Todos los días hombres invisibles dañan a las mujeres
Lijing Zhao, propietario de Jo Jos Massage, coloca un ramo de flores fuera del spa donde cuatro personas fueron asesinadas a tiros en Acworth, Georgia, el 17 de marzo. Fotografía: Elijah Nouvelage / Getty Images

El asesino de ocho personas, seis de las cuales eran mujeres de origen asiático, supuestamente dijo que estaba tratando de “eliminar la tentación”. Como si pensara que otras personas eran las responsables de su vida interior, como si el terrible acto de quitar  la vida a otro en lugar de aprender alguna forma de autocontrol fuera lo adecuado. Este aspecto de un crimen que también fue terriblemente racista es el reflejo de una cultura en la que los hombres y la sociedad en general culpan a las mujeres por el comportamiento de los hombres y por las cosas que los hombres hacen a las mujeres. La idea de las mujeres como tentación se remonta al Antiguo Testamento y los cristianos blancos evangelistas hacen mucho hincapié en esto. Las víctimas eran personas que estaban dentro de un salón de masajes y el asesino iba en camino de dispararle a la industria de la pornografía de Florida cuando fue arrestado.

Esta semana, un amiga de más edad nos hablaba de sus intentos en la década de los 70 de abrir un refugio para víctimas de la violencia doméstica en una comunidad en donde los hombres no creían que  la violencia doméstica fuera un problema y cuando los convenció de que sí lo era, le dijeron que “era culpa de las mujeres”. Y la semana pasada un amigo mío hizo una publicación antifeminista en la que culpaba a las mujeres jóvenes de los problemas de Andrew Cuomo, como si ellas tuvieran que aguantar el hecho de que Andrew Cuomo violó las reglas de los lugares de trabajo, como si ellas, y no él, tuvieran la obligación de proteger la carrera y reputación de este hombre.

Algunas veces los hombres quedan totalmente fuera de la historia. Desde que la pandemia comenzó, han salido historias por todos lados sobre las carreras que se vinieron abajo de mujeres o de que ellas han dejado sus trabajos porque tienen que hacer su parte de leona en el trabajo doméstico, especialmente cuidar a los niños, en hogares heterosexuales. En febrero de este año, NPR, al comienza de una historia, afirmaba que este trabajo ha “caído sobre los hombros de las mujeres” como si la carga hubiera caído del cielo, como si sus esposos no se las hubieran arrojado encima. Todavía no he visto ningún artículo sobre el éxito de la carrera de un hombre gracias a que le botó todo a la mujer o porque le saca la vuelta al trabajo.

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Las respuestas informales siempre culpan a las mujeres que se encuentran en estas situaciones por culpa de sus esposos y les recomiendan que los dejen, pero no reconocen que el divorcio suele llevar a la pobreza a las mujeres y a sus hijos, y obviamente, la sobrecarga del trabajo en casa puede minar las oportunidades de éxito financiero e independencia de una mujer. Detrás de todo esto existe un problema de narrativa. Las historias conocidas sobre asesinato, violación, violencia doméstica, hostigamiento, embarazos no deseados, pobreza en las casas de las madres solteras, y una serie de otros fenómenos presentan estas cosas como algo que le sucede a las mujeres y dejan fuera a los hombres, los absuelven de sus responsabilidades y se vuelven historias en las que alegan que “ella me hizo hacerlo”. Así es como hemos tratado muchas de las cosas que los hombres hacen a las mujeres  como problemas de mujeres que tienen que resolver las mujeres, siendo sorprendentes y heroicas y aguantando todo, o arreglando a los hombres, o escogiendo vidas imposibles más allá del daño y la desigualdad. No sólo el trabajo de casa y el cuidado de los niños, también lo que hace el hombre se convierte en el trabajo de la mujer.

Rachel Louise Snyder en No VIsible Bruises, su libro de 2019 sobre la violencia doméstica, dice que normalmente se pregunta “¿por qué no lo dejó?” en lugar de “¿por qué era violento?” A las mujeres jóvenes que sufren de hostigamiento en la calle y contestan con amenazas les dicen que limiten sus libertades  y cambien su comportamiento, como si las amenazas masculinas y la violencia fueran una fuerza inmutable, como el clima, no algo que se puede cambiar. Y seguramente, tras el secuestro de Sarah Everard y asesinato a manos de un policía hace unas semanas, la policía metropolitana estuvo tocando todas las puertas para decirle a las mujeres del sur de Londres que no salieran solas.

