Nunca en domingo
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Nunca en domingo
Los domingos me parecen una cosa monstruosa, larga como la cuaresma. Foto: congerdesign/Pixabay.

Las noches de domingo acaban mal, dice una canción del último disco de estudio de Joaquín Sabina. Acertado como en infinidad de ocasiones a lo largo de su prolífica carrera, en esta ocasión la sentencia del “flaco de Úbeda” me hizo recordar situaciones del último día de la semana. Porque la semana comienza en lunes, no me jodan.

En muchas casas se le decía “domingo” al dinero que nos daban los papás para toda la semana, en mi casa nos lo teníamos que ganar lavando el auto de papá el fin de semana. Pero retomo, cuando se termina la temporada de NFL, los domingos me parecen una cosa monstruosa, larga como la cuaresma, diría Polo Polo.

Las tardes de domingo, mis tardes de domingo me recuerdan a Acción y DeporTV, pero cuando terminaba el programa conducido por José Ramón Fernández, siempre con la sección de toros a cargo de Ángel Díaz de León, se encendían las señales de alarma. Era el momento de revisar si habías hecho la tarea que tenías que entregar el lunes. Entraba en pánico. Las papelerías estaban cerradas y no había Google para descargar alguna monografía ni Wikipedia para hacer alguna consulta apresurada.

No te pierdas:Domingo de Super Bowl

En mi adolescencia, mis primeras salidas nocturnas, el domingo era sinónimo de resaca. Mi papá, tan perspicaz como los viejos de… cuarenta y tantos, nos hacía desayunar hot cakes y fruta después de una noche de parranda. El castigo se redondeaba con ir a misa antes del futbol de las 12.

No sé por qué en algún momento de su vida, entre los 40 y 50 años, a mi viejo le renació la espiritualidad y si no íbamos a misa, no había “domingo”. Después de DeporTV, teníamos que ir a “misa de ocho”. Era un engaño. Omar, Iván nos estacionábamos afuera de la iglesia a escuchar Rock 101 y uno era el designado para bajar por la “hojita de la misa” para leer el evangelio, porque eso sí, había examen al llegar a casa. Sobra decir que el que se bajaba tenía que comprar los esquites (¿Picante, joven?)

Durante un breve periodo de desempleo, entre 2014 y 2015, las noches de domingo eran las peores. Cuando todos se preparaban para comenzar su semana laboral, yo me sentaba a repasar la agenda y a ver a quién le iba a llamar esa semana. Aquellas noches aciagas, mi amigo Javier Sahagún era la luz que me conducía a mejor puerto, casi siempre acompañado de algunas cubas de Bacardí blanco: dos hielos, agua de la llave y unas gotas de cocacola. Del lunes mejor ni hablar.

Las tardes de domingo siempre han tenido para mí esa sensación de vacío. Es un limbo terrible en el que lo mismo puedes caer por un tobogán, que terminar en el cine mirando cualquier cosa. Las tardes de domingo tu terapeuta no te contesta y tus mejores amigos no quieren saber de solitarios empedernidos.

Nada que ver con las mañanas del último día de la semana, cuando esperaba con verdaderas ansias los suplementos culturales de los diarios que recibía en casa. Porque era un gozo ver quién ganaba las Histerietas y se carcajeaba primero con el Santos o descubría las maravillas de El Ángel, de Reforma, o El País Semanal.

Pero no me gusta el domingo ni para andar en bicicleta, caray. Ni para ver los partidos de Hugo Sánchez con el Real Madrid o de Maradona con el Napoli. El calendario debería tener un puente entre el sábado y el lunes, aunque no lean esta columna.

Síguenos en

Google News
Flipboard