La piel como lienzo
Archipiélago Reportera cultural egresada de la ENEP Aragón. Colaboradora en Canal Once desde 2001, así como de Horizonte 107.9, revista Mujeres/Publimetro, México.com, Ibero 90.9 y Cinegarage, entre otros. Durante este tiempo se ha dedicado a contar esas historias que encuentra a su andar. X: @campechita
La piel como lienzo
Foto: Pixabay

“Usa mi cuerpo como las páginas de un libro. De tu libro”. 

The Pillow book, Peter Greenaway.

El hombre y el arte como representación de la experiencia de saberse vivos y parte de la naturaleza. Esa es la posibilidad del tatuaje, que permite inmortalizar en la piel ideas, anhelos, sueños o personas. Así se percibe el body suit, tatuaje de amplias dimensiones que se remonta al ukiyo-e, estampa japonesa que tuvo su auge entre los siglos XVII y XX. La traducción literal es Pinturas del mundo flotante y destacan sus motivos animales y florales.

El arte de pintar el cuerpo se conoce como Horimono, práctica que tenía la misión de emular suntuosos brocados tradicionales en el antiguo Japón. Su evolución fue tal que se consideraba “arte vivo”, eran piezas que se lucían como una túnicas, ya que cubrían todo el cuerpo.

Dicha técnica milenaria llegó a México a mediados del siglo pasado y poco a poco ha logrado zafarse el estigma de ser un gusto de personas “de baja estofa”, algo nada fácil por considerarse una marca de quienes pertenecieron a una banda o estuvieron en prisión. Ese carácter de pertenencia no resulta tan errado, ya que cada trazo denota –como la huella de los dedos– las señas particulares de quien realizó el tatuaje y quién lo porta.

¡Atención! Lo antes dicho no se debe tomar como algo peyorativo. Al contrario, es un reflejo de los años que el artista debió emplear para perfeccionar la técnica, los libros que leyó, las exposiciones o estudio de distintas corrientes artísticas analizadas. Hay mucho trabajo previo y eso se puede leer en cada tatuaje.

Hace unos días asistí al Museo de la Ciudad de México, donde se presenta la exposición Body suit. Es una muestra de 57 tatuadores de México y otras partes del mundo, un gran logro de los integrantes del Archivo del tatuaje mexicano y de la editorial Tinta y sangre, asociaciones que desde hace algunos años se han dado a la tarea de rescatar la memoria de los tatuadores que fueron pioneros en establecer el “arte vivo“ como una forma de expresión artística y, a su vez, dar a conocer a las nuevas generaciones.

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Cuatro salas del recinto ubicado en Pino Suárez 30, en el Centro Histórico, dan cuenta del bocetaje de tatuajes para cuerpo completo que cada artista traza en papel o manta, tanto con óleos, tintas o más apegados a la gráfica. Al platicar con Édgar Gamboa y Adrián García Solache, organizadores tanto de la muestra como del archivo y la editorial, me contaron cómo han hecho ese trabajo de investigación para reunir textos, imágenes y herramientas con las que se empezó a tatuar en México, así como la historia de muchos de los artistas que se fueron a Estados Unidos y allá lograron ser reconocidos antes que acá, y la incursión de las mujeres en los estudios de tatuaje que no ha sido fácil, pero han sido guerreras y se han ganado un lugar dotando de un estilo muy particular sus tatuajes.

Es una oportunidad de mirar a detalle la historia que resguarda cada boceto. Hay un mural que se esta ejecutando in situ y en agosto habrá charlas con algunos de los artistas para conocer más sobre las mujeres tatuadoras y otros temas que buscan aprovechar a los parroquianes habituales del recinto cultural que quizá no estén muy relacionades con la tradición de portar en la piel una pieza de arte.

Les dejo la provocación, tienen hasta el 12 de septiembre para visitarla y aprovecho por extender una felicitación a José María Espinasa, director del Museo de la Ciudad de México, su equipo y a la propia Secretaría de Cultura capitalina por abrir el diálogo a propuestas que antes era inimaginable ver bajo un criterio curatorial en las salas de un museo.

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