Entre la libertad y la locura
Entre la libertad y la locura

Comenzó hace siete años con un blog llamado My Vintage Armoire. Ha colaborado en Elle México, Quién, Instyle, Life&Style, Reforma y Finding Ferdinand. Licenciada en mercadotecnia y comunicación por el Tec de Monterrey, escribe sobre la felicidad y la tristeza, el amor y el desamor, la duda, los reproches, el amor propio, el existencialismo, la introspección y el crecimiento personal. Lanzó el podcast Libre&Loca, uno de los 50 más escuchados en México y Latinoamérica. Twitter: @rowoodworth

Entre la libertad y la locura
Foto: Jill Wellington/Pïxabay

¿Cuántas veces has pasado San Valentín sole?

Alto. Ni las cuentes. Porque la verdad, no importa. Lo que importa es cómo te hizo sentir esa pregunta.

Si has pasado muchos en pareja y este año también será así, seguro sentiste una especie de alivio, incluso emoción. Pero si no, si han sido varios y este también estás soltere, probablemente se te hizo un pequeño nudo en la garganta.

No hay ninguna estrategia de mercadeo elaborada detrás de ello, dudo mucho que alguien haya querido crear un día para hacer sentir mal a los solteros, pero en definitiva el capitalizar la unión de otros puede ser un burdo recordatorio de lo que muchos creen que les hace falta.

Como seres tribales venimos a este planeta a conectar. Desde que somos muy jóvenes todo lo que buscamos es amor y aprobación: pertenecer a un grupo, que nuestros padres se sientan orgullosos, que nuestros maestros y jefes aprueben lo que hacemos. Queremos recibir halagos, felicitaciones y cariño porque eso indica que lo que somos, decimos y hacemos está bien. Nos reconforta tanto como nos valida.

Ser diferente es difícil, no es malo en lo absoluto, me enorgullece decir que hoy sé que yo y muchos allá afuera nos enorgullecemos de abrazar nuestras diferencias y encontrar o crear espacios donde esas diferencias sean aceptadas y vistas como algo bello.

Pero también sé que no pertenecer puede ser muy solitario y que más de una vez eso ha hecho que nos preguntemos si somos dignos de ser amados y si existirá alguien por ahí que quiera lo que tenemos para ofrecer.

Fue muy bonito recibir una invitación de La-Lista para tener una columna como invitada empezando con esta fecha, porque jamás creí que esta fuera a volverse una de las fechas más importantes de mi año por trabajo, por tratarse de amor.

También estoy cumpliendo mi fantasía de Carrie Bradshaw y la de todos los escritores que amamos Sex & the city y, en el fondo, siempre quisimos filosofar sobre la vida y el amor en una columna, así que gracias por eso también.

Después de embarcarme en el viaje que ha sido mi podcast Libre&Loca, en el que hablo sobre temas que me gusta llamar íntimos universales, o sea todo eso que pensamos y sentimos pero no siempre queremos decir en voz alta, y explorar el tema del desarrollo, crecimiento personal y el amor propio, es bonito ver que esta fecha puede ser el momento perfecto para tomarnos un minuto para reflexionar cómo nos encontramos en ese frente.

Porque aunque el 14 de febrero se relacione comúnmente con tener pareja, no podemos crear ninguna clase de vínculo sano o satisfactorio sin tener una buena relación con nosotros mismos.

En promedio, una persona pasa 16 años de su vida en la escuela y en ningún momento le enseñan a amarse a sí misma.

Y más allá de amarnos, porque coincido con esto de que el “amor propio” se ha vuelto no solo una frase de moda entre mi Generación Z y las más jóvenes sino una cruzada mítica que promete que si te amas no necesitarás de nada ni de nadie para sentirte completo, como si verte en el espejo y sentirte cautivado por el reflejo fuera 1) posible y 2) una fuente de fuerza absoluta que solucionara todos tus problemas.

No.

El “amor propio”, como muchos le llaman, no es la cima de ninguna montaña en el viaje del autoconocimiento y el desarrollo de la consciencia. Es un odisea eterna, llena de altibajos. Porque para amarnos tenemos que empezar con una pregunta que se remonta al verdadero principio de nuestra existencia, no es: ¿cómo empiezo a amarme? Es: ¿por qué no lo hago ya?

La respuesta a esa pregunta es la siguiente: trabajar en nuestro amor propio es un proceso que implica muchas acciones que no son fáciles.

Hay que encontrar qué es lo que no nos gusta de nosotros y podemos cambiar. Hay que aprender a convivir con aquello que no nos gusta de nosotros y no podemos cambiar. Hay que preguntarnos por qué nos cuesta tanto trabajo creer que somos, que tenemos, que podemos, que valemos y, sobre todo, que merecemos.

