¿Qué queda del tripartidismo después del tsunami de Morena?
La jornada electoral. Foto: Alexa Herrera/La-Lista

Durante más de 25 años, la política mexicana se estructuró en torno a tres partidos que, juntos, captaban más del 93% del voto entre 1997 y 2006, relegando las otras fuerzas a funciones secundarias. Dicho periodo se caracterizó por una fuerte estabilidad del PRI, PAN y PRD, que lograron arraigarse en distintos territorios y articularon identidades políticas duraderas entre amplios sectores del electorado.

Este tripartidismo empezó a erosionarse desde 2013 y se colapsó en 2018, bajo los efectos de un potente tsunami por la emergencia de Morena. Entonces, estos partidos apenas sumaron en conjunto 41.4% y Morena se afirmó como la fuerza principal, luego de pasar de 7.8% en 2015 a 37.8% del sufragio válido en las legislativas de 2018, e incluso a 54.8% bajo las siglas de la coalición presidencial ganadora.

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Más allá de la lectura que redujo las pasadas 1 mil 971 elecciones a un solo ejercicio plebiscitario para evaluar a Andrés Manuel López Obrador (aunque el presidente no estuviera en la boleta), una de las preguntas fundamentales que plantea la renovación de 20 mil 446 cargos a lo largo y ancho del país es si las consecuencias del tsunami de 2018 fueron coyunturales o duraderas. ¿Qué cambió y qué permanece del tripartidismo? ¿De dónde provienen los electorados que cambiaron de partido y votaron por la coalición que aglutina el movimiento-partido gobernante?

Como se observa en la gráfica, pasamos de un sistema con tres partidos que captaban respectivamente 42.1% (el PRI), 30.5% (el PAN) y 21.4% (el PRD) del sufragio entre 1997 y 2006, hacia uno más fragmentado con al menos cinco fuerzas relevantes (el índice sintético del número efectivo de partidos electorales alcanza ahora 5.2 a nivel nacional). La primera de ellas (Morena) sumó poco más de un tercio del voto (35.2%), pero cuenta con una amplia ventaja sobre el PAN (19%) y el PRI (18.4%). Ambos se disputan el segundo lugar muy por delante del PRD (3.8%) que pertenece ahora a una categoría distinta de partidos, que se dividen más de la cuarta parte del electorado restante. Los efectos del desalineamiento resultaron ser duraderos. Es poco probable que regresemos al tripartidismo del pasado y estamos, más bien, en un periodo transicional de reconfiguración que sigue en curso.

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A diferencia del PAN –que resistió en sus bastiones tradicionales–, del PRI –que apenas frenó su declive histórico que se remonta hasta 1979 (74.1%) y se acentúa a partir de 1991 (61.5%)– y del PRD –cuyos liderazgos y simpatizantes descontentos se integraron a la nueva coalición liderada por Morena desde 2015–, las bases territoriales de Morena son heterogéneas porque agregan electorados de orígenes y características muy distintas.

Los siguientes mapas sintetizan los cambios fundamentales en el nivel distrital. Acción Nacional se caracteriza por una fuerte continuidad geográfica, se recupera en sus principales bastiones tradicionales (el Bajío, Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua, Baja California Sur, la Ciudad de México, el “corredor azul” del Estado de México y Yucatán), pero pierde terreno en la Frontera norte, en la Costa del Pacífico, en San Luis Potosí, en Veracruz y en Campeche. El Revolucionario Institucional, en cambio, sufre una reconfiguración profunda y se concentra ahora en Coahuila, Nuevo León, Estado de México, Hidalgo, Guerrero y Oaxaca. El Partido de la Revolución Democrática apenas logra resistir en 20 distritos situados en Michoacán, Guerrero, el Valle de México, Veracruz y Tabasco, donde obtiene entre 10% y 29% del voto.

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Esta reconfiguración profunda de los electorados explica la heterogeneidad actual de Morena, cuyo reflujo de -3.6 puntos entre 2018 y 2021 modifica el mapa que surgió después del tsunami. Mientras que Morena crece en 79 distritos mayoritariamente norteños, su descenso no solo se produce en la capital del país sino que caracteriza a todo el altiplano (Estado de México, Hidalgo, Puebla y Morelos), a Nayarit, Chiapas y a muchos polos urbanos importantes (Tijuana, Ciudad Obregón, Manzanillo, San Luis Potosí, Monterrey, Toluca, la ciudad de Puebla, Cuernavaca, Villahermosa, Tuxtla Gutiérrez, Tapachula y Cancún), donde pierde entre 10 y hasta 23 puntos porcentuales.

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Finalmente, el nuevo sistema de partidos cuenta ahora con más de cinco fuerzas relevantes, cuya distribución territorial invita a distinguir al menos siete configuraciones regionales.

El último mapa sintetiza estas configuraciones principales del voto, y permite ubicar en qué distritos los partidos con menor presencia nacional (el PVEM, el MC, el PRD y el PT) juegan ahora un papel estratégicamente importante, debido a su concentración territorial respectiva.

Mientras que el PRI se concentra en los 66 distritos verdes donde obtiene un promedio de 29.3%, el PAN capta un promedio de 39.4% en los 68 distritos azules. Por otra parte, tanto el Partido Verde Ecologista de México como Movimiento Ciudadano acaban de ganar sus segundas gubernaturas en San Luis Potosí y Nuevo León respectivamente. El primero conquistó la de Chiapas (que gobernó Manuel Velasco entre 2012 y 2018), mientras que el segundo ganó Jalisco (que gobierna Enrique Alfaro desde 2018), lo que se refleja en su fuerte presencia en los distritos en verde claro y en anaranjado de estas cuatro entidades.

A su vez, el Partido del Trabajo cuenta con una presencia más dispersa en un archipiélago de 14 distritos (en rojo) situados en Sonora, Zacatecas, Puebla, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, donde capta en promedio 11.6% del voto, lo que contrasta con el perfil territorial más concentrado del PRD que resiste en los 18 distritos en color amarillo, situados sobre todo en Guerrero y Michoacán. Morena, finalmente, tiene una clara ventaja en los 88 distritos restantes en color bordeaux, donde su promedio alcanza 42.8% del sufragio.

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En suma, el tsunami de 2018 fue el resultado del colapso del tripartidismo y reconfiguró profundamente el sistema de partidos. Este cuenta ahora con siete partidos nacionales y con alrededor de cinco fuerzas relevantes que, en función de su distribución territorial respectiva, tendrán un peso estratégico dentro de la nueva geografía electoral mexicana.

Nota: El autor es investigador de El Colegio de México. Para una explicación detallada del enfoque espacial del voto y de los métodos utilizados, puede consultarse su libro: Lo que el voto se llevó. La des-composición del pacto posrevolucionario en México, El Colegio de México, 2018.

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