La guerra de sanciones contra Rusia: un año jugando al gato y al ratón La guerra de sanciones contra Rusia: un año jugando al gato y al ratón
Si Occidente logra mantener el rumbo, Vladimir Putin podría ver reducidas sus opciones. Foto compuesta: Guardian Design/Sputnik Pool/EPA/Reuters

La economía rusa está en camino de reducirse a la mitad“, señaló el presidente estadounidense, Joe Biden, en marzo del año pasado, cuando anunció las sanciones impuestas contra Rusia a raíz de su invasión a gran escala de Ucrania.

Annalena Baerbock, ministra alemana de Relaciones Exteriores, aseguró que las sanciones estaban “afectando al sistema de Putin… en su núcleo de poder“. Liz Truss, su homóloga británica en aquel momento, predijo que los oligarcas de Vladimir Putin ya no tendrían dónde esconderse. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, señaló que las sanciones de la Unión Europea “están contribuyendo a mermar la capacidad de Putin para financiar su maquinaria bélica”.

El discurso antes de la invasión no fue menos acertado. En una reunión informativa organizada en enero de 2022, funcionarios del Departamento de Estado de Estados Unidos señalaron que Washington estaba preparado para aplicar sanciones “con consecuencias masivas que no se consideraron en 2014 (cuando Rusia anexó Crimea). Eso significa que el carácter gradual del pasado queda descartado, y que esta vez empezaremos en lo más alto de la escala de escalada y nos mantendremos ahí”.

El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) predijo una caída del 15% del PIB ruso en 2022. JP Morgan preveía una contracción del 12%. Los propios tecnócratas rusos le advirtieron de forma privada a Putin sobre una posible caída del 30%.

La realidad fue un tanto diferente, reflejo de lo que, según dicen los analistas, fue un exceso de confianza arrogante en Occidente sobre la rapidez con la que las sanciones que se acordaron con una coordinación sin precedentes por parte del G7 podrían dañar a Rusia.

La economía rusa se contrajo solo un 2.2% el año pasado. El desempleo, según cifras oficiales ciertamente dudosas, asciende ahora al 3.7%. El sector de la construcción pudo crecer de forma significativa, aunque las industrias automotriz y electrónica las resintieron. Una cosecha abundante impulsó el crecimiento del sector agrícola.

Ahora, el Fondo Monetario Internacional prevé que Rusia crezca más rápido en 2023 y 2024 que Reino Unido. Difícilmente se trata ahora de un apocalipsis financiero.

A medida que se acerca el primer aniversario de la guerra, el 24 de febrero, se intensifica el debate sobre si las sanciones son eficaces.

Los defensores de las sanciones sostienen que el rublo y el PIB en general son pésimos indicadores, en parte porque las estadísticas rusas están clasificadas o manipuladas como parte del esfuerzo bélico. “Por favor, no me pregunten por las cifras del PIB. No importan”, comentó Elina Ribakova, economista jefe adjunta del Instituto de Finanzas Internacionales, un organismo industrial mundial.

Vladimir Milov, exviceministro ruso de Energía y autor de un informe del Martens Centre sobre las sanciones, señaló que puede resultar más instructivo hacer un seguimiento de una docena de “indicadores blandos”, como las ventas de alcohol, la tasa de divorcios, los robos en tiendas, el gasto en alimentos, las encuestas de opinión, la confianza de los clientes bancarios o los ingresos fiscales.

No miren el reloj cada cinco minutos para ver si las sanciones están funcionando. Ejerzan una paciencia estratégica“, señaló Milov, que también es aliado del encarcelado líder opositor ruso Alexei Navalny.

Agathe Demarais, autora de Backfire, un estudio sobre las sanciones estadounidenses, comentó: “Esto es más un maratón que un sprint, pero cada vez es más difícil financiar la guerra”.

Los economistas de la Escuela de Economía de Kiev van más allá y sostienen que quizás ya se alcanzó un punto de inflexión decisivo, pues el creciente déficit fiscal ruso –impulsado por el gasto extra en defensa y el desplome de los ingresos procedentes de los hidrocarburos─ obliga al banco central de Rusia a consumir sus reservas.

La guerra relámpago financiera inicial

“Es comprensible que Occidente se dejara llevar al principio, creando falsas expectativas de un golpe de palacio”, señaló Charles Lichfield, director adjunto del Atlantic Council, un centro de estudios estadounidense.

