La utopía del consenso
De Realidades y Percepciones

Columnista. Empresario. Chilango. Amante de las letras. Colaborador en Punto y Contrapunto. Futbolista, trovador, arquitecto o actor de Broadway en mi siguiente vida.

X: @JoseiRasso

La utopía del consenso
Foto: Pixabay

Las utopías existen como el oasis al que queremos llegar. Ese destino que parece lejano y a veces intangible. Esa fotografía de sonrisas perfectas. Ese congreso de acuerdos. Esa voluntad por mover los puntos y las comas. Esa trillada fórmula de “ganar ganar”. Ese ideal parlamentario. “Ese lugar donde no queme el Sol y al nacer no haya que morir”. 

La batalla incansable. El embate constante desde la ciudadanía. La marea necia de propuestas, marchas y exigencias. El territorio que busca conquistar el consenso.

Por el contrario, en el terreno de la realidad cotidiana, la búsqueda de consensos parece ser una utopía en el debate político, como si se tratara de agua que, sexenio tras sexenio, se nos escapa entre las manos. 

Pasos en falso, heridas cada vez más profundas en el tejido social, retrocesos históricos y patadas de ahogado en una sociedad que le es imperativo salir a flote. 

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No podemos permitir que las diferencias se traduzcan en descalificaciones y la utopía del consenso se aleje, se diluya, se disuelva entre la mentira y el ego personal. Porque habremos dejado entrar a la distopía del desacuerdo irracional dentro de una sociedad que, en el discurso, pretendía una vida en colaboración y transparencia. 

No podemos permitir que la mayoría representada por el partido en el poder y parte de la oposición tengan como bandera la lucha por el grito más alto, la irreverencia más estridente y la falta de respeto. No podemos permitir que se ganen las batallas con argumentos incendiarios en un país de muertos y campos de ceniza.

No podemos permitir que los distintos actores políticos sean incapaces de retener, por intereses personales, pragmatismo, incompetencia, resentimientos, extorsiones políticas o falta de voluntad, la utopía del consenso en la mesa de negociación. 

No podemos delegar sin exigir, desde la distancia de nuestro voto, la búsqueda de acuerdos a un mercado legislativo de intercambios baratos. De alegatos infantiles. De discusiones parlamentarias en una canasta de oídos sordos, en un manojo de principios intercambiables y consignas ciegas frente a la realidad que se presenta en las calles. 

Tenemos que exigir que la utopía del consenso sea una pancarta de un sueño alcanzable. No podemos quedarnos con la idea de haberle pedido peras al olmo y entregado las perlas de nuestro voto a los cerdos. 

Tenemos que participar. Alzar la voz desde nuestra trinchera. No festejar los linchamientos mediáticos, las filtraciones ilegales ni las vergonzosas peleas en el Congreso.

Porque como toda moneda, tiene dos caras, y la nuestra, como sociedad civil, hemos sido presa y cómplices del comentario polarizador desde presidencia. Hemos concedido nuestra respuesta a voces incendiarias que nublan la verdadera razón del agravio y nos alejan de encontrar acuerdos. Hemos replicado el circo político en las calles, en las sobremesas y en la tinta. Hemos tomado los extremos de la discusión y desde ahí atacamos sin escuchar al otro.

Hemos permitido que, el argumento rastrero que lleva las discusiones a la orilla de la descalificación, invalide el fondo que realmente nos importa, luchar por educarnos en el conflicto para encontrar soluciones en conjunto.

Hoy, tenemos que ser valientes para buscar el camino sinuoso del acuerdo, dejar el extremo y encontrar la intersección conciliadora, tenemos que aprender a ceder ganando.

Tenemos que luchar para que las democracias sean resilientes y la utopía del consenso, un acercamiento a una mejor convivencia.

Por el bien de todos, primero el consenso.

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