Hay que preguntarnos de dónde venimos, quiénes somos en realidad sin el juicio que otros han hecho sobre nosotros, sin las etiquetas que nos han colgado y hemos asumido y absorbido como nuestras, como verdades absolutas, pensar en dónde duele y de dónde viene ese dolor, enfrentarlo, llorar, gritar, desenmarañar los monstruos en forma de miedos, heridas, pensamientos, anhelos, demandas que viven enmarañados en nuestra cabeza, entender qué hay en nuestro núcleo, cuáles son nuestros valores o cuáles queremos que sean, qué nos hace felices, qué nos hace increíbles, qué nos hace diferentes y seguir el hilo por donde sea que nos lleve cada respuesta.

Sé que son preguntas difíciles, sobre todo aquellas donde uno mismo debe reconocer su valor porque la sociedad no es amable con nosotros al llegar a esta tierra ni nos da el espacio para pensar en nosotros mismos como grandes personas, como atractivas, como talentosas, como personas que tienen algo que aportar al mundo, como personas de valor. Al menos no al principio, y no por nosotros mismos.

Ese es un criterio que poco a poco debemos formarnos para sobrevivir, un coraje necesario para crear y construir lo que sea que queramos porque sin un poquito de ego simplemente no avanzaríamos. Pero que usualmente construimos basado en lo que otros nos dicen. La primera percepción que tenemos de nosotros tanto positiva como negativa la construimos con base en lo que los demás nos dicen que somos, en lo que por ellos creemos que es la verdad.

Si no es porque alguien más lo confirma o lo dice primero, no lo pensamos. Y si lo hacemos y lo expresamos en voz alta, hay un juicio de por medio.

Si tenemos el talento, nos cuestionamos quiénes somos para subir ese video, publicar ese libro, tener esa columna, dar ese consejo o plática, seguramente porque alguien ya nos lo preguntó o porque los hemos visto cuestionar a personas con ambiciones similares.

Y si no tenemos el talento, muchas veces cuestionamos nuestra habilidad de poder aprender creyendo que no tenemos lo que se necesita para lograrlo.

Hablando de cosas simples, hasta materiales, me he dado cuenta de que no nos creemos merecedores porque se nos ha enseñado culturalmente que para recibir hay que sacrificar. Hay que sufrir, hay que desvivirse, hay que derramar sudor, sangre y lágrimas porque “nada en la vida es gratis”, y si lo es y llega fácil hay que desconfiar porque “es demasiado bueno para ser verdad”. Sí, claro que hay que trabajar por lo que uno quiere, para tener un estilo de vida deseado, para que una relación prospere, pero no se trata de sufrir. Estas creencias son las responsables de que el amor trágico este normalizado y de que como sociedad nos sintamos culpables por descansar, porque se nos ha dicho que hay que darlo todo para llegar a donde queremos llegar.

No sé si alguna vez han jugado ese juego de Si pudieras tener todo en el mundo, ¿qué querrías? ¿Dinero, viajes, una mansión, zapatos de diseñador, estabilidad emocional…? Lo que quieras. Internamente cuando lo estás diciendo en voz alta sientes culpa por querer cosas o empiezas a justificarte con los demás y a decir: “bueno, yo sé que no se puede tener todo en la vida, pero…” y todo eso porque sentiste que hablar de lujos o porque querer mucho de tu vida estaba mal.

Lo mismo pasa con el amor.

Cuando expresamos en voz alta todo lo que nos gustaría tener en una pareja a veces se nos cierra la garganta y pensamos que no es posible, que estamos pidiendo demasiado, que nadie podrá ofrecer tanto y entonces empezamos a conformarnos con menos, con lo que la gente nos ofrece porque no pedimos más o descartamos aquello que no lo sea por miedo a nunca encontrarlo.

Ahí es donde el amor y el amor propio se unen.

Si estudias la carrera que tus papás quieren y no la que te apasiona, nunca vas a estar satisfecho con lo que hagas porque no es lo que realmente quieres hacer.

Si estás en una relación con una persona cuyo plan de vida difiere del tuyo, nunca vas a estar satisfecho, o vas a llenarte de angustia tratando de convencerles de que se parezca más al tuyo o de ansiedad tratando de amoldarte al suyo.

El amor propio se trata de conocerte para vivir una vida leal a tus intereses, pero sobre todo a tu bienestar.

Pero esto solo podemos hacerlo si tenemos una base sólida sobre la cual pararnos. Una seguridad y calma de saber que estamos bien con quienes somos y con lo que queremos y por eso podemos irnos de donde no es sano estar o de personas y lugares que nos pidan ser algo que no queremos ser.