En lo que se refiere al aborto, los embarazos no deseados se presentan como una situación de irresponsabilidad en la que se metieron las mujeres y los conservadores en EU y de muchos otros países quieren castigarlas por tratar de resolverla. En las historias en contra del aborto se la da la impresión de que las mujeres son las prostitutas de Babilonia, en lo que se refiere a la actividad sexual, y la Virgen María, en lo que se refiere a la concepción. Si bien hay gente que quiere embarazarse y lo puede hacer sola, con un banco de esperma o un donador, los embarazos no deseados son casi siempre al 100% el resultado de tener relaciones sexuales con alguien, para decirlo sencillamente, que puso su esperma en donde había probabilidades de que  se encontrara un óvulo en el útero. Dos personas estuvieron involucradas, pero sólo una tendrá la culpa si el embarazo termina en aborto.

Katha Pollitt escribió en su libro sobre aborto en 2015 que 16% de las mujeres han experimentado “cohersión reproductiva” en la que el hombre utiliza amenazas o violencia para anular su opción reproductiva y 9% han experimentado “sabotaje del control natal”, es decir, una pareja que desecha las pastillas anticonceptivas, hace hoyos en los preservativos, o impide que tenga acceso a los anticonceptivos”. Uno de los argumentos de por qué el aborto no debería ser restringido es que las violaciones que terminan en embarazo necesitan balancearse con las opciones por las consecuencias.

Y obviamente las leyes antiaborto con excepciones en caso de violación obligan a las mujeres embarazadas a probar que fueron violadas, y a un proceso oneroso, intrusivo, y prolongado que normalmente falla. Pollitt subraya que muchos embarazos no deseados son el resultado de violaciones de la autodeterminación del cuerpo que no entran dentro de la definición legal de violación. La violación en si misma es un crimen en el que la víctima y no el violador carga con la responsabilidad. En su asombroso libro autobiográfico, Know My Name, Chanel Miller escribe sobre todas las formas en las que, aunque estaba inconsciente, resultó culpable de ser atacada sexualmente por un extraño, el “violador nadador de Stanford”. Por otra parte, las consecuencias legales de sus acciones se presentaron como situaciones que ella infringía en él.

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Cuando la Universidad de Tulane reportó en 2018 que el 40% de las mujeres y el 18% de los hombres habían sido atacados sexualmente, casi nadie dijo algo sobre el hecho de que el campus estaba poblado no sólo por víctimas, sino también por culpables. En 2016, los Centros de Control de Enfermedades y Prevención presentaron una tabla para advertir a las mujeres que el consumo de alcohol podría terminar en violación, embarazo, golpes, o enfermedades de transmisión sexual, como si el alcohol en si pudiera hacer todo esto y como si sólo las mujeres tuvieran la responsabilidad de evitarlo. Una vez más, los hombres quedaron fuera de la narrativa de la que son los protagonistas.

Existen formas más sutiles de culpar a las víctimas, incluyendo todas las formas en que la gente afectada por situaciones de abuso o discriminación se presentan como disruptivas o demandantes en un lado del espectro, y con enfermedades mentales en el otro. Esto sucede, por supuesto, cuando todos los que están a cargo del status quo deciden protegerlo y no a los que daña o marginaliza, una decisión que hace que reportar sea malo o que la marginalización provoque más marginalización.

Ruchika Tulshyan y Jodi-Ann Burey escribieron en febrero: “El síndrome del impostor orienta nuestra visión hacia arreglar a las mujeres en el trabajo en lugar de arreglar los lugares en los que las mujeres trabajan. Eso quiere decir que con frecuencia el diagnóstico es de que “tiene sentimientos subjetivos de que no la necesitan o no está calificada” cuando lo correcto sería  que “trabaja en un lugar que la trata como si no estuviera calificada o no lo mereciera. El encabezado de una historia relacionada del 7 de marzo nos enseña cómo funciona esto:  “Google recomienda cuidados de salud mental cuando los empleados se quejan de racismo o sexismo” y describe que los empleados que presentan esas quejas son expulsados, y a la gente que les dio los motivos para quejarse, aparentemente no le pasa nada. 

Si los culpables de todas estas historias se quedan fuera significa que aunque la narrativa tenga la intención de preocuparse por la víctima, las víctimas no son a las que están protegiendo. Los culpables son individuos pero también una clase. Este es un problema e incluso una crisis en todas las situaciones que he descrito, pero en el baño de sangre de Georgia fue mortal; un hombre joven aprendió de la subcultura bautista sureña que el sexo es un pecado y que las mujeres son una tentación y que son seductoras, las hizo responsables de su vida interior y las castigó con la muerte.

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Rebecca Solnit es columnista de Guardian de EU. También es autora de Men Explaining Things to Me  y de The Mother of All Questions. Su libro más reciente es Recollections of My Nonexistence.

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