Robert Maxwell, el penúltimo y más infame de los barones de la prensa británica
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Robert Maxwell, el penúltimo y más infame de los barones de la prensa británica
Foto: WikiCommons

Se cumplen los casi 30 años de la muerte de Robert Maxwell (1923-1991), propietario que fue del Daily Mirror en Londres y del Daily News en Nueva York además de otros muchos negocios editoriales que concluyeron de un modo trágico la madrugada del 5 de noviembre de 1981 cuando el cuerpo desnudo de “Capitan Bob” fue encontrado muerto en aguas de Tenerife (Islas Canarias).

Desde entonces se han escrito más de una docena de biografías de este eslovaco nacionalizado británico cuyos restos reposan en el cementerio judío del Huerto de los Olivos en Jerusalén donde fue enterrado en un casi funeral de estado. La última de estas biografías es FALL, escrita por John Preston que, si no es la más polémica, si ofrece un retrato muy completo de este rufián de la prensa popular.

Robert Maxwell, el penúltimo y más infame de los barones de la prensa británica - john-preston

Aunque yo no le conocí en persona, de Maxwell tengo un testimonio muy revelador sobre sus modos y maneras. Historia que con todo detalle me contó mi amigo, el periodista francés Jean Schalit.

Jean, hijo también de una familia judía de editores de prensa y libros, a finales de los años 1950 militó en la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC) y fue nombrado director de su revista, Clarté, que entonces era un pasquín sin personalidad y que transformó en una publicación a todo color con un diseño moderno. Como haría años más tarde Serge July con Libération, Schalit buscó ayuda financiera pidiendo originales a pintores y artistas como Picasso, Chagall, Calders, Ernst o Braque con láminas que ilustraban la primera página de Clarté y luego se subastaban o vendían.

Expulsado como disidente del Partido Comunista, Schalit se inventa Guérilla, un “periódico-envoltorio” que quería ser un “kit d´agitation” porque contendría fotos, panfletos, pasquines y otros elementos para promover la revuelta estudiantil, pero inmediatamente fundó la revista Action que se convierte en el órgano de aquella protesta. Llegada la calma social trabaja como creativo publicitario en la agencia McCannErikson, pero pronto vuelve al periodismo con el relanzamiento de la revista Actuel que se convierte en una publicación de grandes reportajes, provocadora e iconoclasta.

Aparece Le Figaro Magazine y Schalit propone a Le Monde un semanario que se llamaría Le Monde Illustré. El proyecto no avanza y entonces trata de vender a Paul Dini, “el rey de los gratuitos” y dueño de Comareg, la idea de un USA Today francés que denomina Le Grand Paris. Hacen prototipos y llegan a publicar una edición de prueba con resultados muy positivos, pero Dini abandona la idea. Schalit acude entonces a Hachette y les trata de convencer que financien su nuevo proyecto Omega y, otra vez más, fracasa.

Sin embargo, Robert Maxwell, editor británico de The European, le llama y se ven en Londres. Jean me contó que aquella estrafalaria entrevista que fue tan surrealista como como lo era el propietario del Daily Mirror.

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Foto de Brian Harris

-Su despacho era una locura. Decidía portadas y titulares, hablaba con ministros y vedettes, firmaba cartas y cheques, entraban y salían las secretarias… cuando se hizo la calma me preguntó qué necesitaba para lanzar Le Grand Paris, periódico que se imaginaba sería de izquierdas y podría contar con la simpatía de Mitterrand; yo no se quien pudo haberle simplificado las cosas de esa manera porque Le Gran Paris quería ser todo lo contrario en un país donde sobraban periódicos politizados y faltaba lo que ya no era France-Soir: un gran diario popular de masas. Pero lo más cómico fue cuando le dije que lo que de verdad necesitaba para hacer un diario nacional con multi-impresión eran rotativas. ¿Cuántas?, me preguntó. Y sin esperar a que le contestara llamó al mayor fabricante de rotativas en Europa.  Pidió hablar con su CEO, que se puso inmediatamente al teléfono, y le dijo: ¿cuándo puedo disponer de 20 rotativas para imprimir un diario sábana a todo color y en cuatro cuerpos en Francia?

Al final Maxwell no le compró ninguna rotativa. Le dio largas con Le Grand Paris, pero si le ofreció trabajar en el lanzamiento de The European, otra locura de prensa paneuropea en lengua inglesa que al final acabó siendo un semanario. Cuando Maxwell cambio de diario a semanario, Jean Schalit dimitió.

Las oficinas parisinas de Schalit estaban entonces en un lugar mítico: los bajos de un antiguo palacete de la Rue des Grands Augustins, un local contiguo al atelier donde Pablo Picasso pintó, entre otros, Guernica o Les Femmes d´Ager.

