Poder e intelectuales, del halconazo al presente
Foto: Archivo General de la Nación. Imagen tomada del libro 'La matanza del Jueves de Corpus. Fotografía y Memoria', de Alberto del Castillo Troncoso.

A Gabriel Zaid, por enseñarnos a pensar.

La tarde del 10 de junio de 1971, el grupo paramilitar Los Halcones reprimió y asesinó a una docena de estudiantes y dejó cientos de heridos. Esa masacre metió a los intelectuales en uno de los más intensos debates sobre el papel de éstos frente al poder político, en ese momento encabezados por Octavio Paz y Carlos Fuentes. Los seguidores de Paz nunca creyeron la versión del entonces presidente Luis Echeverría Álvarez de que detrás de la masacre estaban los “emisarios del pasado”; mientras que aliados de Fuentes, no solo le creyeron, sino que además salieron en su defensa con la consigna por delante: “Echeverría o el fascismo”.

Lo que Gustavo Díaz Ordaz había unido, Luis Echeverría Álvarez lo separó.

El movimiento estudiantil de 1968 alineó a casi todos los planetas de intelectuales contra el presidente Gustavo Díaz Ordaz quien, además de sentir una particular reticencia por la mayoría de ellos, no le preocupaba mucho eso de pasar a la historia a través de la prosa de los escritores o los versos de los poetas. No estaba entre sus ambiciones que los historiadores lo incluyeran en sus páginas del futuro.

Pero esa alianza de casi todos los intelectuales (no todos) contra el mal encarado Díaz Ordaz no era algo que conviniera a su sucesor, Luis Echeverría Álvarez. Lector de Maquiavelo entre otros pensadores del arte de la política, Echeverría necesitaba dividir y tener aliados que creyeran con una fe a toda prueba e incondicionales.

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La masacre de estudiantes del 10 de junio de 1971, mejor conocida como “El Halconazo”, vendría a cumplir con la función de romper con esa relación del grupo dominante de la república de las letras que se había aliado a favor de los estudiantes en el 68.

Hoy sabemos con suficientes pruebas que de la represión del jueves de Corpus estuvo enterado el presidente Echeverría y que todas las piezas institucionales –ejército, policía y el grupo paramilitar Los Halcones– operaron de manera sincronizada para dar una lección a los estudiantes y, de paso, a quienes quisieran desafiar su poder

Echeverría no era Díaz Ordaz y él no negociaría nada.

Que sobre “El Halconazo” el presidente supo todo desde antes que ocurriera, es algo que sabemos ahora, décadas después. 

Pero en ese momento, fue difícil, sino que imposible, documentar que el señor presidente lo sabía. Y en ese quiebre, además de las especulaciones que brotaban por doquier de quién o quiénes habrían sido los responsables, Luis Echeverría encontró a los culpables: “Los emisarios del pasado”. Y en cuestión de horas, esos emisarios del pasado tenían nombre y apellido: el regente de la ciudad Alfonso Martínez Domínguez y el jefe de la policía, Rogelio Flores Curiel.  

A cinco días de la masacre, ordenó que le llenaran el Zócalo de la Ciudad de México para que “los emisarios del pasado” supieran que no estaba solo. Que todo el pueblo estaba a su lado, y que no lo dejarían enfrentar en solitario a las fuerzas del mal.

El choque y la división de los intelectuales

Cuando ocurrió “El Halconazo”, no hacía mucho que había regresado a México el poeta Octavio Paz, luego de una larga travesía por universidades de Europa y Estados Unidos, y después de haber dejado la embajada de México en India a raíz, precisamente, de la masacre de estudiantes en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. 

Tenía escasos seis meses en México y ocurría esa otra masacre. La duda, enemiga de la fe a ciegas, llevó al poeta a condicionar su adhesión a Echeverría y a creer en sus argumentos de los misteriosos culpables emisarios del pasado, a que se hiciera una investigación que deslindara de toda responsabilidad al presidente Echeverría.

