Tiempos inciertos 
Peripatético

Es chileno, tiene 40 años, es cientista político de la Universidad de Chile y asesor parlamentario. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Fue jefe de Gabinete del Ministro del Interior el 2014, y del 2015 al 2018, jefe de la Avanzada Presidencial de la Presidenta Michelle Bachelet. Es agnóstico y socialista. Twitter: @FelipeBarnachea

Tiempos inciertos 
Foto: Pixabay

“No perdamos nada de nuestro tiempo, quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro”, sentenciaba el filósofo francés Jean-Paul Sartre sobre el eterno debate respecto de cuáles son las mejores épocas de la humanidad. 

Y aunque existe la tentación de valorar tiempos pasados, nuestro tiempo tiene esa particularidad: que es el único tiempo nuestro. El concepto de “modernidad líquida” acuñada por Zygmunt Bauman parece definir con precisión lo que ocurre hoy en el mundo: no hay un ancla existencial para la vida, y se terminó por desvanecer el matrimonio eterno, el trabajo estable e, incluso, Dios mismo. Pero la pandemia hace lo propio cuando se pone en evidencia la locura de los grupos, cada vez menos minoritarios, llamados antivacunas: se inicia el peligroso camino de poner en tela de juicio el edificio de la ciencia como instrumento al servicio del ser humano, y la sociedad retrocede cuatro siglos. Es la Inquisición en contra de Galileo.

El mundo no va para ninguna parte y, menos aún, encuentra grandes tensiones como las del siglo XX: dos guerras mundiales y una Guerra Fría que, aunque catastróficas para la humanidad, entregaban una referencia desde la cual ubicarse y afirmarse. No existe, ni existirá –por lo pronto– aquel viejo anhelo de Immanuel Kant sobre la paz perpetua, ya diluida además su idea de progreso que fue el soporte de la modernidad.

Todos los anclajes se han desvanecido y la pandemia pudiese ser el último clavo del ataúd para la estabilidad que mi generación, y sobre todo las anteriores, secretamente anhelamos. El sistema mundial la ha resistido a pesar de todo, pero no queda tan claro que la pandemia haya puesto en valor, como señala Daniel Innerarity, al saber experto –la ciencia–, al liderazgo compartido –es decir, la lógica institucional– y a la idea de comunidad global. En mi opinión, estos tres principios, si se permite llamarlos así, se encuentran severamente amenazados, precisamente por la liquidez de nuestro tiempo.

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Y claro, la pandemia puso en evidencia la debilidad de las instituciones, porque al comienzo de la crisis ni la ciencia, ni la economía, ni la política fueron capaces de dar respuestas satisfactorias a las personas. Y aunque afortunadamente la ciencia se abrió paso, la política y la economía siguen al debe. Como olvidar al presidente Andrés Manuel López Obrador cargando amuletos religiosos para combatir la crisis, o al presidente Jair Bolsonaro, de Brasil, promoviendo “medicamentos” no probados científicamente para uso de toda la población.

El tiempo de las certezas se acabó y la pandemia terminó por liquidar alguna esperanza para el mediano plazo. El mundo tendrá que aferrarse a lo que Kant lúcidamente ya había establecido: “La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar“. No pensemos en sociedades perfectas ni en individuos luminosos, ni menos aun en recetas mágicas para un mundo a la deriva; bastaría, quizás, con asumir la realidad que nos toca y aprender a vivir en la incertidumbre, pero también en la oscuridad.

Para nuestro consuelo, aun hay quienes prenden algunas linternas.

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