Llenar las plazas no es suficiente

Cuando parece todo perdido, cuando la mentira parece opacarlo todo, cuando la descalificación es el único argumento, nace la épica ciudadana para crear símbolos de donde sujetarnos. La marea rosa. La defensa de la democracia. La primavera mexicana.

La bandera nacional no ondeaba en el Zócalo la mañana del 26 de febrero, no es aventurado asumir que existían otros intereses para evitar que saliera en la fotografía o que el oficialismo quisiera robarnos un símbolo, un símbolo que, a pesar del intento, no lograron arrebatarnos, porque la democracia también es bandera de México.

Por otra parte, se trató de descalificar la manifestación argumentando la presencia de algunos participantes y organizadores, pero es justamente en la vida democrática donde caben todas las voces. Es en la existencia de un órgano electoral fuerte y autónomo donde se construyen los diques, las reglas, los contrapesos y las resistencias a los embates particulares de cualquiera de las corrientes que quieran aplastar la voluntad de la mayoría o ignorar a las minorías.

Porque fuimos una serpiente de 500 mil cabezas las que llenaron la Plaza de la Constitución. El vuelo del águila que se replicó en decenas de plazas alrededor de la república. El himno nacional que enchinó la piel y un mensaje claro a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a la oposición, al presidente y a nosotros mismos: la democracia es más grande que cualquier aspiración personal, la legalidad es el camino, la autonomía del árbitro electoral es necesaria y el financiamiento operativo no es un lujo, es la inversión para garantizar la sana incertidumbre del desenlace democrático.

No comparto con quienes marcharon para hacer enojar al presidente. No coincido con quienes a través del insulto buscan hacerse escuchar. Voy de la mano de quienes luchan por la democracia sin venganzas personales. Sin el encono social como estrategia política y sin olvidar a quienes la han pisoteado anteriormente.

Lo sucedido el pasado fin de semana no es suficiente ni debemos conformarnos, pero tampoco minimizar lo sucedido. Porque no es tema menor el número de asistentes ni la fuerza del mensaje. Porque, aunque no se ha cruzado la meta, se ha trazado el camino.

Un camino que cruza todos los estratos de la sociedad y de los ideales que no le son redituables a los gobiernos autoritarios. Un camino que se conforma de movimientos plurales, de una marea de voces con acentos distintos, de la armonía en las diferencias y de la orquesta de diversos pensamientos con una causa común: mi voto no se toca.

Y es que son los movimientos transversales los que cruzan las clases sociales. Son las causas que no tienen dueño. Son las reivindicaciones que avanzan, las que son más grandes que nosotros y que dignifican a todas las personas. 

Porque la plaza pública es de todos. Es de las víctimas de desapariciones que no pueden ser silenciadas con el control de la narrativa presidencial. Es de las víctimas de violencia que no se conforman con un discurso estéril. Es de los protectores de la legalidad que no se plagian una coma. Es de los movimientos de diversidad sexual. Es de las mujeres que levantan el puño, de las que pintan de morado las calles, de las que exigen y no descansan. 

En la plaza pública no existen vallas de acero impermeables ante el reclamo de las causas justas. En la plaza pública los demócratas no se dejan engañar.  

Si, me insolé para defender mi voto, para defender el voto de quienes llegaron al poder por la vía democrática, para que tengamos mejores partidos políticos y para que se respete el voto en las futuras elecciones