Sudar la camiseta
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Sudar la camiseta
Foto: Pixabay

La camiseta estaba ahí, en el aparador de una tienda llamada Things, afuera del Aurrerá (hoy Walmart) de Plateros. Pasaba todas las tardes de regreso de la Secundaria 10 y la veía. Eran los años previos a la entrada de México al Acuerdo Mundial de Aranceles y Comercio (GATT), en los que aún se hablaba del modelo de sustitución de importaciones y en las “tiendas de novedades” vendían, carísimos, dulces, chicles y chocolates estadounidenses; estampas coleccionables de deportes profesionales de aquel país; juguetes, pósters y camisetas de rock… Era 1983 y yo había descubierto el heavy metal.

Una tarde fui a Things y compré calcomanías de Def Leppard, Van Halen, Pink Floyd y los Rolling Stones, banda de la que también adquirí un botón para mi imaginaria chamarra de mezclilla (la tuve hasta 1986). A decir verdad, nunca había escuchado la guitarra de Eddie ni la melancolía de David Gilmour, pero a través de Darío Arroyo ya conocía Def Leppard y la camiseta del Pyromania se volvió una obsesión. Aunque a mis hermanos y a mí no nos faltaba nada y a veces estábamos bastantes consentidos (clases de natación, futbol americano, Atari, vacaciones cada verano), mi papá no me iba a querer comprar esa camiseta, por lo que decidí irme a trabajar por las tardes como “cerillo” en Aurrerá para ganar dinero y comprarla. No fui de los oficiales, de gorrita roja, delantal y suéter azul marino, era de los “esquiroles” que se metía a escondidas a las cajas para empacar las compras en aquellas inolvidables bolsas gruesas de papel. Ahí me gané mis primeros pesos y la camiseta fue mía.

La semana pasada, mientras buscaban mi número de seguridad social en una subdelegación del IMSS, un empleado de esa dependencia me hizo saber que estaba inscrito dos veces en el Seguro Social, la primera en 1990, y recordé los trabajos que tuve antes de dedicarme al periodismo. Después de aquellas pocas tardes como “cerillo pirata”, no me volví a ganar un peso hasta las vacaciones de Semana Aanta de 1990, cuando comencé a trabajar en un Oxxo de la colonia Del Valle. Meses después, cuando ya me habían corrido de la prepa y vagaba todas las mañanas con Manolo Almazán y Víctor Sol, los tres conseguimos trabajo en el Suburbia del Centro Histórico. Ellos como vendedores… yo como empleado de seguridad. Pero mi labor no era pararme en una puerta como policía, tenía que caminar por toda la tienda para detectar personas sospechosas. Cada tanto me tenía que escabullir por debajo de un tendedero de ropa para meterme en una falsa columna con mi radio. Desde ahí, sentado en la oscuridad, donde era fácil quedarse dormido, reportaba a la gente que trataba de robarse algo. En mi segundo día vi a una pareja que había metido una chamarra imitación piel en una bolsa de basura y la botaron sobre la banqueta de avenida 20 de noviembre cuando salieron huyendo. Punto para el novato. Por las tardes me ponían como empleado de vestidores, donde contaba cada prenda que metían los clientes a probarse. Duré cuatro días. Los cuatro días que me permitieron quedar inscrito en la Ley del IMSS de 1973.

Ese mismo año trabajé una semana ayudándole a un tío como pintor (de casas) y lo cerré como extra en una puesta en escena de la opera Aída, que se presentó en el Palacio de los Deportes, donde había leones de verdad.

A finales de 1990 pensaba que me iba a comer el mundo a puños, pero con la prepa sin terminar, seis meses después le supliqué a mi papá que me pagara los extraordinarios y el último año de prepa para ir a la universidad. Antes de entrar al ITAM, trabajé tres meses en el Burger King de Copilco, donde aprendí a freír papas y me convertí en el encargado del almacén, antes de que un subgerente me mandara al “lobby” a limpiar mesas y a lavar baños. Una tarde después renuncié. Durante mis años como estudiante del ITAM, el único trabajo que tuve fue como maestro de regularización para alumnos de primaria y secundaria. Fue una experiencia enriquecedora.

Desde el 5 de septiembre de 1996, cuando pisé por primera vez una redacción, solo he tenido dos empleos fuera de los medios de comunicación, pero ya hablaré de ellos. Por lo pronto, este martes inicio un nuevo proyecto profesional, con el mismo compromiso, la misma entrega y actitud de siempre. No puedo estar menos agradecido por la confianza en mi trabajo. No los defraudaré.

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