Nuestra autoestima es tanto una brújula que nos da dirección como una batería en la que nos recargamos.

Y, ¿cómo se construye el autoestima?

Cumpliendo las promesas que nos hacemos. Siendo fieles a nuestra esencia. Porque el autoestima es la reputación que tenemos con nosotros mismos.

Por lo tanto, si te cumples lo que te propones, si honras el plan de la vida que quieres vivir, sabrás que puedes confiar en ti. Y si puedes confiar en ti para hacer las cosas, no necesitarás pedir constantemente la validación u opinión de otros. Si tú puedes, no te importa lo que piensen los demás de ti.

Ahí está el balance que trae el amor propio a nuestra vida.

Personalmente creo que el amor de cualquier tipo debe de ser paz. Y la paz no significa que no tengas que trabajar duro, no significa que no haya ruido y no significa que no haya dificultad, paz significa que en medio de todo eso, del ruido, la dificultad y el trabajo duro, estés bien. Tu corazón esté tranquilo, que tengas la certeza de que si te propones, algo harás con todo lo que esté en tu poder para lograrlo porque estás convencido de que es lo que quieres hacer. Y si las cosas no funcionan, sepas que podrás lidiar con ello, que te tienes a ti para contar contigo.

Conocernos para poder amarnos es una aventura. Amarnos y no pedir disculpas por ello, un reto.

En un mundo que ha llegado a tachar la confianza en uno mismo como un rasgo narcisista, la ambición como ególatra y hablar de tus logros o que estés satisfecho con tu apariencia como presunción, nos da miedo ser quienes somos en toda nuestra gloria. Buscamos encontrarnos y a la par nos reprimimos.

A eso yo digo: “¡BASTA!”

Amarnos a nosotros mismos, admirarnos, confiar en que somos capaces, no tiene nada que ver con pensar que siempre tenemos la razón o que somos perfectos. Se trata de tener un fuerte sentido de identidad. Se trata de saber que perteneces a este mundo tanto como cualquier otra persona por el simple hecho de existir, eso es lo que te da derecho a ocupar el espacio que ocupas y la libertad de ser quien quieras ser. Por eso no necesitas su aprobación, ni su validación.

Conocerte a ti mismo, construirte bajo tus términos, enraizarte en tus creencias, orígenes, valores y sueños te otorga un balance para que no se te suban todos los cumplidos a la cabeza ni guardes todas las críticas en tu corazón. Pero sobre todo te la oportunidad de construir una vida que por si sola te haga feliz. Y esa es la cuestión. Llegas a este mundo solo y te vas solo.

Si tienes suerte, te vas encontrando con personas con las que coincides en lo importante y con quienes puedes ir compartiendo tu existencia y paso por la vida.

Tus amistades se vuelven una red de apoyo, personas con las que no te sientes inadecuado, ni tonto, ni raro, ni demasiado. Son personas que te celebran, que celebran tus sueños, tus éxitos, que te dan la mano mientras peleas con tus miedos y que creen en ti hasta cuando tú no sabes ni cómo hacerlo.

Las amistades o relaciones amorosas son vínculos que deben servir un solo propósito: sumarle a tu paso por este planeta. Se forman con personas con las que hay la oportunidad de construir algo, un legado, una familia, una conexión que complemente tu existencia.

Son personas a las que quieres, a las que admiras, de las que puedes aprender. Hay que trabajarlas y hay que cuidarlas pero nunca olvidar que para poder sumar a la vida de otros o construir algo con alguien primero hay que conectar con nosotros mismos, procurar espacios en los que podamos crecer dentro de nosotros y por nosotros mismos, formarnos puntos de vista y opiniones sin pedir opiniones de los demás, conocer el mundo y nuestro lugar en el tomados de nuestras propias manos. Trabajar en nuestras metas, sueños, vida antes de entrelazarla y crear una nueva con otro.

Espero que este Día de San Valentín, no importa si lo pasan con amigos o pareja, honren la suerte que es coincidir y el milagro de conectar.

Y si lo pasan solos, que sea con la paz de sentirse bien dentro de si mismos y si no hay esa calma, con la certeza de saber que las posibilidades son infinitas y que la vida puede ser lo que nosotros queramos que sea solo con tomar la decisión de hacer las cosas diferentes y trabajar en ello.

Tu vida es tuya, no le debes nada a nadie. Puedes cambiar de opinión, de ciudad, de país, de círculo de rutina en el momento que tu quieras. Mientras no le hagas daño a nadie y lo hagas todo por tu paz mental y emocional. No hay expresión de amor propio que valga más que esa.

Síguenos en

Google News
Flipboard