El machismo en el clan Gertz Manero
Columnista invitada

Mamá de tres hijos, emprendedora. Hija de Alejandra Cuevas #LibertadParaAlejandra. Twitter: @Anapaulaa74

El machismo en el clan Gertz Manero
El fiscal Alejandro gertz Manero. Foto: Agencia EFE.

Mi abuela Laura Morán Servín conoció a Federico Gertz Manero, hermano del fiscal Alejandro Gertz Manero, en 1968. En ese año ella era una mujer divorciada con tres hijos, la más pequeña es mi madre, Alejandra Cuevas Morán. 

En esa época, contar con un divorcio era como adentrarse en la novela del escritor Nathaniel Hawthorne, que cuenta la historia de Hester Prynne, quien por mantener relaciones adúlteras y dar a luz a una hija fue obligada a utilizar un vestido con la letra “A” –de adúltera–, para que la sociedad puritana de Boston, Estados Unidos, supiera el “pecado” cometido y se sintieran con todo el derecho de condenarla, castigarla, reprobarla. Si bien es cierto que el libro está basado en siglo XVII y en el caso de mi abuela no hubo adulterio, esa era la mentalidad de los padres de Federico y Alejandro Gertz Manero.

Para José Cornelio Gertz Fernández y su esposa Mercedes Manero de Gertz, la llegada de mi abuela a sus vidas fue un terremoto del cual nunca se recuperaron. No concebían que su hijo mayor, quien siempre fue el consentido, la luz de los ojos y quien estaría a cargo de la administración de los bienes familiares, tuviera una relación con una mujer seis años mayor y que además tenía tres hijos de un matrimonio previo. 

Según me cuenta mi Yaya –como le decimos a mi abuela–, nunca la quisieron, siempre la rechazaron, ya que ellos visualizaban a su hijo casándose con una mujer soltera y sin hijos. Sin embargo, la insistencia de Federico con mi abuela terminó por conquistarla y emprendieron una historia de amor que duró más de medio siglo hasta que en 2015, Alejandro Gertz Manero irrumpió en el domicilio de mis abuelos y, sin orden de cateo, secuestró a su hermano, lo internó en el hospital, donde murió un mes después bajo su cuidado y acusó a mi abuela, a mi madre y a mi tía del presunto homicidio de su hermano.

Después de cinco años de juicio, la imputación nunca prosperó, sin embargo, cuando asumió el cargo de la Fiscalía General de la República, en 2019, aplastó el Estado de derecho y consiguió encarcelar a la hija de quien fue su cuñada por 52 años. Le giraron una orden de aprehensión a mi abuela de 95 años, la mujer más longeva en la historia de México perseguida con toda la fuerza del Estado mexicano. 

Es posible que el resentimiento que le tuvieron los padres de Federico a mi abuela se lo inculcaron también a Alejandro, quien siempre se refiere a mi abuela como la “concubina”, que no tiene nada de malo, es un término legal porque nunca se casaron, una decisión que tomaron tanto mi abuela como Federico y que no impidió que vivieran felices 52 años, pero basta ver al fiscal en entrevistas y registrarle la satisfacción en el rostro cuando la llama así, ya que le da una connotación de amante o una aventura pasajera, de arribista, y no de la mujer que le dio la vida a su hermano. 

Se amaron, se cuidaron y se respetaron por más de medio siglo, hasta que Alejandro lo secuestró y lo internó en el hospital. Federico tenía 82 años y mi abuela 88 años cuando arrancó el infierno en el que hoy estamos todos metidos, ya que mi madre cumplió el pasado 2 de febrero 474 días ilegalmente encarcelada, sin haber cometido un delito, no dicho por mí, que soy su hija, sino por las propias autoridades de la Ciudad de México que desecharon la acusación en un principio.

Hoy, yo también estoy en la mira del hombre más poderoso en la procuración de justicia, ya que, al encarcelar a mi madre, nos exigió a mí y a mis hermanos una confesión de delitos fabricados con la intención de meternos a la cárcel. 