Pero no todos pensaban como Paz ni ponían la duda como elemento natural de su quehacer intelectual. Uno de ellos, entonces todavía su mejor amigo, Carlos Fuentes. Ambos se habían unido contra Díaz Ordaz. Ellos y otros de su generación habían protestado y firmado manifiestos a favor de los estudiantes. Pero esta vez ya no irían juntos.

Para Carlos Fuentes, Luis Echeverría era distinto a Díaz Ordaz. 

Desde su campaña hacia la presidencia había incorporado en su lenguaje dos palabras clave como sebo para la inteligencia: la crítica y la autocrítica como base de su gobierno y la apertura democrática. Y, como si fuera poco, sutilmente fue sumando a su círculo cercano a académicos y estudiantes, algunos de ellos, del mismo movimiento del 68. A pesar de haber sido el secretario de Gobernación con Díaz Ordaz, algunos comenzaban a verle con ojos del revolucionario que México estaba esperando.

Carlos Fuentes veía en Echeverría la gran oportunidad para México y pedía que, por lo menos, se le “diera el beneficio de la duda”. Luego, en su libro de ensayos Tiempo mexicano, rayando en la apología, la defensa era absoluta: “Es un gobierno de izquierda intervenido por fuerzas de extrema derecha cuyo propósito es reestablecer una dictadura fascista en México… El 10 de junio fue un intento de las fuerzas más regresivas de México para desmentir y desacreditar al presidente, para atemorizar a los ciudadanos y hacerles creer que cualquier iniciativa política libre está condenada, de nuevo, a la represión”.

Ya no habría conciliación. Y llegó la toma de decisiones con una frase: “Echeverría o el fascismo”. La frase, por algún tiempo, se le adjudicó a Fuentes; aunque luego el autor, Fernando Benítez, reclamó su autoría. En esa hora de las definiciones a las que apelaba la frase se sumaron Fernando Benítez, José Luis Cuevas…

Paz y los suyos no creyeron y no cedieron. Con él se quedaban, entre otros, Gabriel Zaid y Julio Scherer, entonces director de Excélsior, periódico del que sería destituido vía un golpe interno de cooperativistas hacia el fin de sexenio, y donde la mano de Echeverría también dejó sus huellas.

Durante ese sexenio de Echeverría, para los aliados todo: becas, viajes, préstamos económicos, las mejores embajadas, apoyos para que sus libros se convirtieran en películas, puestos en el servicio público… Carlos Fuentes fue designado embajador de México en Francia en 1975.

Cuando “El Halconazo”, Paz, en esa ocasión, fue más visionario. La historia, al tiempo, le otorgó la razón. Echeverría nunca llevó a cabo la investigación prometida. Dejó que pasaran los días, que las promesas se perdieran y se diluyeran las pruebas de lo que había pasado. Qué importaba ya si en el viaje a la trascendencia la historia la contarían una parte de sus aliados intelectuales.

Un año después de “El Halconazo”, en octubre de 1972, la revista Plural abrió un debate sobre los escritores y la política. En ella participaron Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Luis Villoro, Tomás Segovia, Carlos Fuentes, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, entre otros.

José Emilio Pacheco resumía en el primer párrafo de su texto la ruptura entre intelectuales que había dejado “El Halconazo”: “Si algo muestra este intercambio de ideas es que la unidad básica que existió entre los escritores mexicanos en 1968 se ha quebrantado en 1972”.

Gabriel Zaid, unos días antes le escribió una carta a Carlos Fuentes, donde cuestionaba su actitud ante Luis Echeverría. Entre otras ideas, le escribió:

Si para salvar a México de las Fuerzas del Mal hay que someter la vida pública a las necesidades del ejecutivo, como en el pasado (y como en otros regímenes de advocación revolucionaria), seguimos en la tenebra: ganan las Fuerzas del Pasado.