Después de todo, los rusos corrieron a los cajeros automáticos, temiendo que se produjera una gran demanda de dinero en los bancos. El rublo se hundió, pasando de unos 70-75 frente al dólar a casi 140.

Las puertas de los parques de recreo europeos de los oligarcas quedaron cerradas con candado y sus ostentosos juguetes fueron dejados en dique seco. La pérdida de movilidad y honor fue un duro golpe, sobre todo en Londres, donde el gobierno conservador de repente se puso en contra de los ricos rusos después de décadas de laxitud y lavado de reputación. En unos cuatro meses, se congelaron activos rusos cuyo valor rondaba los 13.8 millones de euros.

Incluso las transacciones más pequeñas corrían el riesgo de quedar bloqueadas en las cuentas de los corresponsales bancarios durante semanas, si no es que meses, ya que los bancos internacionales se mostraron recelosos respecto a facilitar las transferencias de los clientes rusos. En total, la Unión Europea sancionó a mil 386 personas y 171 entidades.

Cientos de grandes empresas occidentales, desde McDonalds hasta BP, pasando por multinacionales del sector informático, se “autosancionaron” suspendiendo o reduciendo sus operaciones en Rusia, aunque algunas de ellas no se retiraron realmente. La empresa química alemana BASF sufrió una pérdida de 7.9 millones de dólares en el proceso, aunque espera poder trasladarla a los contribuyentes.

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Un trabajador retira el logotipo de McDonald’s de un restaurante en Moscú en junio de 2022. Foto: Alexander Nemenov/AFP/Getty Images

Sin embargo, en el primer intercambio clave de la batalla de las sanciones, el banco central ruso, irónicamente compuesto en su mayoría por pragmáticos liberales que se oponen a la invasión de Ucrania, se impuso a Occidente. El 28 de febrero, Occidente intentó tenderle una emboscada a Rusia simplemente congelando lo que, según informó el banco central del país, ascendía a aproximadamente 300 mil millones de dólares (el 40%) del total de sus reservas de divisas que poseía en el extranjero. El resto no estaba en divisas occidentales. “El objetivo era dificultar la defensa de la moneda, aumentar el costo del financiamiento de la guerra y avivar la inflación”, explicó Demarais.

No obstante, la gobernadora del banco central ruso, Elvira Nabiullina, reaccionó de forma decisiva y elevó la principal tasa de interés al 20% el 28 de febrero, lo que supuso la suspensión efectiva de los préstamos hipotecarios y a empresas, pero al mismo tiempo hizo que los depósitos resultaran extremadamente atractivos. Esto disuadió a los ciudadanos de entrar en pánico y retirar todo el dinero de sus cuentas. El 7 de marzo, por primera vez en la historia moderna de Rusia, el banco central prohibió por completo la venta y retirada de dólares y euros depositados antes del 24 de febrero. Rusia también mantuvo negociaciones para que algunos de sus bancos –sobre todo Gazprombank– permanecieran en el sistema mundial de mensajería financiera SWIFT, ya que gestionaban pagos relacionados con las exportaciones de petróleo y gas, productos de los que la Unión Europea dependía en gran medida. Tras un breve periodo de tensión en marzo de 2022, la liquidez estructural recuperó más o menos los niveles anteriores a las sanciones. En junio, el rublo se había estabilizado.

Sanciones al pie de guerra, pero no todos están a la altura

Una vez repelida su guerra relámpago financiera inicial –preparada en secreto en el Tesoro estadounidense en los meses previos a la guerra–, Occidente tuvo que revisar su estrategia, aceptando implícitamente que no empezó exactamente en lo más alto de la escalera de las sanciones y que había más peldaños que subir. La segunda fase iba a ser más bien una guerra de desgaste, de ajustes constantes y de creación de consensos en toda la Unión Europea.

