El mito de la independencia
Tácticas Parlamentarias

Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak

El mito de la independencia
Fotografía: Archivo/ Instituto Nacional Electoral.

El gran peligro de explicar la política a través de atributos imposibles de medir es que terminan siendo fáciles de simular. Solo falta un público lo suficientemente crédulo, o harto de la clase política tradicional, que esté dispuesto a encumbrar a quienes encarnan de manera convincente tales virtudes.

Tomemos el caso de la “Independencia”. Cada vez que alguien habla sobre la necesidad de tener personas independientes en la política o cargos públicos, me imagino la siguiente historia, que bien podría ser filmada por Marvel o DC:

Un hombre atraviesa por una tragedia, perdiendo a su mujer y a sus hijos. Triste, decide recorrer el mundo, con la intención de morir lejos de su lugar de origen. Corte a una escena en montaña, donde el personaje se pierde, trata de encender un fuego, fracasa y comienza a congelarse. La escena termina abruptamente con una mano tomando el cuerpo casi inerte. Corte a una cabaña, donde el protagonista revive y observa el rostro de un anciano, que le atiende.

Los siguientes 10 a 15 minutos podrían dedicarse a escenas donde el anciano enseña al protagonista a meditar, artes marciales, herbolaria, Tai Chi o una combinación de alguna de estas cosas. Incluso podrían ser todas. Sea como fuere, el proceso llevaría a la escena iniciática: el chamán le dice a nuestro héroe que debe volver al mundo, y le da a beber algo con fuerte contenido alucinógeno. Tras cinco minutos de visiones psicodélicas, la revelación: tanto la tragedia como el proceso de recuperación llevan a la conclusión de que su vocación es la política.

¿Cursi? En lugar de ejercer un espíritu crítico y pensar lo público, durante décadas se nos ha hecho creer que una persona extraordinaria nos sacaría del Laberinto de la Soledad. Un ejemplo reciente del fracaso de esta forma simplista de ver las cosas es la selección de las cuatro personas que integrarán el Consejo General del INE dentro de unos meses.

¿Puede haber personas consejeras independientes? No. En primer lugar, quienes aspirarán a este cargo tienen una ambición, y para alcanzarla tienen que tejer acuerdos con uno o más partidos: no existe el escenario donde se haga una búsqueda activa por alguien independiente, aún cuando se tenga que levantar piedras. En segundo lugar, un órgano legislativo toma decisiones políticas, nunca técnicas, basándose en el acomodo de intereses. El reto, entonces, no es encontrar personas “independientes”, sino en hacer que la operación del órgano que integrarán sea realmente colegiada.

Al respecto, en 2009 los académicos Eric Magar, Federico Estévez y Guillermo Rosas publicaron en la revista Nexos un artículo que mantiene su vigencia: IFE: casa de la partidocracia, el cual se puede encontrar fácilmente con una búsqueda simple.

El supuesto del ensayo: los partidos no promoverán a personas “independientes” para un órgano donde se tomarán decisiones que podrían afectar su operación interna, prerrogativas, condiciones de competencia e incluso sus propias victorias. Por ello, buscarán posicionar a personas afines. De hecho, los autores mencionan cómo la mayoría de las personas consejeras durante las presidencias de José Woldenberg y Luis Carlos Ugalde asumieron cargos públicos y hasta políticos al terminar sus mandatos, como premio. Entonces, ¿por qué el IFE logró ganarse una fama de imparcialidad? Por la operación colegiada, donde debía imperar la negociación al tomar decisiones.

Lamentablemente fue más rentable vender el cuento de la independencia que hablar sobre la operación real del órgano. ¿Se hubiera ganado algo? Sí: mejores esfuerzos de incidencia en las designaciones y controles en los mecanismos de selección que no le hubieran gustado a los partidos, pues les habría quitado espacios de discrecionalidad.

En todo caso acabó siendo tan fácil simular independencia y honestidad que, en 2018, se eligió un líder que muchos perciben aún que tiene esos atributos. Gracias a ello, la independencia y la honestidad son “lo que diga su dedito”. Lo peor: tal vez no tendremos la oportunidad para calibrar esto de aquí a, por lo menos, 2024.

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