Tántalo mira al 2022
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Tántalo mira al 2022
Foto: Especial

Es en los últimos y en los primeros meses del año cuando se pone de moda hablar de lo que puede esperarse para el futuro de la energía. Las empresas, los centros de investigación, las organizaciones internacionales publican documentos de prospectiva y llevan a cabo eventos para intercambiar impresiones sobre el posible curso del porvenir.

El ejercicio es tan interesante como ingrato. Pululan sesudos análisis que ayudan a ordenar el pensamiento e imaginar de manera estructurada cómo podría desarrollarse la industria energética en el corto, mediano y largo plazo. Aún así los acontecimientos irremediablemente superan a la imaginación, por muy informada, simple o sofisticada que sea. Acertar a adivinar el futuro es como vivir bajo la condena de Tántalo: el fruto se aleja cada vez que extendemos el brazo para arrancarlo del árbol.

Podría decirse algo parecido del pasado. Con frecuencia los historiadores lo reinterpretan y los arqueólogos encuentran nueva evidencia que lo convierte en hecho y a la vez en reinvención. En general somos incapaces de reconocer todo lo que pasa frente a nuestros ojos. Vemos una parte del presente y la proyectamos hacia el pasado y el futuro. Escudriñando datos, escarbando evidencia, cuestionando los lugares comunes, descubrimos que el pasado era después de todo distinto a como lo pensábamos.

Miro a los casi 11 meses que le quedan al año desde este (des)consuelo filosófico. He acudido a suficientes mesas redondas, talleres, seminarios, simposios, conferencias, congresos en distintos continentes a lo largo del tiempo para formarme una idea de qué esperar y qué no del rico intercambio de puntos de vista. He salido de ellos mejor informado, nutrido de ideas y datos, acaso con una visión sobre los cursos probables del futuro. He partido con un referente base para contrastar los acontecimientos. Al final no he llevado conmigo el ansiado fruto, listo para llevarlo en mi cesta y disfrutarlo a medida que el futuro se desenvuelve.

Se dice que el porvenir energético es impredecible porque la invisible y metafórica maquinaria de donde proviene –para algunos, la inescrutable voluntad de los dioses– está hecha de un sinfín de piezas en movimiento. Sabemos qué le pasaría al precio del petróleo si la demanda y la oferta se mueven en tal o cual dirección, pero es prácticamente imposible adelantar qué factor o evento moverá a la demanda o la oferta más allá de fenómenos como el crecimiento poblacional. La demografía es más predecible que la economía. La tecnología y la política obsequian sorpresas un día sí y el otro también. ¿En cuál garaje de cuál esquina estará inventándose la tecnología que cambiará nuestra forma de usar electricidad? ¿En cuál poblado de cuál país se gesta ya la próxima interrupción al flujo intercontinental de combustibles líquidos? ¿En dónde aletea la mariposa que habrá de provocar el huracán que transforme la cara del futuro?

Los ejercicios modernos de prospectiva energética acostumbran proponer cuando menos tres escenarios: uno que supone ocurrirá más de lo mismo (inercial) y otro par que especulan sobre un mundo con alto o bajo crecimiento económico, rápida o lenta innovación tecnológica, estables o inestables políticas públicas. Es decir, los escenarios dependen en gran medida de la lectura de las hojas del té de la política. De ella dependen el curso de la economía, la tecnología y las políticas energéticas.

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A juzgar por uno de los documentos publicados en los últimos meses por organizaciones internacionales, en el 2022 la política energética apunta hacia todos lados y ninguno. El Consejo Mundial de la Energía solicitó a los miembros de sus más de 100 comités nacionales identificar aquellos temas que consideran de alto impacto para la transición energética. Los resultados de su monitor de temas globales revelan una gran incertidumbre entre los expertos. Si bien en todas las regiones señalan a los precios de las materias primas, el manejo del cambio climático, el ambiente para la inversión, el diseño de mercados y la regulación entre los temas de más alto impacto, también los ubican entre aquellos cuya orientación es sumamente difícil de asegurar. Es comprensible: en Europa, Norteamérica y Asia, el discurso político a favor de las renovables choca con la realidad de la seguridad energética y la gestión política de la pandemia. Hay inconsistencia entre los dichos y las acciones de los gobernantes. No es fácil decidir a cuál futuro apostar cuando tantos aspectos de la vida política en el mundo están trastocados, desde los sistemas electorales hasta la distribución del poder en los sistemas energéticos, pasando por el precio de los combustibles.

Tántalo nunca alcanzó los frutos del árbol ni tampoco logró beber del agua del estanque. Si intentara arrebatar al 2022 el devenir de sus secretos políticos, también se le escaparían. Este año habrá elecciones legislativas y/o presidenciales en países grandes e influyentes para los mercados energéticos, como Estados Unidos, India, Brasil y hasta México. ¿Triunfarán el mercado de Estado o el mercado a secas, occidente u oriente, las empresas públicas o las privadas, el futuro o el pasado?


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