La Comisión Europea pasó al pie de guerra de las sanciones, según un estudio realizado por el Instituto Danés para Estudios Internacionales. “Procesos formales que tradicionalmente tardarían varias semanas finalizaron en un día”, concluyó el estudio.
No obstante, aparecieron fallos en el proceso. Dado que los paquetes de sanciones de la Unión Europea requieren unanimidad, los países ideológicamente atípicos, como Hungría, ejercían una enorme influencia. La conexión personal de Viktor Orbán con determinados oligarcas rusos se volvió evidente. Por ejemplo, en septiembre del año pasado el primer ministro húngaro pidió, probablemente a cambio de favores de Putin, que tres oligarcas rusos fueran eliminados de la lista de sanciones de la Unión Europea. Antes de la fecha límite de renovación del 15 de marzo, Orbán presionó para eliminar al mismo trío más otras seis personas. En sucesivas reuniones del Consejo Europeo, sus ministros amenazaron con recurrir al veto, retrasando decisiones clave en materia de sanciones. En fechas recientes, Orbán insultó despreocupadamente a Ucrania calificándola de “tierra de nadie similar a Afganistán”.

Algunos países de la Unión Europea se dieron cuenta de que carecían de leyes, departamentos de cumplimiento o procedimientos adecuados para aplicar las sanciones acordadas en Bruselas. Solo ahora la Comisión Europea está trabajando en colaboración con los Estados miembros para, por ejemplo, establecer un punto de contacto único para asuntos de cumplimiento y aplicación de carácter transfronterizo.

Las diferencias en el vigor con que se aplicaron las sanciones llegaron a ser sorprendentes. Las cifras de la Unión Europea muestran que Grecia solo congeló 222 mil euros en activos rusos y Malta solo 200 mil euros. En abril, estos dos mismos países intentaron bloquear la prohibición de la entrada de buques con bandera rusa en los puertos de la Unión Europea. Las empresas austriacas prácticamente no abandonaron rápidamente Rusia. Según un cálculo, 43 empresas austriacas se quedaron y solo dos se marcharon por completo. Bélgica ha ejercido presión para mantener la industria del diamante existente desde hace 500 años en la ciudad de Amberes abierta a la empresa minera rusa Alrosa.

Entre los miembros de la OTAN, la negativa de Turquía de unirse a la coalición de sanciones se ha convertido en un gran problema.

Para el tercer trimestre de 2022, las importaciones rusas procedentes de Turquía aumentaron a más de mil millones de dólares al mes, es decir, aproximadamente el doble que en el mismo periodo del año anterior.

Turquía se convirtió en una ruta para que Rusia importara bienes vitales producidos en Occidente, como piezas de manufactura. Algunos economistas, por ejemplo, observan un pequeño auge en el comercio entre Italia y Turquía, lo que sugiere que los emprendedores comerciantes italianos consideran a Estambul como un útil punto de acceso a los mercados prohibidos rusos.

Fuentes del Tesoro estadounidense señalan que ya consideran que el enfoque comercial de Turquía con Rusia es una cuestión de máxima importancia en la relación bilateral.

Estados Unidos también observa con recelo a otro aliado, los Emiratos Árabes Unidos. Una investigación realizada por un equipo de analistas de datos con sede en Berlín, en la que se examinaron más de 500 mil transacciones bancarias efectuadas después del comienzo de la guerra, reveló que, en términos de valor, el 66% de los retiros realizados por clientes no residentes de bancos rusos fueron a parar a beneficiarios radicados en los Emiratos Árabes Unidos. Esto representa un aumento del 40% respecto al año anterior.

Putin lanza la partida de póker energético con una carta falsa

La sorprendente resistencia de la economía rusa no se debe principalmente al profesionalismo técnico de los funcionarios del banco central o a las turbias sanciones fallidas, sino a un defecto estructural deslumbrantemente obvio en las sanciones: la dependencia de Europa de las exportaciones rusas de petróleo y gas, fuente del 40% de los ingresos presupuestarios rusos.

“El hecho de no haber impuesto un embargo a las exportaciones rusas desde el principio condujo a unos superávits comerciales y fiscales récord que le proporcionaron al régimen de Putin un enorme colchón financiero, suficiente para sustentar muchos meses de guerra”, comentó Oleg Itskhoki, economista ruso-estadounidense. “Solo las importaciones de Putin fueron objeto de boicot, mientras que sus exportaciones continuaron. Como resultado, la industria automotriz y eléctrica rusa se derrumbó, pero no la exportación de petróleo y gas”.

Varios grupos de economistas occidentales, entre ellos Rüdiger Bachmann, Moritz Schularick, Ben Moll y Christian Bayer, intentaron durante marzo y abril convencer a los políticos alemanes de que la interrupción del suministro de energía rusa no conduciría al colapso de la economía alemana.

