La mujer y la niña en la ciencia: el poder de la representación

Internacionalista. Especialista en Políticas de Igualdad por FLACSO Uruguay. Maestra en Estudios Internacionales por el Graduate Institute of International and Development Studies. Directora de Vivencia y Servicios Académicos de la Escuela Gobierno y Transformación Pública del Tec de Monterrey. Coordinadora de la iniciativa de género e inteligencia artificial del Tec y FairLac, proyecto financiado por el BID. Twitter: @tzinr

La mujer y la niña en la ciencia: el poder de la representación
Foto: Especial

“Nada sucede en contradicción con la naturaleza, solo en contradicción con lo que sabemos de ella”, decía Dana Scully, agente especial del FBI, en sus andanzas como patóloga forense en la serie Los expedientes secretos X.

En 11 temporadas y más de 200 episodios de una producción que marcó la televisión en la década de los 90, la científica –doctora en las Ciencias Físicas por la Universidad de Berkley y médica por la Universidad de Maryland– repetía frases como “la verdad está ahí afuera” o “la ciencia nos dice que el mal no proviene de los monstruos sino de los hombres”. Escéptica, observadora, y analítica, era inteligente y valiente, se encargaba de encontrar explicaciones científicas a los sucesos que su compañero, Fox Mulder, etiquetaba como inexplicables fenómenos paranormales.

Estas serían solo memorias si no fuera porque el Instituto Geena Davis ha documentado que el 63% de las mujeres que hoy se dedican a la ciencia y que tenían alrededor de 12 años cuando se estrenó Los expedientes secretos X –hoy rondan la treintena- aseguran que lo más probable es que no estuviesen donde están si no hubiera existido el personaje de Dana Scully. El llamado efecto Scully significó que la personalidad, las aspiraciones y el actuar del personaje interpretado por Gillian Anderson generó un aumento del 55% en el interés de las niñas, que crecieron viendo la serie, por estudiar carreras en STEM.

Que las mujeres existan como participantes y líderes activas en las ciencias, la política, las empresas, los laboratorios, los deportes o las universidades depende de que, antes otra cosa, crean que son merecedoras y perfectamente capaces de ocupar lugares en esos campos. Para eso, niñas y niños, hombres y mujeres, debemos ver mujeres desempeñarse en estos ámbitos en el mundo real y también en el mundo de discursos, símbolos y mensajes de género que transmiten desde los medios de comunicación o el mundo del entretenimiento.

En los 90 hubo niñas que gracias a Scully se sintieron capaces de pensar para sí mismas un destino en la ciencia o la academia. Los modelos de rol, los estereotipos y los discursos sobre el género, ya sea que ocurran en el mundo de la “ficción” o en la realidad, son capaces de influir en las decisiones profesionales y personales de miles de personas. Por eso se insiste en la representación.

Hoy, las mujeres investigadoras constituyen menos del 30% del total de investigadores en el mundo y ocupan, en los diferentes continentes, solo entre el 6 y el 20% de las posiciones de dirigencia de los institutos científicos, según datos de la Unesco. Si revisamos, por ejemplo, la lista de galardonados con el Premio Nobel, caeremos en cuenta que en más de un siglo el premio se ha entregado a más de 800 hombres y menos de 60 mujeres, ¿por qué?

A pesar de los avances en cuanto a ganancia educativa de mujeres y niñas que se dieron durante el siglo XX y de los logros de inserción en lo laboral, mujeres y niñas continúan enfrentando obstáculos psicosociales, organizacionales y culturales al buscar insertarse en campos distintos a los tradicionalmente concebidos como “femeninos”. Es por eso que, para no olvidarlo, necesitamos un Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia. Necesitamos más científicas y más políticas, en fin, necesitamos más mujeres protagonistas dentro y fuera de la televisión.

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