No somos todas

Activista, luchadora social y promotora de los derechos humanos de las mujeres, niñas, niños, personas con discapacidad, comunidades indígenas y personas LGBTQ+. Presidenta de la Asociación Civil Rosa Mexicano. @catymonreal_

No somos todas

En las redes sociales de Galilea Montijo, esta semana se subió lo que parece ser un spot con la leyenda: “Si es ella, somos todas”. Creo, el verdadero tema detrás de este promocional es ir contestando las dudas y las tensiones que la agenda por la igualdad y por los derechos de las mujeres sigue levantando en nuestro país.

Existe una frase famosa entre las feministas: “cuerpo de mujer no es igual a consciencia de género“. Esta frase nació ante la frustración en la lucha de varias académicas, activistas, colectivas y víctimas que tocaron las puertas de mujeres en la política buscando aliadas y sólo encontraron silencios. Nació de la frustración de reconocer que en el camino a la “paridad en todo” en nuestro país, muchas mujeres llegaron a sus cargos impulsadas por la cuota, aún sin creer en la agenda. Mujeres que le debían el puesto al esfuerzo que implicó la cuota de género y que no sólo no creían en la agenda, ni siquiera se involucraron en aprender de ella. Mujeres que estaban ahí porque le parecían más cómodas al pacto patriarcal. Mujeres que nunca han querido dialogar, ni reconciliar. 

En ese momento, el debate caía en si era mejor que llegara una mujer que no creía en la igualdad a que no llegara ninguna mujer. Teníamos espacios limitados y la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, por los derechos de las mujeres, no tenía la fuerza en las calles ni en las instituciones que tenemos ahora. 

En ese momento, muchas mujeres seguían pensando en ese punto crítico del que hablaba la Plataforma de Acción de Beijing para que empezara el cambio: el 30% de mujeres en la toma de decisiones. Antes de eso, sería muy difícil para las pocas que estaban ahí ejercer cambios en agenda, en presupuesto y en política. Serían “llaneras solitarias”. 

Los discursos se renuevan, porque cambian las situaciones. El feminismo estuvo obsesionado con los techos de cristal, con romperlos todos, porque éramos pocas. Porque no teníamos acceso a nada. Porque pensábamos en que si una mujer llegaba, llegaríamos todas. 

Aprendimos que no. Que el pacto patriarcal es muy fuerte y resiliente. Que hay mujeres machistas. Que las mujeres pueden ser nuestras propias agresoras. Ejemplos sobran, pero uno muy simbólico es el de Sarah Palin. En 2008, la candidatura demócrata se disputó entre Barack Obama y Hillary Clinton. Clinton la perdió y los republicanos buscaron cortejar el voto que se había decepcionado de no tener la opción de votar por una mujer al nominar a Sarah Palin como vicepresidenta en la fórmula con John McCain. Sarah Palin era un caballo de Troya. Una mujer profundamente conservadora, con una agenda que repudiada las causas más comunes de la agenda por los derechos de las mujeres. Pero era mujer y los republicanos confiaban que esto sería suficiente para engañar a las mujeres. No lo fue, ya que finalmente peso más el fondo que la forma.

Desde entonces, también hemos aprendido a pedir más. Ya no queremos que se rompa el techo de cristal. Queremos romper el patriarcado mismo. Romper el pacto. Los derechos de las mujeres no deben ser más un tema nicho, del que sólo hablamos las mujeres, que sólo nos preocupa a nosotras. La perspectiva de género debe ser transversal. Para lograr esto, los hombres deben también incorporarse a la lucha. No como los únicos que opinan o deciden, pero sí como aliados. 

Hemos avanzado porque esos tiempos en que la opción era “votar por una mujer o no votar por nadie” están atrás, y nos han enseñado que ahora se puede votar por agendas y causas. Hemos avanzado porque estamos convencidas y convencidos que la igualdad la construimos todos y todas.

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