¿Quién se comió a quién?
De Realidades y Percepciones

Columnista. Empresario. Chilango. Amante de las letras. Colaborador en Punto y Contrapunto. Futbolista, trovador, arquitecto o actor de Broadway en mi siguiente vida.

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¿Quién se comió a quién?
Foto: Presidencia de la República.

Uno de los aprendizajes de la pasada contienda electoral es reconocer la consolidación de la astuta y efectiva estrategia de Andrés Manuel López Obrador como uno de los graduados de la Escuela Nacional del Priismo reconvertido. 

De forma ingeniosa y certera, endosó el estigma corrupto y negativo del PRI al PAN, dibujó en el imaginario colectivo el matrimonio consumado, por separación de bienes, entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN), el nacimiento del PRIAN. Una especie de relación conyugal en la que, a pesar de tener casas distintas, vivían juntos. 

Es la unión entre dos partidos aparentemente antagónicos que, con algunas resistencias después del ejercicio electoral de 2018, Acción Nacional junto con el PRD no solo arroparon, sino que lo elevaron y formalizaron como alianza opositora, Va Por México. Quizás creyendo que bajo el lema de: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, les traerían victorias en conjunto.

La realidad es que la alianza opositora ha demostrado ser útil dentro del Congreso como contrapeso a la mayoría legislativa del partido oficial y el año pasado en las elecciones de la Ciudad de México. No es poca cosa, pero es insuficiente. 

Porque en el campo de las preferencias electorales, los y las ciudadanas han castigado a la alianza y no han votado sustancialmente distinto en el caso de que hubieran competido por separado. Morena cada día tiene más gubernaturas y los miembros de la alianza, juntos o separados, menos.

Tampoco ha quedado claro si Movimiento Ciudadano (MC) le suma o resta votos a Morena como a Va por México, ya que en algunos estados MC le quitó electores a la alianza opositora y en otros al oficialismo. No es un electorado que se mueva en contra de Morena por consigna, ni tampoco que se sume sin cuestionamientos al PRI-PAN-PRD. Es un rebelde sin causa compartida, más que la suya.

Lo que si ha quedado claro es que Morena se apoderó de los operadores políticos del revolucionario institucional y de lo que queda del partido de la revolución democrática que trabajan en los estados. Ese grupo de personas que implementan las campañas, que movilizan a la militancia y que tienen el contacto directo con la gente una vez que se desmontan los templetes y se acaban los discursos. 

Por otra parte, la comunicación de López Obrador ha demostrado ser muy efectiva al llevar su mensaje a esa base de operación política que espera recompensas. Ha logrado permanecer en ese segmento agradecido por los programas sociales y por la “generosidad” de las vacunas. 

Ha logrado quedarse en el modo campaña, en millones de hogares a través de los servidores a la nación. Ha mantenido casi impermeable su popularidad a pesar de que su gobierno está reprobado en casi todos los rubros importantes. Ha logrado hacer de su política una promesa y un eslogan constante sin que se le castiguen los malos resultados. 

También logró que los gobernadores salientes operaran a favor de los y las candidatas de Morena o que sacaran las manos de la contienda electoral a cambio de embajadas, silencios y salidas “dignas”. 

Morena y su presencia territorial crecieron.

Mientras tanto la cúpula de la dirigencia del Partido Revolucionario Institucional, en su soberbia y karma del pasado, ha dado pasos firmes para su desaparición. Un partido que se había caracterizado por moverse de acuerdo con el momento histórico, que se mimetizaba con las causas populares y que se movía de izquierda a derecha según el viento de la época. Un partido que cambiaba de piel como serpiente, que se reinventaba y sobrevivía a cientos de funerales anticipados. 

Hoy ese PRI agoniza. Su operación política le dio la espalda y su militancia se arrastra como cangrejo ermitaño, que, en el momento de sentirse desprotegido en su concha, decide salirse por completo, abandonarla y encontrar un caparazón en otra parte. Un partido sin músculo, sin credibilidad, sin dirección, sin piernas.

Pero como la materia y el revolucionario institucional no se crean ni se destruyen, sino solo se transforman, la estructura priista encontró espacio dentro de las filas del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Un movimiento que para muchos todavía representa esperanza y lo hacen valer con votos. Un movimiento que en sus orígenes sumó voces de distintas partes, necesitadas, hartas y críticas. Pero que también arrastró oportunistas, resentidos e incapaces.

Un movimiento, Morena, que le abre los brazos al PRI y al Verde Ecologista, dando cabida a todas las prácticas de corrupción, antidemocráticas, privilegios y de intereses oscuros que tanto critican desde la demagogia de Palacio Nacional.

Así, una lección de la pasada jornada electoral es ver cómo Morena se comió al PRI o cómo el PRI terminó de colonizar a Morena. Queda por verse todavía lo que suceda el próximo año en el Estado de México y Coahuila, pero bajo este escenario gana la militancia camaleónica del PRI y pierde la militancia fundadora de Morena. 

En cualquiera de sus formas el futuro para México es desesperanzador, por su clase política, por el oficialismo y su pésima gestión de gobierno, por la oposición “triunfante” sin autocrítica, por la baja participación ciudadana y por las malas prácticas como una de las estrategias más redituables en campaña; sin ahondar por el momento, en la operación política del crimen organizado que, de facto, es una estructura decisiva en cada contienda electoral.

Mientras tanto el Instituto Nacional Electoral (INE), demuestra nuevamente su valía.

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