Cerca, pero lejos de Putin
Breve, pero a fondo

Periodista por convicción y formación. Con una trayectoria de 30 años, desarrolló su carrera en distintos medios, entre estos, Worldwide Television News, United Press International y Notimex. Fue corresponsal en Centroamérica, Colombia y EU. Ha realizado coberturas en México y el mundo. Colaboró por 20 años en El Universal. Coautor del libro Haití, Isla Pánico. Twitter: @jlruiz10 

Cerca, pero lejos de Putin
Rusia, en medio las críticas y sanciones por la guerra. Foto: AFP

La tragedia que se vive en Ucrania bien podría ser la misma tragedia que enfrentan otros pueblos. Como en Rusia, en otras geografías del mundo también hay “hombres fuertes” que detentan el poder absoluto y lo ejercen a plena voluntad, a placer, lejos de los intereses reales de una nación.

Lo que hoy padece Ucrania es un ejemplo terrible y contundente de lo que sucede cuando alguien poderoso busca imponerse por la fuerza sobre los demás, a los que considera más débiles, lacayos o simples vasallos, y no ciudadanos con derechos humanos irrestrictos y obligaciones derivadas el pacto social.

La catástrofe en Ucrania nos debe obligar a vernos responsablemente a nosotros mismos, como en un espejo, para apreciar lo que hemos logrado a través de nuestra larga y rica historia. La solidez democrática, con instituciones bien apuntaladas, deben conservarse, pulirse, tenerlas al día, para así tener la capacidad para enfrentar y resolver los grandes desafíos que enfrenta México como país.

En Rusia se puede constatar que el país que gira en torno a un solo hombre –y ese hombre es Vladimir Putin– puede cometer cualquier yerro, empujar cualquier acción para doblegar voluntades o ejecutar descabellados idearios para catequizar a las mayorías y colonizar conciencias.

No hay que perder de vista lo que sucede en un gran país como lo es Rusia, cuando es gobernado a voluntad por una figura única y absoluta, sin apegarse a las instituciones –incluso eliminarlas por simple decreto–, a las leyes o al derecho internacional. Creer que se está por encima de todos, que su voz debe ser la única que se escuche y considerar como traidor a quien no esté con él es una falsa idea, que contrariamente dibuja al déspota, perfila al dictador y descubre al tirano.

Por ello, debemos alejarnos de Putin, pero sin perderlo de vista, tenerlo cerca, pero también lejos, para que no sea un ejemplo de ningún liderazgo en México, para impedir que alguien se sienta atraído por él y, como él, tener la tentación de hacer y deshacer en el país, creyendo que es un mesías, el elegido, para llevar a México a un nuevo estadio, a una –según su visión– legítima transformación.

Ninguna nación se merece estar bajo la voluntad, el humor o el capricho de nadie. Para ello se crearon leyes e instituciones, para garantizar la solidez democrática de una nación, y México lo es.

Hay que erradicar del discurso político la metralla de la propaganda, la fusilería de la intimidación o el bombardeo de la demagogia que atentan contra una sociedad diversa, heterogénea y que anula, en muchos sentidos, el desarrollo y la convivencia social.

Los enconos pueden desdoblarse hasta alcanzar a minorías residentes en el país, donde también se han asentado diásporas de rusos y ucranianos.

De acuerdo con un censo realizado en el 2020 por el Inegi, en México residen cerca de 800 ucranianos, principalmente originarios de Kiev, Odesa, Leópolis y Dnipró. En su mayoría incursionan en el medio cultural, artístico y de la música. En tanto, son casi dos mil 500 los ciudadanos rusos que viven en México, y cuya actividad se diversifica además de las artes, en los negocios y en el mundo académico.

Sin duda, el drama que se vive en Ucrania nos deja muchas lecciones y no debemos dejarlas pasar ni soslayarlas, sino evaluarlas con cuidado y entereza, para no dejarnos arrastrar por liderazgos que a la postre nos vulneren como nación, debilitando nuestra unidad e identidad, colocándonos del lado donde están los gobiernos dictatoriales y autoritarios, y alejándonos de los ideales democráticos forjados históricamente a base de lucha y trabajo.

Nuestras autoridades no pueden ni deben escapar de las quejas y diatribas de los ciudadanos, que tienen la última palabra para demandar mejores gobiernos, modernos y humanistas, que respeten las leyes y las hagan valer con la fuerza del derecho en el concierto internacional.

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