La “pinta”, un ejercicio de complicidad
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

La “pinta”, un ejercicio de complicidad
En la imagen la película “Ferris Bueller's Day Off” o “Experto en diversiones”. Collage: Roberto Vargas

De camino al gimnasio, esta semana me encontré en el parque, a mitad de la mañana, a un grupo de chicos de secundaria. No jugaban futbol ni platicaban entre sí. Tampoco fumaban ni escuchaban música. Con el uniforme verde con gris de una secundaria oficial y una botella de refresco al lado, estaban sentados a un lado de una cancha de basquetbol con la mirada fija en la pantalla de sus teléfonos celulares, sin hablar. Era evidente que no habían entrado a clases, porque tenían sus mochilas a un costado y alguno la usaba como almohada. Estaban, como decimos coloquialmente en la Ciudad de México, “de pinta”.

En España le dicen “hacer novillos”; en algunas regiones de Colombia “capar clase”; para los chilenos es “hacer la cimarra” y en Argentina le llaman “ratearse” al hecho de no entrar a la escuela para vaguear por ahí hasta la hora de la salida. Ver ahí a ese grupo de chavos me hizo recordar cuando yo me “iba de pinta”, no muchas veces, pero siempre con el temor de ser descubierto por mi mamá, porque mi papá trabajaba al otro lado de la ciudad. Sin embargo, una tarde sucedió.

Después de dejar la mochila en la paquetería de Gigante y cambiarme la camisa de la escuela por una camiseta deportiva, caminaba con Luis Maltrana, Héctor Rincón, Paco, Calleja y Anzaldo, sobre Canal de Miramontes cuando un Dodge Dart blanco se detuvo de golpe y bajó mi papá: “¡Que no se supone que deberían estar en la escuela, cabrones!”, dijo con su vozarrón. Los seis nos quedamos helados y antes de que yo le pudiera decir que era el último día de clases antes de las vacaciones de Semana Santa de 1986, mi papá se llevó la mano a la cartera, tomó algunos billetes y me dijo: “¡Invítalos al cine!” No recuerdo qué fuimos a ver, porque en cartelera estaban “Rocky IV”, “St. Elmo’s Fire”, “De pelo en pecho” (con Michael J. Fox) y “Ninja americano”, pero sí que en casa mi viejo me puso un cague importante.

Sin duda, las “pintas” más memorables de mi vida fueron en segundo y tercero de secundaria, cuando irse a Plaza Universidad era un clásico: las “Chispas”, las pistas Scalextric en el sótano del Sears y los helados del Helen’s. Cuando había lana, Barranco, Femat y yo también íbamos al Bol Coyoacán, y regresábamos a casa colgados “de mosca” en los trolebuses que circulaban por Ermita. Ya en tercero, con mis inseparables amigos Maltrana y Rincón, nos íbamos de “pinta” con frecuencia (a veces sólo media tarde) a la azotea de la secundaria 150 a jugar Uno, fumar Benson mentolados y a escuchar música con el volumen muy bajito para que no nos descubriera Apolinar, el conserje, conocido entra la banda como “Don Polymarch”. El día que nos cayó nos dejó encerrados en la azotea hasta después de la hora de la salida cuando, con los ojos llorosos, le prometimos que no lo volveríamos a hacer.

La prepa ya fue otra cosa, porque con el roce con gente más grande, jóvenes adultos muchos de ellos, era frecuente irse a jugar billar, al Ajusco o a fiestas descontroladas en donde muchos nos tomamos nuestra primera cerveza. También conocimos de cerca la tragedia: el compañero que se estrelló en la moto, los chicos que no regresaron de una fiesta en Toluca o alguien que “se quedó en el viaje” por drogas.

La “pinta” era, sobre todo, un ejercicio de complicidad y convivencia. Para la gente de mi generación (nacidos en los 70) todavía fue común ir a la Montaña Rusa o a remar en alguno de los lagos de Chapultepec; a alguna función de permanencia voluntaria o a “las maquinitas”, como llamábamos a los locales de videojuegos; jugar partidos de futbol o “tochito” contra los del otro salón u otra secundaria o simplemente vagar acompañados. Imposible pensar en cinco chicos mirando sin reposo y en silencio la pantalla de un dispositivo móvil.

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La “pinta” más famosa del cine

Estrenada en junio de 1986, “Ferris Bueller’s Day Off” (o “Experto en diversiones”, como ridículamente se llamó en México), es mi teen movie favorita. En realidad es una de mis películas predilectas y aún ahora no entiendo como hay gente de mi edad que no la vio.

La cinta escrita y dirigida por John Hughes (“Breakfast club” y creador de la saga de “Mi pobre angelito”) fue seleccionada en 2014 para su conservación en el Registro Cinematográfico Nacional de Estados Unidos de la Biblioteca del Congreso, al ser considerada “cultural, histórica o estéticamente significativa”.

Para la crítica, es una de las películas de comedia más influyentes de todos los tiempos y para mí, en particular, tiene una frase que he tomado como filosofía de vida: “La vida avanza demasiado rápido. Si no te detienes a mirar a tu alrededor de vez en cuando, podrías perdértela”.

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