Mi reino por un caballo
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Mi reino por un caballo
Foto: Pixabay

Algunos argumentos sobre el presente y el futuro de las tarifas eléctricas atribuyen al mercado o al Estado capacidades que no poseen para fijarlas. Como lo he comentado, la evidencia es mixta respecto a los resultados aportados por uno u otro y sus variantes intermedias. En la mayoría de los casos donde se introduce la competencia en la generación de electricidad, las ganancias en eficiencia son aparentes, sin embargo, las tarifas al usuario final no necesariamente disminuyen, debido a circunstancias particulares en la cadena de valor de la industria eléctrica de cada país.

A la luz de este registro acumulado a lo largo de tres décadas de reformas eléctricas, la desconexión entre la experiencia y la forma de hacer política tiene algo de asombrosa. Muchos políticos siguen bajo la impresión, o por lo menos se entienden a sí mismos bajo la presión, de que la única forma de vender cambios de modelo es prometiendo precios más bajos. Suena obvio: si no es para reducir precios, ¿entonces para qué sirve proponer una reforma eléctrica compleja y difícil de negociar? 

De entrada, puede servir para dejar de emplear recursos públicos con el fin de cubrir las pérdidas de la empresa estatal y en cambio dirigirlos a la política social, mejorar la calidad del servicio, proporcionar un marco de certidumbre para inversiones cuya maduración trasciende un mandato presidencial, reducir conflictos de interés en la toma de decisiones sobre política energética. Independientemente del nivel de las tarifas, estos avances significarían un beneficio para la sociedad.

Ahora bien, la evidencia también demuestra que es más fácil para los políticos comunicar temas complejos reduciéndolos a una cuestión de precios y otros conceptos encapsulables en una frase. El público no tiene tiempo, y en verdad muchos políticos tampoco, de revisar las minucias de los argumentos a favor y en contra de modelos alternativos para la industria eléctrica. Queda entonces escuchar con resignación las promesas infundadas sobre lo que ocurrirá con los precios, las definiciones idiosincráticas de la “soberanía” y señalamientos genéricos respecto a las negras o nobles intenciones de absolutamente todos los empresarios.

Puesto que lo importante es la siguiente elección, todavía a estas alturas de la historia hay políticos de cualquier estirpe dispuestos a ligar su reputación a este tipo de enunciados. Los únicos que salen airosos corren con la mejor de las suertes: terminar su mandato antes de que los acontecimientos que no pueden controlar eleven el precio de lo que sea se hayan comprometido a fijar.

Y la ceguera es una condicionante conocida. Muy a la manera de Procusto, el personaje de la mitología griega dueño de una posada a la que invitaba con toda amabilidad a viajeros a pasar la noche, para después serruchar o alargar sus extremidades a golpes a fin de que su cuerpo se ajustara a la cama, hay políticos listos para culpar a la gente, no a su modelo, si acaso este no funciona. 

En cualquier curso de economía introductoria se aprende a no confundir el nivel del precio con el mejor precio posible. La competencia, donde puede aplicarse, generalmente ofrece el precio más bajo en comparación con el monopolio. La salvedad proviene de un monopolio “natural”, el caso de una empresa cuyos costos son inferiores a las de muchas compitiendo, como ocurre con la transmisión mas no en la generación ni la comercialización de electricidad. 

Los combustibles más caros, las sequías, los vientos ausentes, los cielos nublados, entre muchos otros factores, aumentarán los costos de generar electricidad, con o sin liberalización e independientemente de la propiedad de la industria eléctrica. Si la tarifa al usuario final no subiera bajo estas circunstancias, las empresas incurrirían en pérdidas y su permanencia en el mercado sería endeble. 

De igual forma, si las personas empiezan a usar electricidad en sus hogares y centros de trabajo por encima de lo que previeron el gobierno o los inversionistas privados –porque la economía crece más rápido de lo esperado, porque el clima fue más extremo, porque la inversión fue planeada para otro escenario o debido a un sinfín de factores–, resultará en un aumento en la tarifa. Para generar más electricidad todavía es preciso comprar más combustibles. Cuando la penetración de renovables crezca, la importancia para las tarifas eléctricas del petróleo, el gas y el carbón será menor.

Quizá algún día se multipliquen los políticos de otro tipo, acaso más receptivos a las lecciones de la experiencia sobre los determinantes de las tarifas eléctricas. En lugar de perder su reino por una promesa de precios o por un caballo, como le pasó al Ricardo III de Shakespeare, podrían formar parte de una república de filósofos aún mejor que la imaginada por Platón. 

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