Moll recordó: “Poco después del comienzo de la guerra, los políticos alemanes afirmaban que un embargo energético tendría consecuencias económicas dramáticas. Por ejemplo, el ministro de Economía señaló que habría desempleo masivo y pobreza”.

“Nosotros simplemente pensamos que era importante analizar los datos y reflexionar sistemáticamente, por lo que reunimos a un equipo de economistas especializados en energía, así como de microeconomistas y macroeconomistas, y llegamos a la conclusión de que podría provocar una recesión de entre el 0.5% y el 3%, pero no el Armagedón económico. No todos estábamos de acuerdo con un embargo energético. Sin embargo, los sindicatos y los grupos de presión de la industria denunciaron nuestro análisis y el canciller nos llamó ‘irresponsables’ en la televisión nacional, un reflejo de la gran influencia de la Alemania corporativa”.

En retrospectiva, Moll cree que su análisis sobre la flexibilidad y adaptabilidad del sistema resultó ser acertado.

No obstante, la Unión Europea solo podía independizarse de la energía rusa a la velocidad que Alemania, la gran economía más vulnerable al chantaje energético de Putin, estaba dispuesta a tolerar.

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Vladimir Putin con el excanciller alemán Gerhard Schröder y el entonces CEO de la empresa Gazprom, en la inauguración del gasoducto Nord Stream en septiembre de 2011. Foto: Alexey Nikolsky/RIA Novosti/AFP/Getty Images

No fue hasta junio, tras las presiones privadas de Estados Unidos y la evidencia de los crímenes de guerra en Ucrania, cuando la Unión Europea, en su sexto paquete de sanciones, acordó prohibir en toda la Unión Europea las exportaciones de petróleo ruso. No obstante, la prohibición solo entraría en vigor en dos fases diferidas. La prohibición de comprar, importar o transferir crudo ruso por vía marítima no entraría en vigor hasta el 5 de diciembre, y la prohibición de otros productos petrolíferos refinados, como el diesel, entraría en vigor el 5 de febrero.

El precio de la cautela de Europa es muy conocido. Con la excepción de 2020 y 2018, el petróleo y el gas aportaron el 60% de las exportaciones rusas de bienes todos los años desde 2002. Sin embargo, el comienzo del verano de 2022 supuso una auténtica fortuna para el Tesoro ruso, ya que se benefició del aumento récord de los precios de la energía. En marzo, Rusia ganaba mil millones de euros al día con las exportaciones de energía. El petróleo y el gas aumentaron hasta el 60% de los ingresos fiscales rusos, frente al 40%. Solo Alemania ha comprado 24 mil millones de euros de combustibles fósiles rusos desde que inició la invasión.

Europa financió la maquinaria bélica rusa que denunciaba. El superávit de la cuenta corriente rusa durante el año fue de 227.4 millones de dólares, un 86% más que el año anterior y una cifra que duplica con creces el récord anterior. Ello contribuyó a reforzar el rublo, lo cual hizo más baratas las importaciones. Esto, a su vez, contribuyó a reducir gradualmente la inflación, aliviando en cierta medida la presión sobre los ingresos reales de la población rusa ordinaria.

En verano, las arcas del Tesoro ruso estaban tan llenas que Putin se sintió lo bastante seguro como para lanzar un contraataque reduciendo el suministro de gas a Europa. Dado que el 40% del gas europeo procede de Rusia, en abril exigió que se suspendiera el suministro a cualquier país que se negara a pagar el gas en rublos. Europa resopló, pero cumplió. En junio, comenzó a manipular el flujo de gas a través del gasoducto Nord Stream 1 desde Rusia a Alemania. Primero redujo el suministro en un 75%, es decir, de 170 millones de metros cúbicos diarios a unos 40 millones. En julio, el gasoducto permaneció cerrado durante 10 días, alegando la necesidad de trabajos de mantenimiento esenciales. Tras la reapertura del gasoducto, el flujo disminuyó a 20 millones de metros cúbicos diarios.

Entonces, el 26 de septiembre, un servicio de inteligencia aún no identificado hizo estallar el gasoducto y el gasoducto adyacente Nord Stream 2 –que aún no había entrado en servicio–, dejando los restos destrozados y una escena del crimen sin resolver en el fondo del mar Báltico.

