Si estás vivo, te gusta el cine
Zinemátika

Escribió por una década la columna Las 10 Básicas en el periódico Reforma, fue crítico de cine en el diario Mural por cinco años y también colaboró en Reflector, la publicación oficial del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Twitter: @zinematika

Si estás vivo, te gusta el cine
Foto: Pixabay

Hace algunos años, cuando comencé a estudiar Historia del Cine, un profesor nos pidió definir dicha materia. La mayoría dijo: “es un arte”; otros, “una técnica”, incluso algunos más, influenciados seguramente por Jean-Luc Godard, señalaron que era un arma para la revolución. Yo, que previamente había leído a Mark Cousins, contesté que era un sueño.

Obviamente fui el que sacó peor calificación en ese ejercicio. Al término de la clase, el maestro me comentó que no estaba tan errado, pero más que el sueño, el cine es la vida misma. Lo es porque, a diferencia de la pintura o el teatro, no la imita; no se inspira como la literatura ni la interpreta como la música: la muestra como es y debería ser.

A lo largo de la vida he conocido a muy poca gente a la que no le guste el cine. Será porque vivimos en una sociedad tremendamente visual –aún más en estos tiempos donde cualquiera puede grabar algo de calidad empleando un celular–, pero todos tenemos un referente en las películas: una frase, un actor, una saga o un personaje que son parte de nuestra cotidianidad.

Y es que el cine heredó ese espíritu clarividente que los antiguos griegos le concedían exclusivamente a los poetas, los encargados de hablar con los dioses. Al principio de la pandemia, por ejemplo, mucha gente citaba la cinta Contagio (Soderberg, 2011), con la cual la realidad tiene sorprendentes coincidencias.

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Pocas veces los críticos de cine hablamos de los humildes inicios de esta forma de arte, la última inventada por la humanidad, pero es así: para los hermanos Lumiere era una atracción de feria; para la escuela de Leeds, una forma de registrar el movimiento; para Thomas Edison, un negocio. Es probable que ninguno de ellos pensara en el legado sensible que dejaron al mundo.

Tiene, pues, el séptimo arte esa magia de transportarnos justo al Parnaso, al lugar de dioses no necesariamente indiferentes pero que, aunque tienen todo el poder para pagar una entrada –cada vez más cara-, son impotentes ante las desgracias o dichas de los seres de la pantalla. Son empáticos, sí, y lloran o ríen con ellos, pero son incapaces de modificar su destino.

Esta asociación de cine y sociedad ha dado resultados sorprendentes. Desde las personas que huían despavoridas al ver que se acercaba una locomotora a toda velocidad hasta los millones de seguidores que tiene la saga Star Wars en todo el mundo, con su consabida derrama económica, el cine es capaz de mover al planeta… no siempre en el mejor de los sentidos.

Es la memoria sensible de la humanidad: a través de la pantalla de plata, podemos viajar en el tiempo y ver, de una forma didáctica y amena, cómo eran las épocas pasadas o cómo nos las imaginamos –Cabiria (1914) es un ejemplo monumental de cómo se vivía en la Roma antigua-, y también historias más o menos oficiales y oficiosas sobre acontecimientos que cimbraron al mundo, como el asesinato de John F. Kennedy contado por Oliver Stone.

En las decenas de géneros y subgéneros del cine existe una película que te habla como si te conociera de toda la vida: y si lo hace, es porque te conoce de toda la vida. Por eso creo no equivocarme al decir que, si estás vivo y disfrutas la vida, seguro te gusta el cine. Y, si te gusta el cine, te invito a que platiquemos sobre el arte magno. ¿Es un trato?

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