Pregúntale a ella si quiere bailar, no a él
Contextos

Reportero egresado de la UNAM, formó parte de los equipos de Forbes México y La-Lista. Con experiencia en cobertura de derechos humanos, cultura y perspectiva de género. Actualmente está al frente de la Revista Danzoneros. X: @arturoordaz_

Pregúntale a ella si quiere bailar, no a él

Desde pequeño me gustó el baile, sobre todo de los ritmos tropicales. Durante mi adolescencia se convirtió en una pequeña obsesión, de tal suerte que casi todos los viernes me reunía con un grupo de amigos de la secundaria para estrenar pasos y vueltas. Al poco tiempo los papás se unieron a esas fiestas y era muy común que sacáramos a bailar a las mamás y tías, a veces nos enseñaban algo nuevo. 

Todo era risas y diversión hasta que el esposo de una madre de familia se quejó, no le parecía que jóvenes de 13 y 14 años estuvieran bailando con señoras casadas. Desde ahí comprendí que el baile, aunque es una de las mejores expresiones humanas para divertirse, también está lleno de normas heteropatriarcales, sobre todo en aquellos ritmos de pareja. 

Desde ahí comprendí que el baile es una herramienta que no solo se usa como arte o expresión, también como un método de acoso, violencia, entre otras cosas. También está plagado de lineamientos arcaicos, como solicitarle permiso al esposo, novio, hermano o al hombre que esté acompañando a una mujer para que ella pueda bailar. Al inicio no comprendía el sentido de ello, pero después entendí que el baile era un método de conquista y al pedirle el permiso a otro hombre era como símbolo de “bandera blanca”, donde le haces entender que tu intención sólo es bailar.

¿Por qué pedirle permiso a otro hombre para que baile con una mujer? por respeto a la “propiedad”. Esta actividad es muestra del peligroso pensamiento de que las mujeres no son independientes, ni dueñas de sí mismas, al nacer son posesión de su padre y al casarse, las entrega a un nuevo “dueño”, su esposo. Además, esta figura de dominio también puede ser representada por un hermano o incluso un amigo. 

Sería hipócrita de mi parte decir que jamás lo he hecho, no había sido consciente del verdadero trasfondo de ello, pero es una práctica que trato de no ejercer, sin embargo hay algunas situaciones donde la misma dama me solicita pedir este permiso. En dichos casos cedo, porque entiendo que no es el momento para polemizar sobre estas malas prácticas ni juzgar su manera de pensar. 

Este es un mensaje para todos los hombres, especialmente a los más jóvenes: no le pidas permiso a otro masculino para bailar con una mujer, sino a ella, su respuesta es la única que importa. No es no, agradece, da la vuelta y no insistas. También les suplico que no conviertan el baile como único método de ligue, y en algunos casos de acoso. Hay chicas que me han confesado que niegan una invitación a bailar porque lo ven como un símbolo directo de intento de conquista u hostigamiento. Habemos personas que sólo queremos bailar, por favor, eviten ese tipo de prácticas. 

Otro hábito anticuado es que son los hombres quienes deben sacar a bailar a las mujeres, algunos individuos ven mal que sean ellas quienes tomen la iniciativa. He tenido la enorme fortuna que muchas veces sea a mí a quien le extienden la invitación para ir a la pista, y espero que sea una costumbre que sea cada vez más común, sobre todo porque habemos gente introvertida con ganas de bailar pero a veces es más grande la pena para invitar a alguien a compartir una pieza. 

Desde nuestro nacimiento, todas las personas adquirimos derechos y entre ellos está la libertad. No suprimamos esta garantía individual al pensar que una mujer es propiedad de un hombre, es algo que no se merece cualquier persona. El baile en pareja tiene otra serie de referencias heteropatriarcales pero será tema de otra entrega. Nunca es tarde para comenzar nuevas costumbres y corregir actitudes.

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