Lo primero fue una mala cosecha
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Economista mexicano por parte del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), con diplomados en Regulación (CIDE) y Comercio Exterior (ITAM). Actualmente funge como asesor y consultor en materias energética, económica y comercial con énfasis en América Latina, para empresas y organismos internacionales. Ha trabajado en diferentes ámbitos de la administración pública en todos sus niveles.

Twitter: @robenedith

Lo primero fue una mala cosecha
Foto: EFE

Ya no hay dudas: en los próximos meses, millones de personas en el mundo se sumarán a los más de 800 millones que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ya padecen hambre. Tan solo en México, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), para 2022, el 23.5% de la población vive en pobreza alimentaria.

Hasta 2007, cuando el colapso económico provocado por la falta de regulación en el sistema financiero estadounidense generó a su paso una crisis alimentaria mundial, habían pasado 30 años desde la última. Ahora, a partir de ese año, las crisis de alimentos se presentan con mayor frecuencia y por más causas.

En 2010, justo cuando algunos países empezaban su recuperación de la crisis económica y alimentaria, una mala cosecha en Rusia y Ucrania elevaron desproporcionadamente los precios del trigo y la cebada. A partir de este último evento, gobiernos y agencias multilaterales incluyeron como prioridad la seguridad alimentaria en su agenda; por ejemplo, en la reunión del G20, en Los Cabos, México, durante junio de 2012, los países revisaron estrategias para mitigar los aumentos y volatilidad en los precios de las materias primas agrícolas.

La principal solución que emergió de la cumbre en Los Cabos fue la promoción de inversiones de largo plazo en agricultura en los países en desarrollo, principalmente en África. La inversión debía ser privada, sobre todo porque la década de 2010 se definió por fuertes ajustes fiscales para las llamadas políticas de austeridad.

Como vemos, el diagnóstico se tiene desde hace décadas: existía una falta de inversión para agricultura en los países en desarrollo, lo que podía llevar a que los precios que se elevaron drásticamente en 2007 se mantuvieran en ese nivel o, incluso, seguir elevándose.

Los llamados “superciclos” en materias primas (como las agrícolas, minerales o petróleo) son periodos extensos de tiempo (20 a 30 años) donde la demanda y los precios de estas aumentan sostenidamente. Está muy documentado que estos superciclos surgen por causas estructurales y una de las principales es, justamente, la falta prolongada de inversión.

Hace un año surgió un debate sobre si la pandemia, sumada a la ya mencionada falta de inversión, movería suficientemente el tablero para provocar la entrada a un superciclo o no. Ya hoy, con la guerra en Europa del Este, sabemos que entramos de lleno a uno.

El periodista Javier Blas, en 2011, documentó en un artículo para el Financial Times qué pasó en la crisis alimentaria de 2007-2008: “Primero las malas cosechas; segundo, las restricciones a la exportación; y tercero, las revueltas iniciales por alimentos seguidas de medidas de emergencia por los gobiernos para controlar el aumento del costo de la comida, incluyendo precios máximos y disminución a las tarifas de importación”.

Todo está pasando en este mismo momento. La guerra en Europa del Este es peor que la mala cosecha que tuvo la misma zona en 2010; la semana pasada, India prohibió la exportación de trigo “por seguridad alimentaria”; el primer ministro de Sri Lanka, Mahinda Rajapaksa, dimitió hace dos semanas por las protestas; y, por último, ya vimos en nuestro propio país las medidas de emergencia con precios máximos, subsidios a la producción y exención de aranceles a la importación.

En las siguientes columnas para La-Lista cubriré la evolución de cada uno de estos factores de la crisis. Hasta entonces.

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