Luz de gas
Causa en Común *El autor es director general de Causa en Común
Luz de gas
Foto: Rohan Makhecha/Unsplash.com

No es concebible un gobierno sin propaganda, información sesgada que forma parte de la política, desde que la política existe. La demagogia es execrable, pero suele funcionar en algunos contextos, por algún tiempo. En todo caso, la mayor parte de los políticos considera normal mentir en una campaña, y no suelen cambiar mucho de opinión cuando llegan al gobierno. En fin, que a lo largo de una gama de distorsiones, entendemos todos la obviedad de que la información “se maneja” y que, trátese de personas o gobiernos, el flujo informativo rara vez es lineal y cristalino. 

Con las salvedades que se quiera, lo que corresponde es que, si un gobierno se erige sobre una ética democrática, se conduzca con altos estándares de transparencia y que, cuando pretenda dar gato por liebre, se tope con leyes, con instituciones, con cultura. De ahí la importancia de la prensa libre, de los institutos autónomos, de fideicomisos con objetivos y reglas; de los tribunales y las comisiones legislativas con facultades para indagar, deslindar, ofrecer claridad sobre algún asunto, político o criminal, o ambos. Y así transcurre la vida, entre las ganas de mentir y las ganas de conocer verdades.

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En nuestro caso, el gobierno que padecemos es, bajo cualquier parámetro, particularmente mentiroso. Es tal la producción diaria de falsedades, que ya se oyen como el transcurrir de un río o los desbordes de una fuente. Eso en el mejor de los casos, porque también pueden aturdir, con un efecto análogo a lo que en la jerga bélica estadounidense se conoce como shock and awe, o sea, apantallar a lo bestia.

En una vuelta de tuerca perversa, en la película “Luz de gas” el esposo quiere volver loca a su mujer, no presumiendo, sino desmintiendo las luces y sonidos que él mismo provoca. El término “hacer luz de gas” (gaslighting) brincó a la psicología para designar una forma especialmente cruel de manipulación: convencer al otro de que no percibe lo que sí percibe. El concepto viene al caso porque no puede estar bien construida una mentira por parte de quien quiere esconder con ella su ineptitud.

Para que las mentiras funcionaran, tendría que haber, además del grupo inepto, otro equipo, en este caso apto, a cargo de producirlas. Sin embargo, los ineptos no pueden asumir que son ineptos y pedir ayuda; por eso son ineptos. Dado el extraordinario desplante de incompetencia de los últimos dos años, y puesto que no hay posibilidad alguna de autocrítica, lo que procede entonces es un gaslighting permanente, lugar en donde cualquier absurdo es verosímil, y en donde, ante el desplome social, el “vamos bien” se expresa con una sonrisa.

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En estos niveles de la desmesura, la mentira ya no califica, define; trasciende su abuso utilitario y asciende al pedestal de premisa fundacional; se parte de una mentira originaria, santurrona, “yo no miento”, y de ahí para el Real, porque sobre esa base ya se miente todo el tiempo y sobre todo: economía y ecología, seguridad, culpables e inocentes, muertos y vacunas; la historia desde luego, la suya, la de los demás, la del país. 

Nos deslizamos así por la espiral de las catástrofes y de los grotescos cuentos del poder, los siameses deformes que hoy destruyen al país. Por cierto, al final de la película, la señora, que además estaba muy enamorada del marido desalmado, termina por darse cuenta del engaño y se enoja, se enoja mucho. 

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