Las redes de la monarquía
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Doctora en Comunicación y Pensamiento Estratégico. Dirige su empresa BrainGame Central. Consultoría en comunicación y mercadotecnia digital, especializada en tecnología y telecomunicaciones. Miembro del International Women’s Forum.

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Las redes de la monarquía
Foto: Instagram Royal Family

La coronación de un rey que esperó toda su vida para serlo, el Gran Premio de Miami Fórmula 1 y la pelea del boxeador mexicano Saúl Canelo Álvarez contra el inglés John Ryder fueron los grandes eventos que el fin de semana demostraron a cabalidad el peso de la frase “al pueblo, pan y circo” y su significado para entender la importancia del manejo de las multitudes, hoy ya muy globalizadas.

A diferencia de los enormes presupuestos generados por los grupos mercadológicos detrás de los héroes y las marcas deportivas, la monarquía británica se financia, entre otros recursos, de la Subvención Soberana de las ganancias del Crown Estate, es decir, propiedades inmobiliarias y tierras que pertenecen al rey durante su mandato y cuyos ingresos son trasladados a la Tesorería del Reino Unido para distribuir el presupuesto entre la realeza y el gobierno británico de acuerdo con necesidades específicas del momento histórico. La realeza, por su parte, es dueña también de enormes propiedades rurales, residenciales, financieras y comerciales de las que no están sujetas a pagar impuestos, pero como un acto de “buena voluntad” lo hace.

Sus contribuyentes también cubren los costos de los deberes oficiales. Las elegantes cenas, los viajes de Estado de la realeza a países del mundo, los compromisos oficiales –por supuesto a todo lujo y dignos de una reina, ahora de un rey– y cuanto festín se les ocurra son pagados por sus súbditos. Para darte una idea, durante el año fiscal 2021- 2022, los ingleses pagaron más de 100 millones de dólares para mantener el costosísimo tren de vida de una familia que gusta de vivir en palacios remodelados, con altas necesidades de atención y que, por ende, requiere de mucho personal de servicio y de un numeroso grupo de seguridad de muy alto calibre.

Inglaterra tiene una tradición de miles de años de monarcas que han sabido utilizar las redes de comunicación en diferentes épocas y naciones, que a lo largo de su historia fue conquistando, no importando la diferencia de costumbres e idiomas. Isabel II fue la reina que entendió la importancia del acercamiento del pueblo con el acontecer monárquico, convirtiendo su coronación en uno de los acontecimientos mediáticos más importantes del siglo XX.

Esta parafernalia funciona como un reloj inglés. Desde entonces, la monarquía británica orquestó un “contrato invisible” con los medios de comunicación para que mantuvieran entretenidos a sus súbditos y adoradores de sus historias en todo el mundo, siempre y cuando les permitieran mantener en paralelo una vida privada libre de persecuciones mediáticas y publicaciones, sin previo escrutinio por parte de la familia real.

Paparazzi, grupos de medios y líderes de opinión son pagados para ser parte de la red de comunicación de la monarquía y posicionar sus mensajes altruistas, de unión y de interés económico y social como institución oficial –pero no corporativa, no confundir–, utilizando a cada miembro de la familia real como figura pública para lograr empatía con diferentes públicos objetivo.  

Esta relación de amor-odio con los medios masivos le ha costado a la realeza enormes crisis reputacionales, sociales y económicas, que van desde la pérdida de credibilidad ante el divorcio de Carlos y Diana, el valor de marca de la monarquía debido al mal manejo situacional de la muerte de Lady Di e, incluso, que en la última encuesta de British Social Attitudes, solo tres de cada 10 británicos piensen que la corona es “muy importante” y que las nuevas generaciones cuestionen si su existencia es relevante.

La era digital ha representado un reto tanto para la familia real como para los exiliados de ella. El gran beneficio económico que consigue la generación y venta de contenido ha creado una estructura mediática fuera de orden, y que no respeta la veracidad de la información, la privacidad de las personas, ni de qué miembro de la corona se trate. Si la ganancia por la venta del contenido lo vale, la moral no importa para el sujeto que esté en el lugar correcto, en el momento correcto, sea periodista o no.

Inglaterra tiene un nuevo rey, aislado de las nuevas generaciones, conocido por su poca empatía, total impaciencia y dificultad para comunicarse, incluso con su propia familia. Todo parecería indicar que a la red monárquica le queda poco tiempo de conexión. Ojalá, Carlos nos sorprenda demostrando lo contrario.

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