Yo no soy “la oposición”
Ciudadano Político

Provocador de ciudadanos, creador de espacios de encuentro y conocimiento. Exservidor público con ganas de regresar un día más preparado. Abogado y politólogo con aspiraciones de chef. Crítico de los malos gobiernos y buscador de alternativas democráticas. Twitter: @MaxKaiser75

Yo no soy “la oposición”
Foto: Pixabay

El concepto de la ‘oposición’ surge en Inglaterra desde 1784, cuando el rey se aleja, por primera vez, del mundano ejercicio diario del gobierno y deja a los miembros del gabinete resolver las terrenales tareas burocráticas de su administración. Esto hace normal que algunos miembros del parlamento critiquen abierta y públicamente el ejercicio del poder en las discusiones habituales. Es en ese momento que deja de ser alta traición hablar mal de la tarea de gobernar y se vuelve una característica normal del sistema parlamentario. Oponerse deja de ser un delito de deslealtad.

En un debate en el parlamento, en 1826, cuando Sir John Cam Hobhouse se refiere a la “Oposición de su majestad”, el concepto se transforma en una rama formal del “gobierno de su majestad”. En 1841 llega al parlamento la primera oposición electa y, a partir de ese momento, el sistema bipartidista inglés hacía lógico y esperable que ambos partidos alternaran en el poder. Iban y venían del poder de acuerdo con su capacidad para dar resultados de parte del gobierno o criticar la falta de estos de parte de la oposición, que proponía una mejor opción para las siguientes elecciones.

El diseño de la casa de los Comunes en Westminster hace aún más lógica y natural esta dinámica, toda vez que las tribunas del gobierno y de la oposición se encuentran frente a frente, opuestas entre sí, incluso, en términos de jerarquía e importancia: en la fila de hasta abajo, del lado del gobierno, se sientan el primer ministro y su gabinete y, justo frente a ellos, se sienta el líder de la oposición, rodeado del gabinete en la sombra.

En el sistema parlamentario, como el inglés, gobierna la mayoría, que no necesita más votos que los propios para pasar leyes y medidas normativas. Cuando pierden la mayoría, el parlamento debe disolverse y se convoca a elecciones. Por eso, para la oposición la tarea primordial es analizar, desmenuzar, criticar y exponer públicamente las políticas del gobierno, para preparar su regreso al poder. Mientras son minoría, no tiene posibilidad alguna de imponer leyes o medidas ejecutivas.

El término “oposición” trascendió (de manera equivocada, creo) a los sistemas presidenciales. En estos es común y normal que el presidente en turno no tenga mayoría en el congreso, y, a pesar de eso, puede ejecutar todas y cada una de las funciones a su cargo, durante todo el periodo fijo para el que fue electo. Su partido puede o no ser mayoría en el congreso y también tienen asegurado su periodo y funciones completas, toda vez que el ejercicio de su cargo no depende del tamaño de su bancada. Las elecciones del poder ejecutivo y del legislativo son independientes entre sí.

Desde 1997 hemos tenido varios periodos de gobierno federal en los que el partido que ganó la titularidad del Poder Ejecutivo es minoría en el Congreso, y, a pesar de esto, se le dice “oposición” a los partidos que no gobiernan. Varias coaliciones legislativas de partidos “de oposición” lograron imponer leyes y presupuestos a los gobiernos en turno, como sucedió en las legislaturas instaladas en la Cámara de Diputados de 1997 al 2000, de 2003 a 2006 o de 2009 a 2012.

El concepto “oposición” en México quizá tiene que ver con los casi 70 años de sistema de partido hegemónico, en los que todo partido diferente al PRI era “la oposición” que solo criticaba, gritaba, reclamaba, pero muy poco podía hacer para influir en la toma de decisiones.

Hoy le decimos “oposición” a todo miembro de un partido que no esté en el Poder Ejecutivo o que su partido no sea aliado de aquel. Partidos como el PRD y Morena (antes de ser gobierno) consolidaron el concepto “oposición”, haciendo siempre esperable y normal que se opondrían ferozmente a cualquier cosa que surgiera de los gobiernos en turno. Desde toma de tribunas hasta capturas de recintos legislativos hacían esperable que su postura fuera simplemente “oponerse”, a veces sin siquiera conocer la propuesta del gobierno.

Este juego suma cero, normal y esperable en los sistemas parlamentarios, inútil en los sistemas presidenciales, ha salido muy caro al país. Las soluciones a los grandes problemas de México quedan atrapadas en la discusión binaria de “a favor o en contra”. La única esperanza de los opositores es regresar al gobierno para probar que tenían razón. Por eso es normal y esperable que el presidente en turno descalifique cualquier propuesta de la oposición como un instrumento para descarrilar su gobierno, con el objetivo de arrebatarle después el poder en las urnas.

Yo no soy la oposición. Yo no formo parte de ningún partido, de ninguna bancada, ni de un proyecto electoral que esté peleando por el poder. Yo no busco descarrilar al gobierno en turno para poder ser una opción electoral. Yo no apoyo hoy a ninguna persona que esté buscando el poder, ni ayudo a partido alguno a ganar votos. Cuando yo escribo o digo algo, no existe una intención político electoral. Por eso, no acepto que me digan que soy parte de la oposición. No es vergüenza, es rigor conceptual.

¿Por qué lo aclaro con tanta vehemencia? Porque el presidente en turno y sus porristas hacen la trampa de meternos en el cajón de “la oposición” a toda persona que no le echa porras, a todo aquel que lo observa, lo denuncia, lo critica o lo incomoda. ¿Por qué lo hace? Para descalificarnos. Su intención es ubicarnos en el mismo lugar que aquellas personas que quieren descarrillar su gobierno para sustituirlo. Es decir, descalificar nuestras opiniones, argumentos o ideas como instrumento político electoral. Su intención es decirles a los suyos que toda critica a su gobierno es descalificable porque viene cargada de intereses políticos o económicos específicos.

Así, cuando hablan de la oposición, yo no me siento aludido ni en lo más mínimo. Yo no aceptaré jamás que me definan como alguien que se opone a algo o a alguien. Jamás aceptaré que mi descripción surja de lo que rechazo. Nunca aceptaré estar en ese segundo plano y tiempo que implica esperar a que el señor diga algo, para que yo me oponga.

Yo quiero ser y construir una alternativa. Yo aspiro a crear, con otras personas, una visión alternativa de país, en el que quepamos todos. Yo no me tengo que esperar a otros, yo ya empecé.

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