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Instalación de gas natural licuado de Equinor en Melkøya, Noruega, en enero de 2023. Foto: Ole Berg-Rusten/NTB/AFP/Getty Images

“Putin se echó la soga al cuello porque, al cerrar la llave del gas, cambió por completo el cálculo en la Unión Europea y animó a Europa a diversificarse y a alejarse del gas ruso”, comentó Demarais. “Le facilitó mucho la decisión a Europa”.

Mediante una mezcla de planes y buena suerte, Europa se desprendió en gran medida del gas ruso en seis meses. Se impulsaron las energías renovables, se alargó la vida de las plantas nucleares y se construyeron terminales de gas natural licuado a gran velocidad. La Comisión Europea envió grupos de búsqueda de fuentes alternativas de energía a lugares tan diversos como Marruecos, Qatar, Angola, Venezuela, Noruega y Nigeria. Fue una especie de “terapia de choque” impulsada por Putin.

En otro golpe para Putin, el “General Invierno”, considerado en su momento el mayor aliado de Rusia, no se presentó a su servicio. Las temperaturas promedio superaron con creces los valores normales y se registraron temperaturas récord en los Países Bajos, Liechtenstein, Lituania, Letonia, la República Checa, Polonia, Dinamarca y Bielorrusia. Esta circunstancia redujo la demanda de energía, al igual que la moderación de los consumidores europeos, afectados por precios récord. Los niveles de almacenamiento de gas en Alemania en enero se situaban en el 90%, el nivel más alto de la historia para ese mes.

Las exportaciones de gas ruso a Europa disminuyeron más de un 75% en comparación con el periodo anterior a la guerra. El precio diario del gas natural en la bolsa Amsterdam Euronext, que alcanzó un máximo de más de 300 euros el megavatio hora después de la invasión, volvió a caer muy por debajo de los 100 euros, hasta situarse en menos de 60 euros, un precio todavía elevado en comparación con los niveles de 2020. La inflación disminuye lentamente en toda Europa, y parece que Alemania evitó la recesión ampliamente prevista.

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Técnicos inspeccionan el gasoducto East-Route en una estación de distribución de gas en Qinhuangdao, China. Foto: VCG/Getty Images

Putin jugó su mejor carta de guerra económica –reducir las exportaciones de gas a Europa– y la jugada fue un fracaso, y lo seguirá siendo el próximo invierno en caso de que la Unión Europea controle la demanda. En el plazo de un año, Putin destruyó el puente de gas de Rusia con Europa, la pieza central de la economía rusa de la posguerra.

¿Hacia dónde nos dirigimos?

La cuestión ahora consiste en saber con qué rapidez puede Putin construir otro puente hacia el Este y mantener así a flote las finanzas rusas.

Rusia exporta gas natural procedente de los yacimientos orientales a China a través del gasoducto Power of Siberia 1, que recorre 2 mil 500 millas, sin embargo, los yacimientos occidentales, que abastecían a los mercados europeos, no están conectados a esta ruta de exportación y no resulta fácil redirigirlos a China. En el futuro, un gasoducto Power of Siberia 2 conectará ambos yacimientos, pero la fecha prevista de finalización es 2030. China tampoco es un mercado tan rentable. Se calculaba que Rusia cobraba 3 dólares por millón métrico de unidades térmicas británicas (MMBtu) por el suministro a China a través del gasoducto Power of Siberia, mientras que el precio estimado del suministro a Europa oscilaba entre 10 y 25 dólares/MMBtu.

Putin también corre el riesgo de verse arruinado en relación con el petróleo, su tesoro más valioso. Después de una persistente presión por parte del Tesoro estadounidense, Occidente complementó la prohibición de la Unión Europea relativa a las exportaciones rusas de crudo mediante la introducción de una intervención sin precedentes en el mercado que pretende fijar un precio máximo mundial de 60 dólares por barril para el petróleo ruso transportado por vía marítima. A partir del 5 de diciembre, la misma fecha que la prohibición de importación impuesta por la Unión Europea, cualquier empresa que proporcione pagos, seguros, servicios financieros o servicios de intermediación, abastecimiento de combustible o pilotaje a un buque que transporte petróleo ruso no podrá obtener cobertura de seguro si el petróleo fue adquirido a un precio superior a 60 dólares el barril. Si Estados Unidos o la Unión Europea descubren a alguna empresa falsificando el precio o presentando una declaración fraudulenta, el G7 podrá imponerle sanciones. El Reino Unido propone multas de 1.2 millones de dólares.