La misoginia, la violencia de género y el odio a las mujeres por parte de Alejandro Gertz Manero es añejo.

Soy una mujer de casi 50 años que nunca ha cometido un delito, vivía inmensamente feliz antes de que Gertz raptara a mi madre, y con ella se fue mi tranquilidad, la paz, el sosiego con el que transcurrían mis días. 

Hoy me carcome el miedo de que me pueda pasar algo, además de estar criando a mis tres hijos en un país que no tiene Estado de derecho, donde las leyes son conceptos para los libros porque la realidad es otra. Basta con que alguien tenga poder y dinero para fabricarte un delito, encarcelarte y arruinarte la vida. 

El nivel de malicia y misoginia de Alejandro es patológico, ya que cuando logró el encarcelamiento de mi madre, extorsionó a mi abuela y la despojó de todo, desde los objetos que tenía en su casa, hasta la renuncia que le hizo firmar de la pensión mensual por viudez, que él mismo, como albacea, tiene la obligación de cumplir. 

¿Qué clase de hombre le pide a una mujer de 95 años que renuncie a la pensión que le permite subsistir? La clase de hombre que traicionó la voluntad de su propio hermano.

Hoy con 95 años, mi abuela vive, resistiéndose a la muerte porque niega a marcharse de la Tierra sin ver a su hija libre, espero que así sea, porque la crueldad y la sevicia con la que Alejandro Gertz Manero ha operado es criminal y ninguna mujer merece ser maltratada con un salvajismo despiadado. 

Me parte el alma ver a mi abuela en estas condiciones, sobre todo porque yo crecí toda la vida viéndola junto a Federico y mi Yaya se desvivía por él. Yo muchas veces le decía que parecía la Geisha y ella me respondía: “es amor, mi vida”.  

A ambos les encantaba la música, los perros, el arte, salir a los mercados a comprar antigüedades, viajar, una vida llena de recuerdos, de instantes que quedarán para siempre en sus corazones, y qué triste que después de entregarle tu vida a un hombre llegue alguien como Alejandro Gertz Manero y te deje en ruina, no solo económica, sino espiritual, al meter a tu hija a la cárcel. 

Hoy, mi madre con casi 70 años, sigue presa por un crimen que no existe, arriesgando su vida, mientras una pandemia arrasa la prisión de Santa Martha Acatitla, lugar con condiciones deplorables. Gertz Manero ha utilizado los recursos de la Fiscalía General de la República para lograr esta atrocidad jurídica, ética y humana, porque fueron policías, ministerios públicos, jueces, magistrados, el subprocurador local Juan Ramos, quienes cumplieron perfectamente las órdenes de Alejandro Gertz Manero para encarcelar a mi madre.

El fiscal es juez, parte, policía, justiciero y extorsionador. A la deriva está mi abuela, mi madre, yo y ahora mis hijas; cuatro generaciones de mujeres que cargarán para siempre con el daño irreversible que está causando este encarcelamiento, esta persecución llena de intimidaciones, de amenazas, incluso de muerte. 

Siento que muchas veces las mujeres tenemos una desventaja ante los hombres, ya que ellos por lo general son los proveedores y nosotras las que cuidamos a los niños y la casa, porque así ha sido el mandato social sobre nosotras, pero el vínculo de las madres con sus hijos, a veces, va mucho más  allá. 

La madre es insustituible, es un lazo inquebrantable. Nacen de nuestros vientres, se alimentan de nosotras, nuestras entrañas están soldadas a las suyas y para mí, indiscutiblemente, es el vínculo más poderoso y amoroso que existe. Hoy, ese lazo está destruido, mi madre tirada en una celda, mi abuela muriéndose y mis hijas, ahora lesionadas emocionalmente se preguntan: ¿me podría un hombre hacer lo mismo a mí?

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