Bazar y matrimonio
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Bazar y matrimonio
Foto: Pixabay

El porcentaje de las importaciones respecto a la oferta nacional de energía es uno de los indicadores más importantes en algunas interpretaciones sobre la seguridad energética. México importa 60% de los combustibles líquidos que consume en el transporte y 70% del gas natural que primordialmente emplean las plantas de electricidad y las fábricas. ¿Estos niveles son para preocuparse, escandalizarse o seguir la vida como va?

La ciencia económica en su versión más básica observaría que los países importan lo que les hace falta y, por lo tanto, les es ventajoso contar con esa opción, de otro modo tendrían que restringir su consumo únicamente a lo que producen por sí solos. Versiones menos básicas agregarían conceptos como el riesgo de interrupción de suministro, que podría cortar total o parcialmente el acceso a las importaciones. Ese riesgo tiene orígenes diversos y puede o no ser medible, pero el que quizá llama más la atención es la posibilidad de una interrupción de suministro debida a las siniestras intenciones y maquinaciones de una potencia extranjera.

Dado este riesgo, ¿debe ser el objetivo de un país y su gobierno no importar nada, poco o mucho? ¿Qué es “mucho” o “poco”: importar 0%, 5%, 10%, 23%, 51%, 67%, 88.4% de los combustibles? ¿Cuál porcentaje de riesgo es alto o bajo? ¿Son estas preguntas ociosas?

La respuesta no es obvia, especialmente si distinguimos entre las preferencias de una persona, de una colectividad o de una nación entera. Depende de valoraciones que pueden enriquecerse con la lógica y la evidencia aportada por las ciencias sociales, pero en última instancia deriva de una postura filosófica implícita o explícita sobre lo que es importante y cuál grado de exposición al riesgo es aceptable. 

Los gobiernos mexicanos no se preocuparon mucho de este tema hasta la última década, a raíz de la caída sostenida en la producción de petróleo, gas y combustibles. Su aprehensión aumentó a partir de la dificultad creciente de las seis refinerías nacionales para sostener niveles de procesamiento de crudo por encima del 80%. Cuando la tendencia de las importaciones de gasolina, diésel y gas natural creció como resultado de estos factores y se avizoraba que la balanza de comercio de hidrocarburos se volvería negativa, lo que finalmente ocurrió en 2015, el consenso aparente de gobiernos sucesivos de distintas ideologías fue que las compras al exterior deberían disminuir. 

Detrás de ese consenso yacían nociones sobre la seguridad energética y el riesgo estratégico de una “alta dependencia” del exterior. De ahí las propuestas de intensificar la exploración y producción de crudo, reconfigurar refinerías, construir una nueva, promover un menor consumo.

Unos vieron en el sector privado la opción, otros lo entendieron como la amenaza. Cuestión de principios, supuestos, lógicas, evidencias y valores. La democracia sirve para definirlos y elegir entre ellos, más no necesariamente para escribirlos en piedra. Cada coalición mayoritaria tiene su propia preferencia, generalmente insertada en torno a una visión ética asociada al tiempo y al lugar. Cada observador aprecia una parte de la realidad y estima que la suya es la correcta. Por supuesto, la realidad es en primera y última instancia indiferente a esas preferencias.

Sabemos que el mercado de combustibles líquidos es sumamente flexible porque está integrado globalmente, los precios de todas las regiones se mueven en la misma dirección y cuando falta gasolina de una región puede obtenerse de otra. Sabemos también que en el mundo habrá a mediados de esta década cuando menos 2.5 millones de barriles excedentes de gasolina, diésel y otros derivados de petróleo en busca de compradores en todos los continentes. En el bazar mundial de la gasolina habrá oferta de sobra en el mediano plazo y será fácil encontrar vendedores. 

En contraste, el mercado de gas natural es mucho más rígido. Se comercia en su enorme mayoría a través de ductos que conectan a países de una región específica por un plazo largo, aunque poco a poco el gas natural licuado empieza a ganar mayor presencia en el comercio intercontinental. En lugar de un solo mercado de gas natural, en el mundo hay mercados regionales. Las transacciones entre compradores y vendedores asemejan más a un matrimonio que a un bazar. 

Dado que sabemos estas cosas, ¿cuál es el porcentaje “adecuado” de las importaciones de gasolina, diésel o gas natural? No está claro que el gobierno pueda manejar a su voluntad ese porcentaje, lo cierto es que comprar en un bazar es distinto que vivir en matrimonio y los objetivos y estrategias deben ser diferenciados.

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