Cerradora de puertas
Archipiélago Reportera cultural egresada de la ENEP Aragón. Colaboradora en Canal Once desde 2001, así como de Horizonte 107.9, revista Mujeres/Publimetro, México.com, Ibero 90.9 y Cinegarage, entre otros. Durante este tiempo se ha dedicado a contar esas historias que encuentra a su andar. X: @campechita
Cerradora de puertas
'Suzume'. Foto: Captura de pantalla

“La animación es cine”.

Guillermo del Toro

Me declaro ignorante del mundo del anime. Mis experiencias con ese tipo de cine en los últimos años han sido muy viscerales, me gusta o no me gusta. Sin embargo, con las cintas de Studio Ghibli mi acercamiento partió desde el ojo de mamá, fue encontrarme con Chihiro a partir de ir a ver esas películas con mi hija. Era un ritual muy similar al que tuve con mis padres, ahora que lo pienso hay una conexión: Hayao Miyazaki fue socio fundador de los Ghibli junto con Isao Takahata, quien es el creador de Heidi, la niña de la pradera con la que crecí y de la que mi papá me cantaba las canciones…

Una vez aclarado el punto, voy al grano y me disculpo con el director de cine Makoto Shinkai por iniciar este Archipiélago con Miyazaki, ya que estoy clara que esa relación y comparación entre obras ya cansa después de tantos años de tracata traca. En fin, llegué a la sala de cine por recomendación y un video de TikTok, no había leído nada del director japonés, tampoco tenía información sobre el revuelo que ha causado con sus películas previas Your Name y El tiempo contigo.

Llegué a la sala y me deslumbré con esos escenarios entre paisaje al óleo y de ensueño que nos hacen anhelar viajes de punta a punta por Japón. Desde los primeros minutos, la cinta Suzume nos toma del asiento y sin más ¡pum!, nos coloca en Kyushu, un pueblecito al sureste del país asiático. Fue como llenarse la mirada con esos claros, la luz del sol sobre el mar, el verde tan verde y esos personajes que sin conocerlos resultan familiares. A los pocos minutos ya estaba en casa de Suzume y su tía, me sorprendí al ir en la bicicleta y descubrir a ese chico misterioso que le pregunta por unas ruinas y que provoca en la chica, de 17 años, un enrojecimiento en las mejillas tan propio de ese enamoramiento a primera vista.

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Hasta aquí, la cinta –a pesar de ser animación– bien podría ser una historia de adolescentes y romances en ciernes, pero Suzume decide alcanzar a ese desconocido. Al conocer el lugar llega antes a las ruinas y descubre una puerta en medio de ese recinto en el olvido, se acerca y una imagen conocida la invade, sin saber cruza el portal y no entiende lo que pasa, en eso se tropieza con una figura de madera que se transforma en un gato y, sin imaginarlo siquiera, esa acción descoloca todo e interfiere en el trabajo del joven desconocido, quien se llama Satoru y es heredero de un linaje de vigilante de puertas, personajes que tienen por misión contener la fuerza de la naturaleza y a sus dioses volubles que pueden provocar tragedias.

A pesar de lo desconcertante de la situación, Suzume y Satoru logran cerrar la puerta y el curioso gato resulta ser el puntero de esos portales entre el más allá y el más acá, cual espíritu felino se revela y sin más decide liberarse de su encomienda milenaria y pasa la estafeta al joven convirtiéndolo en una silla con tres patas y un respaldo que asemeja una carita y aún así, sin expresar nada, nos transmite todo. Fue entonces cuando comenzó la aventura, ya que la joven y la silla deberán perseguir al gato para que revierta el conjuro y así lograr regresarlo a su labor de guardián y con ello mantener un equilibrio.

Es una serie de pasajes que nos trepan a un ferri, vamos entre ciudades, descubrimos puertas que deben cerrarse, personajes entrañables cargados de una humanidad que nos abraza y, en mi caso, me hizo pensar en todas aquellas personas que me han arropado muchas veces sin conocerme y que, en su momento, no aquilaté su apoyo y aportaciones en acciones futuras. Hay momentos en los que se olvida que Satoru es una silla, hay escenas en las que la historia en pantalla comienza a sincronizarse con la vivencias de quien la mira desde la butaca y algo se remueve, despiertan recuerdos, miedos y poco a poco se mira un aura de redención. Auizá esto suena a volada, pero Shinkai logra remover fibras y colocar emociones.

Sin entrar en más detalles de la película y quizá con algún estropeo (spoiler) sin querer, mi apreciación de Suzume –la cinta que sorprendió a la crítica en la Berlinale y que en su estreno rompió récords en taquilla no solo en su país, sino en China y otras regiones– resulta un caminar sobre piso de cristal, sobre todo después de la pandemia y todo lo demás que nos ha sucedido en la última década. Es transitar entre duelos, historias que en su momento no se hablaron y de a poco encontrar retazos que nos reconfiguran, es percibir el miedo a la incertidumbre, de las alertas sísmicas en poblaciones tan cercanas a la tragedia, es reconectar con los recuerdos, descubrir la importancia de sanar para poder avanzar. Suzume es un bálsamo para nuestras almas marchitas y una joya para esos espectadores de poco kilometraje, sin duda Makoto Shinkai se ubica en el siglo XXI con las experiencias de tiempos pasados y la conciencia de pensamiento.

Busquen Suzume en el cine y si son como yo de despistades, busquen su filmografía en plataformas y déjense llevar por esos viajes introspectivos y liberadores.

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