La SEP y la policía de la memoria
Breve, pero a fondo

Periodista por convicción y formación. Con una trayectoria de 30 años, desarrolló su carrera en distintos medios, entre estos, Worldwide Television News, United Press International y Notimex. Fue corresponsal en Centroamérica, Colombia y EU. Ha realizado coberturas en México y el mundo. Colaboró por 20 años en El Universal. Coautor del libro Haití, Isla Pánico. Twitter: @jlruiz10 

La SEP y la policía de la memoria
Libros de texto gratuito, en la polémica. Foto: Especial / Archivo

La idea surgida en las entrañas de la Secretaría de Educación Pública (SEP) de borrar de los libros de texto palabras que alientan –según su visión– el “sueño neoliberal” me hizo recordar la formidable novela de la escritora japonesa Yoko Ogawa: La policía de la memoria.

En la historia, desarrollada con una virtuosidad incomparable por la escritora nacida Okayama, se describe un misterioso fenómeno en una pequeña isla, donde comienzan a desaparecer cosas que son apreciables, desde pájaros, rosas y perfumes hasta emociones, sensaciones, ideas y palabras, entre muchas otras, obligando a sus habitantes a entrar en un perpetuo proceso de olvidos y pérdidas.

Incluso se crea una policía de la memoria que persigue a todos aquellos que conservan la capacidad de recordar lo que poco a poco se va esfumando y evaporando de la memoria colectiva. Las redadas y las requisas son comunes en los barrios de la isla, para asegurar que no exista evidencia alguna de lo que ya se ha perdido para siempre.

Por supuesto que la propuesta incluida en el documento Marco curricular y plan de estudios 2022 de la educación básica mexicana me remitió a la distopía narrada por Ogawa, ya que solo la idea de eliminar palabras por creer que amenazan el bienestar colectivo o que atentan contra un estilo ideológico o político no solo es un despropósito, sino una atrocidad.

Creer que las palabras ‘eficiencia’, ‘productividad’, ‘sociedad del conocimiento’, ‘calidad educativa’ y ‘competencia’ no sirven, por no cumplir con fines políticos específicos, resulta realmente preocupante y sobre todo alarmante. Bajo la perspectiva de la SEP, estos conceptos solo favorecen a las clases privilegiadas o a los sectores empresariales.

Por supuesto que la historia de Ogawa es de ficción –afortunadamente–, pero no la postura manifiesta por la dirección general de Materiales Educativos, que sí ven en estas palabras una amenaza, por decirlo de alguna forma, a las buenas costumbres sociales, al alentar el “sueño neoliberal”.

En los tiempos de hoy se requieren acciones que nos permitan salir adelante del impacto que nos causó y nos sigue ocasionando la pandemia –la más trágica, la muerte de casi medio millón de mexicanos–, y para ello, requerimos elevar nuestra eficiencia, nuestra productividad y, por supuesto, la calidad educativa que es el motor del desarrollo y del bienestar social.

Tratar de borrar ciertas palabras en los libros de texto gratuitos para asegurar un estilo de gobierno es algo que no se debe pasar por alto. Primero serán las palabras, ciertos conceptos, mañana podría ser algo más, que debilite las formas de diálogo y entendimiento de una sociedad tan diversa y dispar como la nuestra.

La sociedad del conocimiento no es mala, mucho menos perversa, y pretender sostener que solo atiende a intereses ideológicos o políticos sería una forma mezquina de entender las cosas.

Desde luego que tampoco a la competencia se le puede considerar per se como nociva, mucho menos ahora que es necesaria para acelerar la productividad y, por ende, la generación de los millones de empleos que se requieren en el país.

Supeditar el diseño de los libros de texto gratuitos de educación básica a la extinción de conceptos y palabras por considerarlos ajenos y contrarios a la actual concepción política y económica de la llamada Cuarta Transformación no es una buena noticia y mucho menos una buena señal, ya que acciones de este tipo solo son prácticas de gobiernos totalitarios, y el de México surgió del voto democrático y popular.

Byung-Chul Han, uno de los filósofos más leídos del mundo –versa en el perfil de su más reciente libro No-Cosas-, recupera la sustancia de lo escrito por Yoko Ogawa, en la que se describe un “régimen totalitario” que destierra cosas y recuerdos de la sociedad con la ayuda de una policía de la memoria similar a la policía del pensamiento presente en la novela 1984 de George Orwell.

Afortunadamente, al menos eso es lo que quiero creer, estamos lejos de vivir bajo un régimen autoritario y más aún que imponga ideologías por la fuerza con la ayuda de una policía que haga valer la desaparición de cosas, ideas, palabras o conceptos, que son vitales para el hombre y su convivencia en sociedad.

Ahora más que nunca me parece casi obligada la lectura de La policía de la memoria, en la que Yoko Ogawa lanza una perturbadora advertencia sobre la posibilidad, aunque ahora sea ficción, de que alguien ose con apagar de la memoria el recuerdo de las cosas que son irrecuperables, de todas formas y diversas características y sobre todo, maravillosas como son las palabras y los conceptos.

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