-Que Echeverría sea patriota y honesto, ni tiene por que ser increíble, ni demuestra que lo esté haciendo bien. Porfirio Díaz fue patriota y honesto.

-Que a ti te conste que Echeverría es sincero y que a mí no me conste, pertenece al orden privado y carece de interés público. A un funcionario público se le juzga por sus actos públicos. Incluyendo sus actos de omisión. 

-El papel de un escritor, de un periodista, de un juez, de una cámara legislativa, no es el papel Ejecutivo.

-Demasiado poder tiene el Ejecutivo para ofrendarle además el mínimo y todavía dudoso poder de la opinión pública.

Hace unos días, el mismo Gabriel Zaid escribió en el diario Reforma un texto que incomodó al actual presidente, Andrés Manuel López Obrador. El texto comenzaba así:

-Cuando León Tolstói llamó a los 350 siervos del condado que heredó, para darles libertad, la respuesta no fue el agradecimiento. Preferían el paternalismo del amo generoso que había hecho escuelas para sus hijos.

-La decepción causada por el PAN, hizo a muchos desear el regreso del PRI, “corruptos, que al menos saben gobernar”. Pero Peña Nieto no supo gobernar ni tenía interés en hacerlo.

-La nueva decepción hizo a muchos creer en López Obrador. Que resultó otro Fox: un dicharachero que no sabe que no sabe.

Eso, y que al final llamara a emitir un voto de castigo en contra del partido Morena, incomodó al presidente que, de inmediato, le respondió a través de un video: “Contra viento y marea y aunque no le guste a The Economist ni al sabiondo de Zaid, la transformación pacífica, democrática y con dimensión social es imparable”.

*****

El gran problema de la negación del pasado, o de la evasión del mismo como mecanismo de sobrevivencia en el presente, es que tienden a repetirse actos que supondríamos superados. En el caso mexicano, el pasado no ha servido como aprendizaje, sino como pretexto o argumento político de acuerdo a las conveniencias del gobernante en turno. 

La confrontación del presidente Andrés Manuel López Obrador con los intelectuales es una historia que ya vimos, pero hace exacto 50 años. En esa ocasión fue Luis Echeverría Álvarez quien, en un manejo más inteligente de la estrategia del divide y vencerás, provocó la ruptura de uno de los grupos más monolíticos del poder de los intelectuales: el grupo Octavio Paz-Carlos Fuentes.

50 años después hay líneas que se conectan y otras que se modifican.

Esta vez, el actual presidente ha logrado lo que en su momento provocó Díaz Ordaz: unificar a los grupos de intelectuales contra sí mismo. Ha logrado que, por ejemplo, las cabezas de dos grupos antagónicos como Héctor Aguilar Camín (Nexos) y Enrique Krauze (Letras Libres), digamos que los primeros en la línea de herencia de Fuentes y Paz, se vuelven a unir.

Paz y Fuentes, simbólicamente, se reconcilian gracias al presidente López Obrador.

Si bien el actual presidente no tiene de su lado a intelectuales de tan alto perfil como lo fue el Premio Nobel Octavio Paz o el cosmopolita Carlos Fuentes, si tiene en su estructura a escritores como Paco Ignacio Taibo II o la escritora Elena Poniatowska… 

Lo que no puede negar el presidente Andrés Manuel López Obrador es que, al igual que Díaz Ordaz y Luis Echeverría, cuenta con sus periodistas y sus medios a modo. 

Sus propagandistas oficiales.

Pero esa es otra historia.

*Jacinto Rodríguez Munguía es experto en temas sobre Prensa y Poder; Aparatos de Inteligencia y Espionaje; movimientos sociales. Es autor de La Otra Guerra Secreta. Los Archivos Prohibidos de la Prensa y el Poder; 1968: Todos los Culpables y La Conspiración del 68. Los Intelectuales y el Poder, entre otros. 

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