El riñón de Raúl
Economía Aspiracionista

Manuel Molano es un economista con experiencia en el sector público y privado. Es asesor en AGON Economía Derecho Estrategia y consejero de México Unido contra la Delincuencia. Twitter: @mjmolano

El riñón de Raúl
Foto: Especial

“Rulo” es un amigo mío, una persona muy interesante que conocí en mis tiempos de estudiante. Un poco mayor que yo, educado en las mejores universidades de México y Estados Unidos, y con una vida nómada por el mundo siguiendo a un padre diplomático. Hoy, “Rulo” podría calificarse como woke, a no ser por el hecho de que él era así antes de que se inventara el término. Un hombre que podría considerarse muy privilegiado, pero que está profundamente preocupado por los demás. Tiene en su haber algunos emprendimientos con twist filantrópico. Pudo haber sido muy rico, pero optó por ser generoso y feliz.

Un tercero –amigo de “Rulo”, solamente conocido mío– necesitaba un trasplante de riñón urgentemente. “Rulo”, así como es, le dijo: “te doy uno mío”. La donación se concretó el jueves de la semana pasada. “Rulo” ya está en su casa.

Francamente, me sorprendió su generosidad. Si yo no fuera un loco libertario, le diría a mi amigo generoso que se volvió chiflado (entre locos nos entendemos). Por otro lado, él está en buenas condiciones de salud y está seguro de que puede vivir bien solamente con un riñón. “Tendré que cuidarme, pero estaré bien”, dijo.

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Alvin Roth (premio Nobel de Economía) introdujo a la disciplina la idea de los mercados repugnantes. Hay transacciones comerciales que simplemente no deben ocurrir, porque a la gente le parece inmoral y repugnante esa transacción. La esclavitud es una de esas que era normal y hoy ya no lo es. Así como no podemos vender personas, hoy, las personas no pueden vender sus órganos, legalmente, en ningún lugar del mundo. Como Roth lo explica, la definición de qué es repugnante cambia en el espacio y tiempo, pero, en general, hay consensos de cosas que no pueden venderse. Los órganos son una de ellas.

Creo que hay espacio para legislar en el tema. Por ejemplo, en caso de muerte, todos por default deberíamos donar nuestros órganos. El Estado debería permitir a aquellos que no quieran que su cuerpo sea “despiezado” después de la muerte que opten por salirse del esquema. Pero el automático tendría que ser la entrega del equipo a quien pueda necesitarlo aún. A nosotros no nos lo van a pedir ni en el cielo, ni en el Mictlán, ni en el Valhalla o el Nirvana, o en la vida futura en la que creamos, si es que creemos en alguna.

Roth además tiene un diseño de mercado genial. Creó un algoritmo que encuentra donadores compatibles con receptores compatibles en el mundo y los junta. Ello hace que sea mucho más probable para una persona que necesita un riñón encontrar un donador que sea su match genético. En el caso de “Rulo” y su compa, la compatibilidad era del 99%. Esto es rarísimo. El amigo de Rulo no solamente tuvo la suerte de tener un amigo donador compatible. Su amigo donador es un tipazo y así de la nada le dijo: “te regalo mi riñón”. Eso no pasa casi nunca. Si “Rulo” y su amigo no hubieran tenido esa suerte, podrían haberse inscrito en el algoritmo de Roth.

“Rulo” donaría un riñón a un desconocido, y el donante de otro desconocido le hubiera dado uno al amigo de mi amigo.

España, por ejemplo, es un país que dice que el algoritmo de Roth es un mercado de órganos disfrazado, y lo prohíbe. ¿Transacción repugnante? Quizá sería más repugnante poner en subasta inglesa ascendente los órganos de una persona. Peor si esa persona no está de acuerdo con esa transacción. En una de esas, la supresión de esos mercados legales es todo lo que se necesita para que esa subasta imaginaria ocurra en un ámbito ilegal, con todos los costos sociales que ello conlleva.

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Nos horroriza que la gente venda sus partes, pero no que las regale. ¿El dinero pervierte esa transacción, la hace repugnante? La supresión de intercambios libres, haya o no dinero de por medio, es un error. Por eso hay un mercado ilegal de órganos, cuya obtención es posible que se logre mediante secuestro y desaparición. Las consecuencias no deseadas de suprimir una transacción son terribles. Una canción que les gustaba a mis hijos, más pequeños, salida del internet y de Australia llevaba el título “Dumb ways to die” (Maneras tontas de morir). Una de ellas era vender ambos riñones en internet. Efectivamente, no nos sale uno nuevo, y sin al menos uno no podemos vivir. El punto es: la ignorancia puede llevarte a desenlaces malos en los mercados. ¿Debe el Estado suprimir esos mercados para proteger al ignorante? Yo pienso que no.

¿Vendería yo uno de los míos? ¿Venderías uno de los tuyos? ¿Estarías de acuerdo con que alguien pobre y desesperado lo haga? ¿Te preocupa que alguien te robe uno de los tuyos? ¿Lo regalarías a alguien que quieres, así nada más? Todas estas preguntas son válidas, y son terribles. Tiempos raros estos años modernos, en donde sabemos de qué vamos a morir, pero no siempre la cura está ahí, por ser científicamente imposible, por no existir alguien que nos pueda ayudar o por no poder pagarla.

Sin embargo, todas esas preguntas terribles sobre la codicia en los mercados legales e ilegales se me borran de la mente cuando pienso en “Rulo” y su generosidad. Si hay un 1% de la humanidad con esa bonhomía, merecemos prevalecer como especie. “Debería ser normal para todos hacer eso, si tenemos la posibilidad de hacerlo”, me dijo “Rulo” riéndose en el teléfono, desde el hospital público donde se hizo el transplante. Le pedí permiso para escribir sobre su caso, y el algoritmo de Roth. Me dijo que sí, pero me dio a entender que a él ese mercado le parece repugnante. Que por favor no fuera yo demasiado generoso con el Nobel de Economía, y que además me va a dar mucha literatura académica que explica por qué ese diseño de mercado no funciona.

Espero que mi amigo woke no se enoje si mi texto es demasiado libertario. Yo ya le dije que le encargo sus córneas, porque creo que es lo primero que me va a fallar. (Bromi).

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