Putin alardeó, diciendo que no suministraría petróleo a ningún país durante cinco meses que cumpliera este régimen de precios a partir del 1 de febrero. No obstante, es posible que se trate de un engaño. Ya que China e India no tienen por qué respaldar explícitamente el límite de precio, pero pueden aprovecharse de su existencia y de su poder adquisitivo para negociar fuertes descuentos en comparación con el crudo Brent.

El límite del precio está en sus fases iniciales, y como el precio del crudo de los Urales transportado por vía marítima fue de 49.48 dólares en promedio en enero, inferior al límite de 60 dólares, los buques petroleros de la Unión Europea –principalmente griegos– pueden seguir transportando legítimamente petróleo a China e India. Los informes sugieren que el embarque de crudo en los puertos rusos alcanzó un récord de varios meses. En el mejor de los casos, el límite ha servido para institucionalizar los descuentos. En el peor de los casos, está resultando ineficaz. Ucrania y su equipo de expertos asesores en sanciones, dirigido por el exenviado estadounidense Michael McFaul, sostienen que es necesario reducir el límite de precio a la mitad, especialmente si su objetivo es socavar el presupuesto de Rusia.

Sin embargo, el Tesoro estadounidense, al fijar el límite de precio, estaba equilibrando objetivos diferentes: reducir los ingresos de Rusia y mantener suficientes suministros en los mares para evitar otro repunte de los precios del petróleo. Eso requiere una arriesgada valoración del precio al que Putin decidirá que no es rentable extraer o exportar petróleo. Estados Unidos está intentando aplazar hasta marzo la revisión del límite del precio para permitir que se recopilen más pruebas.

La Escuela de Economía de Kiev insiste en que los números del tablero ruso están en rojo. El déficit fiscal mensual de Rusia alcanzó la cifra récord de 3.9 billones de rublos en diciembre, y su déficit presupuestario total para 2022 era de 3.3 billones de rublos –o el 2.3% del PIB–, en comparación con un superávit anual previsto de 1.3 billones. El gasto total en 2022 fue 7.3 billones de rublos mayor de lo previsto, presumiblemente debido al enorme gasto en defensa.

Putin planea gastar el 6.3% del PIB en defensa y seguridad nacional solo en el presupuesto federal de 2023, duplicando el gasto en defensa hasta más de 10 billones de rublos. La cuestión radica entonces en saber durante cuánto tiempo se podrá mantener este nivel de gasto si los ingresos energéticos disminuyen con tanta rapidez.

Demarais comentó que los primeros signos de tensión seria consistirían en emisiones de deuda no planificadas y la venta de una parte de sus 310 mil millones de yuanes, la única divisa de las reservas rusas que se puede utilizar para intervenir en el mercado de divisas.

Existen varios cálculos, pero algunos señalan que el gasto previsto de Rusia probablemente es sostenible asumiendo un precio del crudo de los Urales de 70 dólares el barril. Rusia no agotará su reserva de activos en yuanes este año a menos que el precio del crudo de los Urales disminuya a la mitad y se sitúe en un promedio de 25 dólares el barril, según indica la agencia Bloomberg Economics.

El banco estadounidense Citigroup calcula que bastaría un precio promedio de 35 dólares para agotar los recursos disponibles en yuanes ya en 2023.

No obstante, como demostró el año pasado, Rusia no se queda de brazos cruzados ante el límite del precio. Aprendiendo de su cada vez mayor aliado, Irán, ha reunido una anticuada flota oscura de buques más pequeños y viejos que transportan crudo principalmente a China e India. Los intentos de evasión se llevarán a cabo a través de múltiples medios: banderas de conveniencia; mezcla de crudo; planes de seguros rusos; o la simple manipulación de documentos. Ya están surgiendo nuevos centros de transferencia de crudo. Todo dependerá de si este mercado encubierto crece hasta convertirse en una alternativa viable al límite impuesto por el G7, y del precio al que China compre el petróleo.

Al final, una guerra de sanciones internacionales es un juego del gato y el ratón en el que ambas partes buscan pistas en medio de la desinformación para intentar adelantarse a los movimientos de la otra.

En última instancia, no es tan decisivo como el campo de batalla, pero si Occidente logra mantener el rumbo, Putin podría ver reducidas sus opciones. Si sobrevive, constituirá un duro golpe para el poder del dólar, y eso no pasará desapercibido en Beijing.

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