He recordado este cómico affaire porque el libro de Preston está lleno de otros muchos iguales o similares que reflejan el impulsivo y enfermizo “comprar y vender”, “lanzar y cerrar”, “endeudarse y quebrar”, “seducir y engañar”, “prometer y no cumplir” que fue su vida como editor de prensa.

Enemigo del alma de Rupert Murdoch, al que nunca perdonó que le arrebatara la compra del News of the World en 1968 y del Times de Londres en 1981, toda su vida fue un pulso por batir al propietario de The Sun.

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Hay quien dice que fue un precursor de Donald Trump porque también quiso ser Primer Ministro de Gran Bretaña, aunque luego sólo consiguió ser elegido por un mandado miembro del Parlamento en la bancada laborista. Pero, si, compartía con Donald el ser un garrulo mayúsculo, un infame manipulador, un mentiroso compulsivo, corrupto en sus negocios y abrasivo con su familia y empleados.

Digamos que hoy, afortunadamente, cuesta mucho encontrar ya ejemplos parecidos en el mundo de los medios.

Su muerte, asesinato o suicidio, fue consecuencia de una espiral de fraudes, quiebras y locuras financieras que solo se fueron retrasando porque se querellaba con todos sus enemigos, competidores y acreedores, convencido de que “era demasiado grande para quebrar”.

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A primeros de noviembre de 1991, agobiado y deprimido, vuela a Gibraltar y embarca, solo con la marinería, en su yate holandés “Lady Ghislaine”, un barco de 180 pies que había comprado por 22 millones de dólares y que llevaba el nombre de su hija más pequeña. Ya a bordo, da orden de navegar hacia Gran Canaria. A las 5 de la madrugada del 5 de noviembre y cerca ya de Tenerife su cuerpo se precipita al mar y muere. A las 8 de la tarde lo encuentran un hombre desnudo de 1’90 de altura, 140 kilos y una cicatriz junto a su ojo derecho. Es Maxwell.  La primera autopsia dirá que fue por un infarto de corazón. Pero el capitán español que rescató su cadáver afirma: “He sacado muchos cuerpos del mar y puedo decirles con certeza que no se ahogó”. Nace entonces la teoría conspiranoide de que fue asesinado por los servicios de inteligencia de la Mossad o por traficantes de armas. Una segunda autopsia, ya en Londres, descubrió que los músculos del hombro izquierdo estaban desgarrados y que tenía hematomas en el lado izquierdo de su columna, lo que respaldaba la suposición de que se había caído de la embarcación y se colgó de un costado todo el tiempo que pudo hasta que el dolor le obligó a soltarse. La hipótesis del accidente casual se basa también su hábito de hacer sus necesidades urinarias directamente sobre el mar y en que antes de dirigirse a popa para mear había cerrado su camarote por fuera, aunque no se ha encontrado esa llave.  

La noticia de la muerte de Maxwell llega a Londres antes del cierre de todos los diarios británicos y la conmoción es total. El “gran defraudador” y el “criminal estafador” desaparece en plena quiebra de sus negocios y pronto las autoridades policiales y judiciales descubren que deja una deuda de más de 2,000 millones de libras y, sobre todo, la evidencia de que se había apropiado de todos los fondos de pensiones de sus 30,000 para pagar otras deudas multimillonarias.

La familia consiguió salvar los muebles y, gracias a una fortuna oculta de paraísos fiscales, tanto la viuda como sus hijos viven de esas rentas.

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Foto de Steve Wood/ Shutterstock

La novena de sus hijas, Ghislaine Maxwell marchó a Estados Unidos y allí socializó con lo mejor y peor del país hasta que la también amiga del príncipe Andrés de Inglaterra, fue detenida por su supuesta vinculación en el escándalo de tráfico sexual de menores del empresario Jeffrey Epstein, que se suicidó hace casi un año tras ser arrestado por el FBI.

Finalmente una deliciosa anécdota con la que John Preston cierra su biografía: En 2017, Ana, la antigua esposa de Rupert Murdoch decidió que quería comprarse un yate. Pocas semanas después, con la ayuda de su hijo James que es un buen navegante, encontró uno de segunda mano, que le gustó a su madre, el “Lady Mona K” y por el que pagaron 14,500,000 dólares. Poco tiempo después supieron que en realidad se trataba de un yate que antes se había llamado “Lady Ghislaine”.

No me negarán ustedes que muy pronto veremos todo esto y mucho más en otra apasionante serie de Netflix.

*Juan Antonio Giner, socio fundador del Innovation Media Consulting Group (Londres, GB) es coautor de “Historias de Innovation” (Amazon).

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