en vasos revestidos de plástico libera micro y nanopartículas. Foto: Boy_Anupong/Getty Images

“Hemos evolucionado para lidiar con la inhalación y la ingesta de impurezas”, señala. “Por eso tenemos sistemas respiratorios complejos y todo tipo de mecanismos de captura para impedir que las partículas entren a nuestros pulmones. Por eso tenemos un sistema inmunitario que está diseñado para hacer frente a pequeños cuerpos extraños. Por eso tenemos un sistema digestivo que no deja que las impurezas más grandes entren a nuestro organismo, simplemente lo atraviesan”.

Sin embargo, dentro de unas décadas, “si se sigue contaminando más el medio ambiente, creo que tenemos un problema potencialmente dañino”. Esto se debe en parte al simple volumen de microplásticos que se habrán acumulado para ese entonces, y sabemos que cuanto mayor es la exposición, mayor es el riesgo. “Hace unos años se realizó un estudio que demostró que las personas que trabajan en fábricas textiles de Bangladesh han estado expuestas a niveles muy altos de fibras microplásticas suspendidas en el aire y que contraen enfermedades respiratorias”.

La otra razón por la que los riesgos para la salud aumentarán con el tiempo se debe a que cuanto más viejas son las partículas, más tóxicas pueden llegar a ser. Pueden albergar microbios patógenos y absorber otros contaminantes, como metales pesados. “Y además”, explica Hudson, “si tragas esos microplásticos, estás tragando también una pequeña dosis de otra sustancia química nociva”. Entre estas sustancias químicas se encuentran “los hidrocarburos aromáticos policíclicos, plastificantes como el fenol A que se utilizan en artículos como muebles y envases, y que pueden tener propiedades cancerígenas o que imitan a las hormonas”. Metales pesados como cobre, vanadio, mercurio y plomo. Los sedimentos contaminados con cadmio ya han sido asociados a los plásticos”.

Mientras tanto, siempre se recomienda evitar las calles muy transitadas, donde los microplásticos forman parte de la mezcla tóxica de contaminación, aunque Hudson reconoce que probablemente son la menor de nuestras preocupaciones después del humo de los automóviles y las partículas de los neumáticos. El plástico se desprende de las señales viales y desgasta los frenos, explica Hudson, “fabricados con polímeros sintéticos compuestos”. Las calles son, añade Wright, “una fuente hipotética que emite micropartículas plásticas a la atmósfera debido al desgaste y aplastamiento de los residuos”.

Pero es difícil y requiere mucho tiempo demostrar los efectos de cualquier contaminante en la salud. “En un estudio, sería realmente difícil aislar el impacto de los microplásticos frente a todos los demás contaminantes, como la contaminación atmosférica”, comenta Taylor. No obstante, en lugar de cruzarse de brazos y decir que no hay pruebas fehacientes de que causen daños a los seres humanos, señala que preferiría “aplicar el principio de precaución: en la historia de la toxicología ambiental, se solían confirmar las primeras preocupaciones. Así que adoptemos un enfoque que minimice –no creo que podamos eliminar– el riesgo.

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