Un lucrativo complejo industrial mantiene a la frontera en constante crisis
Opinión The Guardian
Un lucrativo complejo industrial mantiene a la frontera en constante crisis
'La campaña presidencial 2020 de Joe Biden recibió tres veces más contribuciones de campaña de la industria fronteriza que la de Donald Trump'. Fotografía: Wolfgang Schwan / Rex / Shutterstock

Nunca me olvidaré de las ampollas en los pies de Giovanni cuando un paramédico lo atendía en el lado mexicano de la frontera con EU, en Sasabe, una ciudad remota en el desierto. En la planta de un pie, la piel se había despegado y un tejido rojo y fresco quedó expuesto. La uña de un dedo del pie se había caído. Giovanni era de una pequeña ciudad de Guatemala cerca de la frontera salvadoreña y había pasado varios días caminando por el desierto de Arizona bajo el calor del desierto en julio.

Cuando pienso en la “crisis fronteriza”, pienso en los pies lastimados de Giovanni. Historias de muerte, y casi muerte, de dolor y de inmenso sufrimiento como este, que suceden todos los días. Esta crisis de desplazamiento no es temporal, es perpetua.

Esto es algo que yo he visto en mi trabajo de reportero desde hace más de dos décadas. La frontera por su mismo diseño propicia las crisis. Este diseño se ha desarrollado y fortalecido durante varias administraciones de ambos partidos políticos en EU, y ahora incluye también  una participación significativa de la industria privada.

El complejo industrial en la frontera y sus consecuencias es una de las razones que discuto en mi nuevo libro Build Bridges, Not Walls: A Journey to a World Without Borders. Si la gente quiere una respuesta humana a los asuntos fronterizos y de migración, tenemos que hacer frente a algo mucho mayor que el legado de Trump, y empezar a imaginar y a trabajar por algo nuevo.

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Cruzando la línea del lugar en donde me senté a ver los pies de Giovanni, se encuentra una de las fronteras más fortificadas y vigiladas del planeta Tierra. Una combinación de agentes armados de la patrulla fronteriza, paredes, torres de vigilancia, sensores de movimiento implantados y drones Predator B que se despliegan específicamente para obligar a gente como Giovanni, y el grupo de cinco personas con el que se encontraba, a moverse por regiones desoladoras y mortales. Al igual que muchos, él caminó todo un día a través de una cadena de montañas hasta que sus pies se lastimaron demasiado  y sus espinillas empezaron a no responder. También se le acabó el agua.

Lo que le sucedió a Giovanni es parte del diseño de lo que la patrulla fronteriza llama “prevención por medio de la disuasión”. Al bloquear áreas de cruce tradicional en las ciudades de la frontera, se lee en las notas de un memorándum estratégico de la patrulla fronteriza, el desierto podría poner a la gente en “peligro mortal”.

Al principio de esta estrategia, en 1994 bajo la administración de Bill Clinton, el presupuesto anual para frontera e inmigración era de 1.5 mil millones de dólares, por medio del Servicio de Migración y Naturalización. En 2020, el presupuesto combinado de las agencias sustitutas, Protección de Aduana y Fronteras , CBP, por sus siglas en inglés, y el Servicio de Control de MIgración y Aduanas, ICE por sus siglas en inglés, excedió los 25 mil millones de dólares. Un aumento de 16 veces. 

Otra manera de ver el alcance de este monstruo del dinero son los 105 mil contratos, un total de 55 mil millones de dólares, que la CBP y el ICE han dado a la industria privada, incluyendo a Northrop Grumman, General Atomics, G4S, Deloitte y CoreCivic, entre otros, para desarrollar el aparato de control de migración en la frontera. Esto vale más que el total acumulado de los presupuestos de frontera y migración desde 1975 hasta 2003. Esos son 28 años combinados con un valor de 52 mil millones de dólares. Las compañías también dan contribuciones de campaña a políticos clave y al cabildeo durante los debates de presupuesto.  Y así tenemos la fórmula de una “crisis fronteriza” perpetua. Mientras mayor sea la crisis, mayor será la necesidad de infraestructura fronteriza, que generaría más ingresos.

