Cuatro décadas de ‘decadencia’
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Cuatro décadas de ‘decadencia’
Foto: Roberto Vargas

Cuando me preguntan por mis bandas de rock favoritas, no considero a Mötley Crüe ni entre las 10 primeras. Sin embargo, anoche los vi en vivo por tercera ocasión y durante la semana saqué LP, CD, conciertos, revistas, mi Funko de Nikki Sixx y me compré una camiseta para el concierto que abrió Def Leppard.

Mötley Crüe es una banda que le dio identidad a mi vida, sobre todo cuando a los 13 años, tras habernos mudado de casa, no encajaba con mis nuevos vecinos que ponían todo el tiempo a Madonna, Michael Jackson o Duran Duran, mientras yo ya escuchaba AC/DC, Def Leppard y KISS, algo de los Beatles, Queen y los discos de los Creedence de mi papá.

Una mañana del otoño de 1984, mi mamá me compró en el Aurrerá de Acoxpa el Shout at the devil, el segundo disco de la banda angelina que me volvió completamente loco y que, sin duda, es uno de los cinco discos más influyentes en mi vida. Todas las mañanas (porque yo iba a la secundaria en la tarde) escuchaba el disco una y otra vez en el cuarto de servicio de la nueva casa, que tapicé con los pósters de Mötley Crüe que saqué de una revista Conecte. Junto al Stay hungry de Twisted Sister, mis cintas de AC/DC, Def Leppard y Van Halen, y mis viejos discos de KISS, el Shout at the devil me dio la “autoridad” para llegar a la secundaria a hablar de heavy metal con el “Tribi” y el “Kumán”, que me prestaron casetes con grabaciones de Saxon, Scorpions, Judas Priest y Night Ranger.

Esas bandas, junto con AC/DC, se convirtieron para mí en la banda sonora que escuché en segundo y tercero de secundaria, antes de descubrir el thrash metal. Durante mis años de “atasque deathmetalero”, negaba una y otra vez mi gusto por Mötley Crüe, aunque secretamente, en mi casa, me deleitaba cantando “Girls, girls, girls” y casi llegaba a las lágrimas con “Home sweet home”.

Finalmente, en 2001 fui con Miguel Padilla a verlos en directo al Palacio de los Deportes, en el recordado concierto en que Nikki Sixx se bajó del escenario para agarrarse a golpes con unos tipos que lo molestaban en la primera fila y la batería fue tocada por Samantha Maloney, de Hole. Aquella gira, cuando Tommy Lee estaba alejado de la banda, inició con Randy Castillo en los tambores, pero el cáncer sacó de circulación al viejo baterista de Ozzy Osbourne y el tour lo terminó Maloney, que no lo hizo nada mal.

En 2012 los volví a ver, ahora como teloneros de KISS, en un concierto pasado por agua al que llevé a Camila, que apenas tenía nueve añitos. Después de años de tanto negar mi gusto por Mötley Crüe, la reconciliación llegó en 2019 cuando se estrenó en Netflix “The Dirt”, la biopic dirigida por Jeff Tremaine (Jackass) que cuenta parte de la historia de desenfrenos de la banda. La vi tres veces la misma semana, la última en casa de Baldo, al que le contaba mis anécdotas de adolescencia mientras en la pantalla sonaba Live wire. Aquella velada terminó muy “a lo Mötley”, cuando nos agarramos a madrazos con los productores de otra televisora que llegaron a interrumpir nuestra sesión de hair metal y ron.

La brigada de Sheffield

Si Mötley Crüe fue el soundtrack de muchas noches de excesos durante mi adolescencia, Def Leppard le puso música a mis azotes románticos de la secundaria y la prepa. Durante muchos años era imposible escuchar “Photograph” sin pensar en Liliana Zamora; “Too late for love” sin recordar a Laura; “Bringin’ on the heartbreak” sin acordarme el día aquel que le llevé flores a Noemí, que festejaba su cumpleaños en casa… con su novio.

A los Def Leppard los conocí por Darío Arroyo en 1983 y sólo los he visto en vivo una vez. Fue la noche mágica del 4 de octubre de 2017, cuando dos semanas después del terremoto que me dejó sin departamento, tocaron la misma noche en la Ciudad de México U2, los Pet Shop Boys y la banda de Sheffield. ¡Como en Las Vegas, carajo!

A diferencia de lo que pasaba con Mötley Crüe, nunca negué mi gusto por Def Leppard, banda a la que sigo considerando parte de la New Wave of British Heavy Metal (NWOBHM), la influyentísima corriente venerada por Lars Ulrich, de Metallica, a la que pertenecen Iron Maiden, Saxon y Diamond Head, entre muchas tantas. En su aparición en el episodio cuatro de “Metal Evolution”, Joe Elliot, el vocalista de Def Leppard, niega su pertenencia a la NWOBHM, lo que lo volvió más antipático para mí, más allá de las toneladas de Aquanet que usa en el pelo y las túnicas que no se habría puesto ni mi difunta tía Martha.

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