¡Ya dejen de gritar!
HÍBRIDO

Como crítico de cine y música tiene más de 30 años en medios. Ha colaborado en Cine Premiere, Rolling Stone, Rock 101, Chilango, Time Out, Quién, Dónde Ir, El Heraldo de México, Reforma y Televisa. Titular del programa Lo Más por Imagen Radio. X: @carloscelis_

¡Ya dejen de gritar!
Película: The Northman.

Lo crean o no, aún hay muchísimas personas que se están tomando su tiempo para volver a la cartelera cultural tras la conmoción causada por dos años de incertidumbre, encierro, imposición de protocolos y una “nueva normalidad” que llegó con la emergencia sanitaria. Lo que vivimos nos sacudió emocional, psicológica y hasta espiritualmente. Tal vez no nos hemos dado cuenta, o no lo queremos admitir, pero seguimos en shock y con síntomas de estrés postraumático.

Una clara muestra de esto es cómo, a últimas fechas, la gente le ha dado rienda suelta a sus emociones: haciendo berrinches, azotando cosas, elevando el ruido y también la violencia. Sería una explicación bastante obvia decir que estamos tratando de desahogarnos y de liberar nuestros miedos y ansiedades, pero eso es exactamente lo que está pasando y la mejor manera que hemos encontrado para lograrlo es, literal, gritando.

Porque sí, un grito puede ser muy liberador (así lo proponía la terapia de primal scream de Arthur Janov), pero también puede ser muy molesto y muy violento para los que estamos cerca. En el idioma español hay varias palabras para llamar al acto de elevar la voz a un tono más alto de lo normal: gritar, chillar, aullar, berrear, clamar, vociferar… y todas tienen diferentes usos. En inglés, sin embargo, se hace la distinción principalmente entre dos palabras: scream y shout, y la diferencia tiene que ver con la intención.

Un estudio de 2015 de Current Biology reveló que los gritos activan la parte del cerebro que procesa el miedo, por lo que no solamente son sonidos sino un detonante que sirve para despertar la conciencia. O sea que al gritar súbitamente (scream) alertamos a otros sobre un posible peligro. Digamos, a modo de argumento, que cuando elevamos la voz intencionalmente (shout), lo que tratamos es de infundir autoridad en los demás o mostrar el poderío de un grupo. La diferencia es sutil, pero la hay. 

Quizá no les sorprenda enterarse de que la razón por la que los gritos son considerados vulgares y de mal gusto, tanto en las artes como en la etiqueta social y de buenos modales, tiene profundas raíces en la religión, pues en los países donde el cristianismo se encargó de moldear a la sociedad, valores como el recato, el pudor, la humildad, la modestia y la prudencia son sinónimos de virtud y de aquello que nos acerca a Dios.

Gritar es una muestra de que no somos capaces de gobernar nuestras emociones y no es que la religión prohíba los sentimientos, pero sí vigila la razón de estos. Para la Biblia, nuestras emociones deben fluir desde y hacia Dios, o sea que todo lo que amamos y adoramos debe ser inspirado por y dedicado a Él. Si tú estás bien con Dios, no tienes por qué gritar. Por el contrario, todos aquellos que viven para el vicio, la comodidad, la riqueza, la fama y otras falsas esperanzas, se regocijan en cosas que ofenden a Dios.

Gritar dentro de una iglesia, por ejemplo, era considerado blasfemia. La danza también era vista como algo pagano hasta que los negros incorporaron ambas expresiones en rituales como el ring shout y el góspel, formas en las que los esclavos podían experimentar el sentimiento de libertad a través de cánticos religiosos.

Pasajes de la Biblia apenas empezaron a ser resignificados recientemente, como el de Mateo 21:12, cuando el mismísimo Jesucristo entró gritando a un templo para echar a los mercaderes. De acuerdo con el periodista Padraig Reidy, “la mayoría de las demostraciones de libertad de expresión empezaron gritando ‘hipócrita’ dentro de una iglesia”, por lo que atribuye este cambio al activismo político.

Hoy, sin embargo, somos testigos de cómo los personajes de la política en México se agarran “a gritos y sombrerazos” como aconteció en abril durante la votación de la reforma eléctrica, cuando la Cámara de Diputados se convirtió en un auténtico circo. Y aunque esto ya viene sucediendo con mayor frecuencia, fue la ciudadanía la que en esta ocasión eligió sintonizar en vivo esta sesión a través de YouTube, convirtiéndola oficialmente en un triste espectáculo que solo ayudó a subir el volumen de las discusiones en nuestro país.

Yo ya pido esquina. Pero cuando enciendes la televisión, tratas de distraerte con una serie de Netflix, te atreves a salir a la sala de cine o pagas un carísimo boleto de teatro, resulta que también terminan gritándote. No solamente porque Will Smith decidió que el público tenía que ser sometido a violencia gratuita durante la ceremonia del Oscar, pero también por lo que se deja ver en un reality show como La casa de los famosos 2.

Es cierto que algunas culturas gritan más que otras, pero cuando veo series como WeCrashed y Shining Vale, películas como The NorthmanEl cuartito o Granizo y obras de teatro en México como Hamlet, yo ya no percibo ninguna diferencia. Siento que tengo encima a Anne Hathaway, Jared Leto, Courteney Cox, Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Guillermo Francella, Irene Azuela, Naian González y Niurka Marcos desgañitándose en mi cara. Y por si esto fuera poco, Laura Pausini lanzó una nueva canción.

En las artes, como en la religión, la contención también es considerada una virtud. Gritar para llamar la atención del público puede ser algo burdo, un recurso facilón. Cuando un grito viene al caso no solo es liberador, también se vuelve legendario. Ahí están Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein, Sheryl Lee en Twin Peaks, Sissy Spacek en In the Bedroom, Meryl Streep en Big Little Lies, Gerard Butler en 300, Toni Colette en Hereditary o Julia Garner en Ozark. ¡Vamos!, hasta el tema de Titanic con Céline Dion es de una estridencia sublime. Pero cuando un grito no tiene ningún sentido es solo eso: un vulgar grito.

Quizá mis congéneres están viendo demasiados videos de “Karen” peleándose en los Walmart de Estados Unidos o de youtubers que manotean por los aires y hablan con voces de megáfono, pero por favor no normalicemos este tipo de contaminación acústica porque es mala para la salud y para el medio ambiente. De acuerdo con un informe de 2011 de la Organización Mundial de la Salud, tan solo el ruido del tráfico en el oeste de Europa resulta en la pérdida anual de un millón de años saludables. Es hora de que todos le bajemos dos rayitas a nuestros decibeles.

BREVES

Si traen ganas de dramas domésticos con tintes policiacos, esta es la nueva tendencia con series como The Staircase (en HBO Max), Candy The Thing About Pam (aún no disponibles en México) que siguen los pasos de Big Little Lies y The Undoing.

Explotando la actual fascinación por los temas de justicia social, la serie chilena La jauría regresó a Prime Video con una segunda temporada que también sabe aprovechar el morbo.

The Pentaverate es una serie de comedia de Netflix, simplona pero divertida, que se burla de las teorías de conspiración y que trae de vuelta al actor Mike Myers (Austin Powers).

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