El 1 de junio de 2025, el velero Madleen zarpó desde Catania (Sicilia) con un cargamento de leche de fórmula, harina, arroz, pañales, productos de higiene femenina, kits médicos y prótesis infantiles, con la mira de desafiar el bloqueo naval israelí impuesto sobre Gaza. Entre sus tripulantes viajaba la eurodiputada palestino-francesa Rima Hassan —nacida en 1992 en el campo de refugiados de Neirab en Siria, hija de padres exiliados tras la Nakba de 1948— lo que la convierte a ella misma en víctima del éxodo forzado palestino. También formaba parte de la tripulación la activista sueca Greta Thunberg, cuya presencia amplificó el foco sobre la catástrofe humanitaria provocada y el asedio total al que están siendo sometidos los gazatiés desde hace más de 20 meses. Doce activistas, un velero de 18 metros de largo, contra un bloqueo que es naval, terrestre y áereo; solo un casco de madera y fibra de vidrio, chalecos salvavidas y transmisiones en vivo por celular, frente a la segunda fuerza militar de Medio Oriente. ¿Por qué?
La idea de navegar los mares como acto de desobediencia civil tiene antecedentes importantes en el siglo XX. En 1958, por ejemplo, cuatro pacifistas cuáqueros zarparon a bordo de la modesta embarcación Golden Rule con la intención de interponerse entre el Gobierno de Estados Unidos y sus ensayos nucleares en el atolón de Enewetak en las Islas Marshall. Arrestados en Honolulu, despertaron conciencia global sobre la radiación ambiental y presionaron para firmar en 1963 el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares. A la sombra de aquella, otro velero (la Phoenix of Hiroshima), construido en Japón por Earle Reynolds y su familia, rompió en junio de 1958 la zona de exclusión para protestar contra las pruebas atómicas, marcando la primera entrada deliberada en un área de ensayo nuclear como acto de protesta civil. Estos gestos fundacionales han desde entonces inspirado a Greenpeace y a decenas de barcos de paz que han llevado pancartas y víveres a diversas causas.
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En la década de 1960, el movimiento estadounidense “Stop Our Ship” (SOS) trazó otra ruta: marinos y civiles boicotearon la salida de buques de guerra hacia Vietnam, retrasando despliegues y convirtiendo los puertos en lugares de protesta, obligando al gobierno de EEUU a reconocer el creciente rechazo interno a esa invasión. Veinte años después, estibadores de puertos del Reino Unido se negaron a cargar o descargar mercancías con destino a Sudáfrica, estrangulando económicamente al régimen del apartheid. Al mismo tiempo, se organizaron también convoys marítimos de ayuda humanitaria hacia Namibia – entonces bajo dominio sudafricano- que lograron desembarcar en la costa de Walvis Bay, muy a pesar de la Armada de Pretoria. Comenzó, además a tejerse un nexo de solidaridad entre las resistencias antirracistas del sur de África y la propia Palestina. Pequeñas embarcaciones con cajas de alimentos y material médico que ondeaban la llamada “bandera de liberación” perteneciente a la SWAPO (South West Africa People’s Organization), el movimiento que lideró la lucha por la independencia de Namibia, articularon un puente marítimo, visual y político entre ambas luchas anticoloniales al dirigirse por el Mediterráneo rumbo a territorios palestinos ocupados. Al igual que las flotillas o marchas por tierra que hoy intentan llegar a Gaza, aquellos barcos no buscaban una victoria naval, sino visibilidad y presión política.
En el tema de Gaza, el precedente más terrible data de mayo de 2010, cuando comandos israelíes abordaron el Mavi Marmara en aguas internacionales. Asesinando diez activistas y tomando por asalto a seis embarcaciones civiles desarmadas. Ya entonces una flotilla había sido un acto de resistencia civil ante el castigo colectivo al que se sometía a toda Gaza.
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¿Frente a la apabullante asimetría un velero?
La sencillez del Madleen, ha sido precisamente su potencia. Al buscar dejar en evidencia la obligación de las potencias ocupantes de respetar el derecho humanitario, el Madleen nos ayudó a constatar una vez más que es Israel quien impide el paso de la ayuda que debería llegar a Gaza.
La Cuarta Convención de Ginebra de 1949 no da lugar a interpretaciones: el ocupante – e Israel sin duda lo es – debe “facilitar el paso libre de los convoyes civiles que transporten socorros médicos y de hospital” y permitir “el paso libre de toda clase de almacenes destinados a aliviar a la población civil” . Además, prohíbe “toda pena colectiva” y “medidas de intimidación” contra la población civil, definiendo como crimen humanitario cualquier bloqueo que provoque hambre o sufrimiento masivo.
Este mandato encuentra un refuerzo en el Manual de San Remo (1994), que califica de ilícito un embargo cuyo propósito sea privar de objetos esenciales a la población civil y establece que, tras una inspección razonable, deben dejarse pasar víveres y medicinas. Por último, la Corte Internacional de Justicia, en su Opinión Consultiva de julio de 2004 dictaminó que prolongar la ocupación y erigir asentamientos vulnera el derecho internacional humanitario y los derechos fundamentales del pueblo palestino; en 2024 reafirmó que un embargo que cause “hambre o sufrimiento masivo” choca de lleno con ese mismo marco legal .
Así, la modesta travesía del Madleen —detenida antes de tocar puerto— hizo patente ante las cámaras que a pesar de que no existe justificación válida alguna para impedir la entrega de alimentos o ayudas médicas, Israel lo hace. Se puso en evidencia el discurso oficialista y la realidad del asedio. Hoy, tras más de 80 días sin corredores humanitarios seguros, Gaza contabiliza oficialmente más de 50 mil muertos desde el 9 de octubre de 2023, los cálculos más conservadores sitúan la cifra real en al menos 200 mil personas asesinadas. 90% de los habitantes carece de agua potable, electricidad o refugio adecuado. Además, a penas logran sortear el hambre provocada.
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Si el Madleen no alcanzó la costa, ¿qué se logró?
La visibilidad de esta expedición encendió aún más el llamado a la Marcha Global a Gaza. Delegaciones de más de cincuenta países, que han estado arribado a El Cairo en los últimos días, y ahora se reunirán allí con otros miles de civiles que, conmovidos por la brutalidad de la situación, han partido también en días pasados desde lugares tan lejanos como Túnez dispuestos a recorrer más de 2400 km hasta el paso de Rafah. La Marcha Global a Gaza, que espera emprender un recorrido de al menos dos días por el Sinaí, cubriendo unos 50 km hasta el paso de Rafah, es ahora más cuantiosa.
Ante la tibieza, la inacción y la crueldad de los Estados, es la población civil la que mantiene viva la exigencia de justicia. Son miles, que valientemente y con la digna rabia se congregan en el terreno; junto con ellos, estoy cierta que la mayoría de la opinión pública global les acompaña, porque Palestina existe aunque algunos intenten borrarla.
Estaremos pendientes de esta marcha, que incluye una delegación mexicana, a quienes enviamos un abrazo fraterno y agradecemos enarbolar tan dignamente nuestra representación. Porque Palestina, existe, incluso más allá de sus fronteras; vive desde todas sus luchas en nuestras mentes y en nuestros corazones.
Palestina, “hija de las olas” - como le llaman el cantante puertorriqueño Residente (René Pérez) y Amal Murkus en su canción “Bajo los escombros”- nos has enseñado tanto. Resiste, que tu historia y tu vida es y serán siempre, innegables.