Lo que el caso de Pablo Lyle nos dice sobre las consecuencias
HÍBRIDO

Como crítico de cine y música tiene más de 30 años en medios. Ha colaborado en Cine Premiere, Rolling Stone, Rock 101, Chilango, Time Out, Quién, Dónde Ir, El Heraldo de México, Reforma y Televisa. Titular del programa Lo Más por Imagen Radio. X: @carloscelis_

Lo que el caso de Pablo Lyle nos dice sobre las consecuencias
Foto: EFE/Pedro Portal Miami Herald/Pool

Cuando la gente enciende la televisión, pone una serie o va al cine, lo que quiere es olvidar sus problemas y no que le digan que los superhéroes no existen. Enterarse de que una celebridad como Pablo Lyle pasará cinco años en prisión revienta de golpe la burbuja que el espectáculo puede pasar años inflando, y pone a los famosos al nivel de los “simples mortales”. Ver a celebridades enfrentar las consecuencias de sus actos es un amargo recordatorio de que nadie está por encima de la ley y que eso es, sobre todo, una realidad para el ciudadano de a pie.

Se nos va la vida quejándonos de la impunidad de los poderosos, el privilegio de los famosos y el nepotismo de los pudientes, pero cuando llega la hora de aplicarles todo el peso de la ley vemos las reacciones más inesperadas entre la sociedad. Algunos no soportan la idea de que nadie es intocable, y a otros les cuesta demasiado trabajo soltar sus filias y empezar a ver a la persona en lugar de el actor. Seguimos comportándonos como público aún frente al espectáculo de la realidad.

Nos gusta pensar que los famosos son inalcanzables y nos decepciona descubrir que son tan humanos como cualquiera. “Si ellos no pueden, imagínense nosotros”, es la mentalidad de quien observa desde las gradas. Enterarse de que una pareja modelo, como Shakira y Piqué, han terminado su relación, o que el grupo coreano BTS dejará los escenarios porque Kim Seok-jin debe cumplir con el servicio militar, y que el actor Chris Hemsworth es propenso al Alzheimer son noticias que nos enfrentan a la incómoda verdad de que ni Thor es invencible.

Pero lo de Pablo Lyle es diferente. Da la impresión de que, como público, no queremos saber nada sobre las consecuencias de nuestros actos. “No hables mal de Pablo Lyle“, “qué mal gusto hacer un chiste”, “pobrecita de su familia”. Pero en la actualidad su caso no es el único, pues hay muchos famosos enfrentándose a la ley y algunos han logrado burlarla exitosamente. Desde las demandas a Ezra Miller o el escándalo de Hacienda de Shakira, hasta Chumel Torres y Gloria Trevi, tal parece que nuestro concepto de justicia es selectivo.

Ahí está Alec Baldwin, un caso muy similar al de Lyle, a quien también se encontró culpable de homicidio involuntario por disparar un arma cargada durante una filmación y provocar la muerte de Halyna Hutchins. Ahora, la familia de la fallecida inició otra demanda en su contra, pues el actor solo había llegado a un acuerdo económico con el viudo de Hutchins. Las leyes de Nuevo México, lugar donde ocurrió la tragedia, permiten que otros miembros de la familia reclamen compensaciones bajo el concepto de “pérdida de consorcio”.

Esto nos recuerda que es necesario hablar más de las familias de las víctimas y conocer su situación. Hoy se sabe que la madre, el padre y la hermana de Hutchins viven en Ucrania y que la están pasando muy mal con la guerra, sin la ayuda económica que su familiar proveía para ellos. En el caso de Pablo Lyle, su víctima, Juan Ricardo Hernández, era un cubano jubilado de 63 años a quien le sobreviven su madre de 92 años, Silvia Benedicta Pérez, y su viuda, Mercedes Arce. En una entrevista para televisión, Arce dijo enfáticamente que “esto no es México, esto es Estados Unidos, donde tú la haces y la tienes que pagar”.

De verdad que el mexicano es una criatura compleja y difícil de entender. Vemos un video en redes sociales de un ciclista perdiendo los estribos y rompiendo los cristales de un auto que casi lo arrolla, y enseguida exigimos que refundan al ciclista en la cárcel; observamos que el actor Alfredo Adame recibe otra golpiza y nos atacamos de la risa; pero vemos el resultado del juicio de Pablo Lyle y enseguida decimos “pobrecito”, “tenía una carrera tan prometedora”. Y eso que, de los tres ejemplos, él es el único culpable de homicidio.

Este caso se ha vuelto tan sensible, que todos aquellos periodistas que se atreven a afirmar que ganó la justicia son tratados como villanos, mientras que los comunicadores y comunicadoras que salen en defensa de Lyle se convierten en la voz de la razón, sin importar que cada minuto que pasan al aire manifestando su empatía es en realidad tiempo que se traduce en rating y en dinero de anunciantes de alguna marca de lavadoras, mayonesa o pan blanco. El morbo es lo que más vende y eso ya lo sabemos.

Dice Andrea Legarreta, la conductora del programa matutino de Televisa, que a Pablo Lyle “le aplaudieron” los reos cuando regresó a cumplir con su condena. ¿Alguien puede explicar cuál es el razonamiento detrás de un comentario tan irresponsable? ¿Es para decir que las personas que están en prisión por una variedad de delitos graves son la mejor brújula moral para esta comunicadora? ¿O está insinuando que Lyle, quien ahora está obligado a cumplir con una sentencia, es un héroe por el simple hecho de hacerlo?

De verdad que el mexicano es una criatura compleja, insisto. Aspirar a la impunidad no es la mejor de las aspiraciones. Si no podemos ponernos de acuerdo en conceptos tan básicos como el de la justicia, ¿cómo se supone que nos vamos a poner de acuerdo sobre lo que es mejor para nuestro país?

BREVES

Triangle of Sadness, ganadora en Cannes y nominada a tres premios Oscar, tendrá un estreno limitado. En la Ciudad de México se podrá ver en la Cineteca Nacional y algunos cineclubes a partir del 16 de febrero.

En la plataforma de Apple TV Plus estrena la película de suspenso Sharper, con Julianne Moore y Sebastian Stan, a partir del 17 de febrero.

A salas de cine también llegan Pearl (precuela de con la actriz Mia Goth) y el esperado estreno de Till: Justicia para mi hijo, desde el 16 de febrero.

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