¿Un resultado? Desde la década de los 90, casi 8 mil restos humanos se descubrieron en la frontera de EU. El número real de muertes seguramente es más alto. Las familias de migrantes siguieron buscando a sus seres humanos que se habían perdido.

En este sentido, Giovanni fue afortunado. Decidió no seguir adelante y abandonó el grupo. Estaba perdido. El desierto y los mezquites y los pastizales se fundían en uno. Afortunadamente, encontró un charco con agua de lluvia que lo salvó de la muerte por deshidratación.

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Cuando lo vi, sus pies eran un desastre, pero ese no fue el desastre que lo llevó a la frontera. El paramédico le aplicó pomada con antibiótico que hacían brillar sus pies descoloridos y, mientras tanto, me hablaba sobre el hecho de que no había llovido en su comunidad durante más de 40 días. Los sembradíos se secaron y la cosecha nunca se dio. Él vivía en el “corredor seco”, me contó. El término describe una extensa porción del territorio que va de Guatemala a Nicaragua que cada vez se seca más como consecuencia del calentamiento global. Según un estimado del World Food Programme, esto ha dejado en crisis a 1.4 millones de campesinos.

En ese sentido, Giovanni era, como muchas otras personas de Centroamérica, alguien que tuvo que moverse a causa de la crisis climática. Los dos huracanes seguidos de 2020, es especial, obligaron a mucha gente a moverse. Ya que EU produce 700 veces más emisiones de carbón que El Salvador, Guatemala y Honduras, combinados desde 1900, uno podría pensar que tiene la obligación moral de ayudar a subsanar el daño. Pero, al igual que otros emisores históricos de gases de efecto invernadero, se encuentra a la cabeza mundial de la militarización de las fronteras.

Como dicen los zapatistas:  ¡Basta Ya! Tiene que haber otra forma de imaginar el mundo. Sin embargo, en lugar de enfrentar los problemas del planeta, como son el cambio climático, las desigualdades endémicas en las que 2 mil multimillonarios tienen más riquezas que 4.6 mil millones de personas, y pandemias incontrolables, en donde la salud de la gente y sus pueblos cruza las fronteras está íntimamente interconectada, la solución siempre es la de los muros fronterizos, las tecnologías de vigilancia y más sufrimiento. En 1989, cuando el Muro de Berlín cayó, había 15 muros fronterizos en todo el mundo. Ahora hay 70, dos terceras partes de estos desde el 9/11.

Claramente el tiempo ha llegado para hacer más preguntas. Cuando la geografa Ruth Wilson Gilmore habla de la abolición de las prisiones, habla de presencia. “La abolición está relacionada con la presencia”, Gilmore dice, “no con la ausencia. Se trata de construir instituciones que apoyen la vida”. Gilmore hace énfasis en que en la actualidad la abolición no sólo trata de acabar con el encarcelamiento, sino de “abolir las condiciones en las que las prisiones se convierten en la solución de los problemas”. Este enfoque también aplica a las fronteras: ¿Cómo cambiamos las condiciones para las que las fronteras y los muros no se conviertan en la solución al problema? Tal vez la respuesta  está no en la tarea imposible de construir una frontera humana, sino en un  mundo más humano, en donde los conceptos como las fronteras y las prisiones ya no se consideren necesarias sino formas injustas de relacionarse unos con otros.

Tal vez el mayor impedimento para esto sea el  complejo industrial fronterizo. La campaña presidencial de Joe Biden de 2020 recibió tres veces más contribuciones  de la industria fronteriza que la de Trump. Aunque el presidente dio marcha atrás a las políticas de Trump, está lejos de retar al complejo industrial fronterizo que deja a gente como a Giovanni con los pies destrozados y cerca de la muerte en el desierto de Sonora. La frontera está diseñada para estar en crisis perpetua pero podemos acabar con esto si buscamos opciones nuevas. La abolición no es cuestión de destrucción, sino de cambiar lo que podemos ser. Es hora de construir puentes, no muros.

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